Dedicado
con admiración y amor incondicional a los que diariamente luchan por sobrevivir
a pesar del sistema, a sus familias que les apoyan y luchan a su lado y a los
que trabajan en ese área docente tan poco conocida pero tan gratificante. No os
rindáis por favor. Sois el motor del mundo.
Abro mi cuenta de Facebook y echo un vistazo a las
andanzas del fin de semana de mis amigos/as. Las noticias son variopintas.
Fotografías de bodas, actividades nocturnas varias con resultado claro de
resaca mañanera, enlaces sobre la actualidad política y económica del país y
sobretodo y ante todo, ingenio y sentido del humor.
Mi gente es así. No nos han puesto la vida fácil,
han arruinado nuestros sueños y nuestro futuro. Nuestro presente es negro y ciertamente
desolador. Pero a pesar de ello no perdemos el sentido del humor. Irónico, vitriólico,
ingenioso, inteligente.
Sigo repasando la columna de publicaciones y
encuentro una que llama especialmente mi atención.
Una madre ruega que compartamos durante una hora
el texto que ha escrito en su muro. Nos pide que recordemos que esta semana es
la semana de la educación especial, del autismo, la dislexia y el TDA o déficit
de atención y que este recordatorio se hará extensivo durante el próximo mes.
De forma automática mi mente recupera los rostros
queridos de varios niños y de varios adultos muy próximos que forman parte de alguno
de estos grupos llamados especiales.
Ellos son diferentes simplemente porque perciben
el mundo que les rodea, nuestro mundo de forma distinta a la que marca la norma
que uniforma la sociedad.
Son personas que si desde el primer momento cuentan
con un diagnostico precoz, los cuidados y la atención adecuados pueden resultar
individuos totalmente capaces en su etapa adulta.
Pero lo más probable es que el diagnostico no
llegue a tiempo por más que sus padres peleen con el sistema. Lo más probable
es que engrosen las largas listas del fracaso escolar.
Lo más probable es que no cuenten con las
oportunidades necesarias para capacitarles y prepararles para un mundo laboral,
agresivo, competitivo y poco amable.
Son tantos los que por no contar con la guía adecuada
que les permita crecer y madurar emocional y académicamente tal y como la norma
exige se quedarán sentados en la cuneta, frustrados y exhaustos pensando en
todo momento que algo han hecho mal.
Conozco dos casos de TDA. Me consta que los
padres de estos preciosos y sensibles niños, que sus familias están peleando a
cada instante para lograr que sus hijos tengan un futuro seguro. Para lograr
que cuando sean adultos sus vidas sean “normales”.
Solo ellos saben lo que les cuesta cada pequeño
triunfo, cada pequeño avance, cada pequeño éxito. Solo ellos y sus padres y
familiares saben lo que duele que siempre alguien te recuerde que eres
diferente, que no te ajustas a las normas, que puede que no encuentres tu lugar
en el mundo.
Las dificultades con las que se enfrentan cada
día no solo residen en su “problema” sino también en los obstáculos que deben
superar dentro del sistema educativo y laboral.
El nuestro no es precisamente un mundo amable y
acogedor. Nuestro mundo es como un tren de alta velocidad que no espera a que suban
los que transitan por le andén de la vida llevando un equipaje más pesado
Nuestro mundo es cruel, despiadado y frío con los
que son diferentes. No es paciente, no se adapta a las necesidades del
individuo.
No hace muchos años observé que uno de mis
alumnos, en edad adulta, presentaba ciertos problemas de lectura y comprensión.
Cuando le pregunté si existía algún problema con mi clase, me dijo que no, que
era él quien tenía un problema porque era disléxico. Desde el momento en que lo
supe, intenté adaptar mi ritmo al suyo. No le di un trato de favor. Eso jamás.
Pero si intenté que se integrara en el ritmo del grupo. Y creo que todos
hicimos un buen trabajo. Creo que nuestro tren supo esperar a que él estuviese
a bordo para emprender el viaje juntos.
La madre de un niño con TDA contaba lo doloroso
que resulta saber que el pequeño no comprendía porque los demás avanzaban en el
ritmo del aprendizaje y él era tan lento.
Nuestro sistema académico no solo se ha
convertido con el tiempo en un verdadero desastre a la hora de impartir conocimientos
sino que constituye colador de agujeros enormes por los que cada curso escolar
se escapan y desaparecen, se pierden debido a un diagnostico tardío o una
innata capacidad para pasar desapercibidos en el torbellino diario sin hacer
ruido, sin que nadie lo note individuos dotados de gran talento.
Evidentemente la culpa no es de los docentes que
se encuentran desbordados cada año por las exigencias de la administración, una
administración alejada totalmente de la realidad cotidiana, por la falta de medios,
por la elaboración de un calendario escolar marcado más por la competitividad
que por la competencia.
Si a ello le añadimos que la forma de comportarse
de las nuevas generaciones en las aulas ha derivado en pequeñas y peligrosas tiranías,
que no respetan la autoridad docente, a la constante revisión de las partidas
presupuestarias por parte de la administración y a la propia inseguridad de los
docentes a la hora de contar con la seguridad de un trabajo estable nos
encontramos con unos resultados académicos que si resultan decepcionantes y
frustrantes en el caso de los alumnos llamados “normales” ni que decir tiene
que aquellos que presenten alguna necesidad de educación especial sino cuentan
con un refuerzo extra escolar y el apoyo incondicional de sus padres y familias
se verán enfrentados a unas perspectivas de futuro desoladoras.
Y no crean ustedes que los que nos salimos de la
norma por la parte de arriba lo tenemos más fácil.
Cuando yo empecé a estudiar todo el mundo supo
que yo era diferente, pero nadie acertaba con el problema y su posible
solución.
Hablamos de los años 70 y de un país que pedagógicamente
todavía consideraba que conocer la lista de los Reyes Godos era tremendamente
edificante.
Durante los primeros años de mi vida escolar pasé
más tiempo sentada en una esquina de la mesa de la profesora o un pupitre
individual que compartiendo risas con mis condiscípulas.
Sencillamente las amables profesoras que
consideraban que la caligrafía era como “vestir a las letras que tienen frío”
no sabían como hacerme encajar en el sistema educativo.
Para empezar las matemáticas no eran mi fuerte.
Era tal mi reacción ante cualquier problema tipo “si tengo dos manzanas y
Pepito se las come ¿cuantas manzanas me quedan?” que mi cuerpo enfermaba. Por
lo visto tampoco la gramática era mi fuerte. Analizar sintácticamente una frase
para mi era parecido a perderse en el bosque de noche y sin brújula. Y tampoco dibujar
era lo mio. Ni siquiera en la etapa de bachillerato conseguí que mis diseños de
dibujo técnico presentase planta, alzado o perspectiva.
En lo que únicamente edestacaba era en la lectura
en voz alta, cosa que con el tiempo me ha resultado tremendamente útil para mi
trabajo en la radio.
Incluso durante dos años consecutivos llegue a
suspender gimnasia puesto que por mucho que me aplicase, mi cuerpo iba por un
lado y mi mente por el contrario.
En verano las cosas no mejoraban. Cada día hacía
frente a los ejercicios de matemáticas aconsejados por las profesoras para
prepararme para el siguiente curso y cada día me sentía angustiada porque no
entendía porque “un agricultor estaba empeñado en comprar y arar un campo de
base x y lado z de dimensiones j en
forma de hectáreas”. Me daba igual. No me importaba. Si el agricultor era feliz
con sus hectáreas yo solo quería ser feliz con mis libros.
Así que por una parte a los 7 años había leído dos
veces El Quijote y lo había comprendido pero por otra era incapaz de resolver
problemas de ángulos, cuadrados, hectáreas, decilitros y toneladas. Conclusión:
era poco menos que una decepción constante.
Pasada la etapa de la Educación General Básica llegó el Bachillerato Unificado Polivalente y el Curso de Orientación Universitaria.
Y no crean que la cosa mejoró. Pasé buena parte
de las clases de latín en “el ostracismo” porque era incapaz de comprender las
andanzas de Julio Cesar, pasé parte de las clases de griego clásico practicando
caligrafía puesto que mis ojos veían claro el alfabeto griego pero mis dedos
inventaban una nueva forma de taquigrafía clásica.
No puedo olvidar mi incapacidad para aprender la
Tabla Periódica de los Elementos o convertirlos en sulfatos, sulfitos o
cloratos, o el bloqueo de mis neuronas a la hora de entender porque la masa se
elevaba al cuadrado si iba a una velocidad determinada, o porque los a los
cuerpos les daba por caer de torres elevadas para medir la resistencia con
respecto a la fuerza de la gravedad.
Cada día de cada semana de cada mes de cada curso
mi cuerpo permanecía en el aula pero mi mente escapaba a través de las ventanas
hacía parajes menos estrictos y más creativos.
Como ya he contado en otras ocasiones, al final
no logré llegar a la universidad porque mi familia no podía costear mis
estudios y porque evidentemente mi media académica era insuficiente para
acceder a una beca.
Así que empecé a trabajar de forma oficial,
porque sinceramente la mayor parte de mi vida he trabajado para contribuir a la
economía familiar.
No fue hasta pasados unos años que descubrí
porque era diferente al resto de mis amigas de mis condiscípulas, que si habían
ingresado en la universidad y se habían licenciado y habían logrado un empleo
decente.
De pronto durante varios meses aparecieron en
diversas publicaciones de prestigio estudios y artículos sobre el C. I. o
Cociente Intelectual, en particular el referido a los superdotados
intelectualmente hablando.
Ciertas cuestiones de las que hablaban estos artículos
me resultaban tremendamente familiares.
Me armé de valor y un día aprovechando que un
programa de televisión trataba el tema, hablé con mis padres.
Y descubrí con una mezcla a partes iguales de
desconcierto y alivio que a los seis años había sido diagnosticada como
superdotada talentosa, con una clara predisposición a la creatividad y
determinados problemas a la hora de trabajar con esquemas espaciales.
Por tanto no era tan inútil como yo había creído,
ni tan poco capaz como me había sentido y me habían hecho sentir. Simplemente
era diferente a la media. Mi C. I. era bastante elevado. Pero por desgracia si
actualmente en España el sistema está poco o nada preparado para ocuparse de casos
como el mío no les cuento lo poco o nada preparado que estaba en la década de
los 70 del siglo pasado.
Así que si alguien echa un vistazo a mi
expediente académico la primera impresión que se lleva es que formo parte de la
larga estadística de fracaso escolar, puesto que no he repetido un curso una
vez, ni dos sino tres.
De esta forma el sistema ha ganado la partida.
Aunque yo no me he quedado atrás y al final he logrado mis títulos académicos.
Mis diplomas. Los papelitos que socialmente me han acreditado como miembro de
pleno derecho del sistema.
El arte de aprender se ha convertido en algo
mecánico. Aprendemos cifras, datos y nombres, porque si, porque así lo han
confirmado otros antes que nosotros. Nuestros jóvenes no tienen curiosidad, no
conocen el arte del esfuerzo y de la disciplina. Si un dato no está en internet
no existe. Un libro ahora ya no tiene hojas de papel. Un libro está compuesto
de letras que flotan en un medio virtual, llamado ebook.
Los cursos se han diseñado para que los jóvenes permanezcan
unos años más en las aulas, pero ello no garantiza que estén preparados para
enfrentar el mercado laboral de forma satisfactoria.
De esta forma los que asisten a las aulas año
tras año porque la ley lo exige no lo hacen de buen grado y se dedican
sistemáticamente a dinamitar la resistencia de sus profesores y de sus
compañeros a los que tal vez si que les interese lo que sucede en clase.
El amor por la lectura, por la comprensión del
mundo contemporáneo a través del pensamiento expresado por gentes que vivieron
y reflexionaron siglos atrás se ha perdido. Los libros recomendados en cada
curso se han convertido en una obligación y no en un placer.
Por ello quiero expresar mi mas sincera
admiración por aquellos que sin ajustarse a la norma pelean cada día por
alcanzar sus sueños. Os admiro y respeto a vosotros y a los que os rodean y
apoyan a los que no se rinden y no permiten que os rindáis. No lo hagáis. No os
rindáis, no os quedéis en la cuneta. Ajustad el paso a vuestro ritmo. No debe
importaros cuanto tiempo debáis emplear en alcanzar cada meta. Lo importante es
la satisfacción que sentiréis cada vez que lo logréis. Y no permitáis que os
digan que no podéis. Desde luego que podéis. No hay prisa. Ya encontrareis
vuestro lugar en el mundo. Seguro.
Recordad que los seres humanos somos obras de
arte y que no todas están listas para ser admiradas al mismo tiempo. Unas
necesitan más detalles que otras, más atención que otras, más amor que otras.
No camineís de puntillas ni habléis en sususrros.
Pisad firme a cada paso y hablad alto y claro. El mundo os pertenece y que
nadie os diga lo contrario.
Sois ganadores. Todos vosotros lo sois.
Cuando cierro lo ojos y mi memoria me lleva a fríos días de invierno de hace más de 30 años, veo una niña inocente que sufre en silencio los estudios de la escuela, que acoge con resignación el chiste fácil de algunos compañeros, que digiere con dignidad la ineptitud de un sistema que solo prima lo cuadriculado.
ResponderEliminarPero también veo una niña que sonríe ante la adversidad, que da alegría donde los demás dan indiferencia, que da vitalidad donde los demás dan ostracismo.
También gana el que da más de lo que recibe.
Tu también eres ganadora Blanca,
Un beso y un fuerte abrazo.
Ramon.
Querido amigo y compañero del alma! Gracias por tus palabras que me han llevado a tiempos lejanos y extraños. Gracias por tu apoyo y afecto en todos estos años compañero de estudios y amigo. Gracias. Gente como tu hace que el mundo sea más amable y cálido. Un abrazo. Blanca Rosa.
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