Me
doy un respiro tras la tarea de buscar documentación para las anteriores
entradas sobre el racismo y la xenofobia, tema propuesto por mi querida Annabel
Pintó y que ni ella ni yo sospechábamos que fuese tan extenso y arduo.
Confieso
que uno de los medios que empleo para distraerme es la televisión. No diré que
no eché algún vistazo por motivos profesionales a los llamados programas
contenedores que tanto gustan a mis conciudadanos y conciudadanas. Ni diré
tampoco que no me encuentro entre los consumidores habituales de series y
películas que hablan de crímenes, misterios y demás. Como guionista intento
descubrir las historias tejidas por los autores de estas producciones.
En
contadas ocasiones dedico mi tiempo a ampliar mis humildes conocimientos a
través del material contenido en documentales de historia. De los documentales
sobre naturaleza y animalitos mejor no hablar. Me superan. Ya sé que si soy
aficionada a las series criminales debería estar encantada con la visión de
grupos de animales que luchan por su supervivencia, de individuos jóvenes,
enfermos o ancianos que son atacados por sus enemigos naturales obedeciendo a
las leyes naturales de la vida y la muerte.
Pero
me reconozco cobarde en este aspecto. No soporto a los babuinos en particular y
su crueldad, ni a los grandes depredadores que durante horas pueden acosas a
sus presas hasta que mueren agotadas, aterrorizadas y desangradas. No obstante
ellos lo hacen para sobrevivir y salvo contadas ocasiones en las que puede
tratarse únicamente de una expedición de castigo no lo hacen como el ser humano
por placer o deporte o como en el caso de ciertos programas de gran éxito, que
despiezan aún con vida a sus objetivos mediáticos sin piedad.
Finalmente
tras pulsar compulsivamente las teclas del mando a distancia que me permite
cambiar de canal sin esfuerzo alguno, centro mi atención en la segunda cadena
de Televisión Española puesto que como siempre ofrece un interesante documental
sobre historia, apto para una selecta minoría. Y digo minoría no en tono
elitista o peyorativo, sino porque la inmensa mayoría anda pendiente de las
hazañas de un deportista de elite dedicado a golpear con fuerza una pelota en
una cancha de tenis en el marco de un prestigioso torneo internacional. Debo
confesar que el tenis, la pesca y el golf me aburren soberanamente. Tal vez sea
debido a mi ignorancia acerca de las reglas que rigen estas disciplinas.
El
documental en cuestión repasa la vida de uno de los faraones egipcios más
importantes y longevos y que desde que se empeñó en atravesar el Mar Rojo
previamente separado por el poder divino a través de Moisés-Charlton Heston, en
la producción Los Diez Mandamientos ha despertado el interés de propios y
extraños. Me refiero a Ramsés II.
El
narrador habla de las gesta militares de Ramsés II, de su reinado, del poder de
Egipto sin apartarse un milímetro del guion habitual. Cuando llega el momento
de hablar del gran faraón convertido en momia en esta ocasión mi interés ha
cambiado de punto de vista.
Desde
que fue descubierta su momia Ramsés II, ha experimentado de todo menos el
descanso eterno esperado.
Debido
a la exposición pública momia presentaba un deterioro tan importante que de no
buscar un remedio en la ciencia moderna, podría perderse para siempre.
Una
de las primeas mujeres que dirigió una expedición arqueológica en Egipto, de
nacionalidad francesa fue la encargada de dictaminar el grado de deterioro de
los restos del faraón y encontrar una solución. Por ello el faraón viajó hasta
Paris en donde fue recibido con honores de jefe de Estado e incluso se programó
que el sequito científico pasara delante del Obelisco de Ramses II que se
encuentra en la capital francesa.
Sometidos
sus restos a diversas pruebas el viejo faraón fue tratado para frenar el deterioro que presentaba al
tiempo que proporcionaba a la comunidad
científica nuevos datos sobre el proceso de momificación en el antiguo Egipto.
Tanto
Ramsés II como algunos de sus antepasados y sus descendientes han sido
estudiados con cierto respeto y reverencia. Pero el resto de las momias
egipcias de comunes mortales que únicamente pretendían pasar la eternidad de
forma digna, no solo han sido despojadas de sus ajuares, sino vendidas,
expuestas o convertidas en polvo pretendidamente medicinal, en combustible…
Y he
aquí de nuevo el doble rasero de Occidente para tratar determinados temas. Si
alguien profana una o varias tumbas en un cementerio no importa cual sea la
confesión a la que pertenezca, la noticia no solo dará la vuelta al mundo, e
indignará a todas la s mentes bienpensantes y mejor actuantes de nuestra
civilización. Sino que pasaremos las horas mirando al cielo, en espera de las
señales que indiquen que el fin del mundo ha llegado, que lo que temíamos va a
pasar porque hemos enojado a los dioses al no respetar a los muertos.
Bueno
a nuestros muertos claro está, a los que son muertos de primera. El resto, los
que son más antiguos, los que hace siglos que dejaron este mundo terreno y con
un poco de suerte han encontrado la paz eterna da lo mismo si los
desenterramos, radiografiamos, cortamos cachitos para analizar, fotografiamos,
trasladamos a otro país más civilizado para conservarlo…da lo mismo, no
importa, todo sea en aras de la ciencia.
No fue
suficiente colonizarles, convencerles de su inferioridad, convertir su tierra
en el patio trasero, robarles, explotarles y matarles, todo dentro de un
contexto histórico tal vez menos avanzado y salvaje, sino que ahora además turbamos
su paz, su reposo eterno
Que
se lo cuenten también al pobre Tuthankamon que además de ser un títere en manos
de la elite sacerdotal egipcia que pretendía blindar el poder que había perdido
en el reina anterior, murió muy joven y desde que se descubrió su tumba fue considerado
responsable de las muertes de aquellos que directamente habían participado en
la profanación de sus resto.
Tan
solo basta con escuchar la palabra momia y ya nada detiene a los estudiosos. No
importa si es egipcia o procede de algún lugar de la América pre colombina o de
Asia. No recordamos que se trata de los restos de un ser que miles de años
antes sufrió, vivió, amó y luchó como nosotros y de que le debemos el mismo
respeto que esperamos para nuestros difuntos.
Tal
vez por ello durante años mi concepto sobre ciertos temas científicos e históricos
fuera más que dudoso.
En la
década de 1980 simultaneaba mis estudios de radio con los de técnico sanitario.
En cierta ocasión varias condiscípulas y yo realizamos una excursión junto con
una de las profesoras a titulo personal a la provincia de Girona concretamente
a la conocida localidad de Banyoles.
Tras
pasar una agradable mañana y comer en un restaurante de la zona, decidimos
visitar un museo del que yo no había oído hablar hasta ese día, el Museo de
Ciencias Naturales conocido también como Museo Darder que constituye un claro
ejemplo de que la ciencia de finales del siglo XIX y principios del XX se movía
en una frontera extraña entre la colección científica y las curiosidades
populares Para los que no podían desplazarse a la capital para contemplar y
conocer tanto animales del país como especies exóticas, este tipo de
colecciones eran un sustitutivo valido..
Inaugurado
en 1916 fue una propuesta ambiciosa alumbrada al amparo de las excavaciones
realizadas en aquel tiempo en un poblado lacustre del pleistoceno situado en
las inmediaciones del lago de Banyoles. Los citados trabajos arqueológicos devolvieron
a la superficie la mandíbula de un Neanderthal de entre 6.000-7.000 años de antigüedad
y que está considerada como una referencia de la paleontología y la
antropología internacional.
El primer
director fue Francesc Darder i Llimona, hombre respetado, naturalista, medico,
veterinario y taxidermista que durante la Exposición Universal de Barcelona de
1888 regentó una tienda-museo en la misma y en la que se mostraba los
resultados de la taxidermia o naturalización, cercanos a la categoría de arte.
Caber recordar por otra parte que la zoología actual debe a esta técnica buena
parte de sus progresos.
Darder
también fue catedrático de zoología en la Escuela Superior de Agricultura y
creador del Parque Zoológico y del Museo Zootécnico de Barcelona y desarrolló
una interesante labor como ictiólogo en Barcelona y Banyoles, contribuyendo a
la repoblación piscícola del Lago de Banyoles.
Por ello Darder
dotó al Museo de una singular colección de zoología que mostraba animales
disecados en vitrinas decoradas a semejanza de sus hábitats naturales. La
muestra se complementaba con una colección etnológica de parte del mundo
conocido bautizada como Sala del Hombre y que incluía una momia peruana, la
cabeza de un druida de Gales, la cabeza de un aborigen sueco y la de un indígena
de la Isla de Pascua entre otros especímenes.
En primer
lugar se mostraban las pieles curtidas de un hombre y una mujer, que según
figuraba en la guía del museo habían formado parte de las pruebas presentadas
contra dos estudiantes de medicina de la Facultad de Barcelona que en una clara
muestra de mal gusto habían encargado a un curtidor de la ciudad el trabajo. Al
parecer la procedencia de las pieles humanas curtidas era más que dudosa.
En
segundo lugar los visitantes podían contemplar una momia egipcia que al parecer
Darder había adquirido a un proveedor de antigüedades y que fue declarada en la
aduana del Puerto de Barcelona como un fardo de bacalao seco conservado en sal.
Y en
tercer y último lugar se podía observar el cuerpo disecado y ataviado con
objetos rituales de un bosquimano, probablemente originario de Betchuana,
conocido durante años como El Negro de Bañolas. Por lo visto Darder lo había
comprado a unos naturalistas franceses en la Exposición Universal de París. Los
citados caballeros lo habían encontrado enterrado (y que desenterraron) en la selva africana poco
después de que según les contaron los porteadores de la expedición, hubiese
sido degollado en castigo por alguna falta cometida en el seno de su tribu.
Tras una
dura polémica ética y diplomática los restos del Cafre Bosquimano, fueron
devueltos a la Organización de Estados Africanos y se procedió a su sepultura
en su país de origen Botswana el 5 de octubre de 2000.
En
los últimos años la opinión pública se ha enfrentado a la polémica generada a
raíz de una exposición itinerante que mostraba cadáveres humanos conservados
mediante la técnica de la plastinación que consistiría en la extracción de los
fluidos del cuerpo y su reemplazo por polímeros de silicona. El creador de Our Body, nombre de la exposición es un
médico europeo que ha afirmado que contaba con el consentimiento de los
fallecidos para ser sometidos a este tratamiento final.
Tras
pasar por EEUU (podemos ver parte de la exposición en una secuencia del remake
de Casino Royal de la serie James Bond), Alemania y España (en Barcelona se
instaló en el Museu de les Drassanes), la muestra llegó a Francia. Tras pasar
por Lyon y Marsella, fue en París en donde la empresa responsable se encontró
con problemas. Al parecer los 17 cuerpos humanos mostrados, hombres y mujeres,
eran de origen chino y en base a la falta de respeto por el gobierno de China
en materia de derechos humanos, para dos organizaciones humanitarias existían
dudas más que razonables de que los fallecidos hubiesen dado su consentimiento
para la plastinización de sus cuerpos. Ante la sospecha de que la procedencia
de los cuerpos era poco clara, un juez aceptó la demanda y afirmó que la
exposición representaban “un atentado ilícito
al cuerpo humano” y que los “cortes” de los cuerpos así mostrados, como “las
coloraciones arbitrarias” y las “puestas en escena irreales” carecían de
“decencia”. “El espacio que la ley asigna al cadáver es el del cementerio”, afirmando
en su veredicto que “el objetivo comercial” que movía a los organizadores
“atenta manifiestamente al respeto que se debe” al cuerpo.
Por tanto prohibió la exposición y dio a los organizadores un plazo de 24
horas para desmantelarla.
Los antropólogos
afirman que en el momento en el que el ser humano se plantea la necesidad de
rendir culto a sus muertos, de tratar a sus difuntos con reverencia y respeto,
es cuando la evolución de nuestra especie experimenta un salto gigantesco hacia
nuevas formas sociales. Por primera vez los seres humanos se han planteado la
diferencia entre vida y muerte. Por primera vez la distancia con los primates
es gigantesca.
El hecho
de que contemplar los restos disecados de un ser humano de raza negra en una
vitrina no me llevase a plantearme que aquella muestra estaba totalmente fuera
de lugar en pleno siglo XX, el hecho de que sigamos contemplando momias
egipcias o andinas como piezas de museo, el hecho de que alguien quiera sacar
partido exhibiendo cuerpos humanos plastificados bajo el manido argumento de
que todo se hace en aras de la ciencia y para divulgar el conocimiento, me
lleva a pensar que estamos en claro momento de involución y que cualquier día
volvemos a vivir en las copas de los árboles.
Eso
si a este paso dejamos algún árbol en pie. En fin, que les dejo porque estoy
preparando las dos últimas entradas (y no por falta de material, se lo puedo
asegurar) sobre el racismo, la xenofobia y el papel que durante siglos ha
jugado Occidente en el mundo.