Hola
de nuevo. Llevo varios días sin contaros nada, sin asomarme a esta ventana que
me permite disfrutar de vuestra compañía. Y no es que no tuviese nada que
contar. Lo que sucede es que el mundo anda tan convulso, que diría mi amiga
Yolanda Gispert, que lo único que me apetecía era guardar un poquito de
silencio.
Así
que en estos días de ausencia he recordado que le debía a mi amiga Annabel
Pintó un tema que me propuso para reflexionar hace varias semanas. El amor.
¿Qué
decir sobre el amor que no se haya dicho ya? ¿Qué comentar que no se haya
comentado ya?
Es
difícil hablar sobre algo que al parecer todos conocemos pero que como si se
tratase de la imagen que obtenemos al mirar a través de un caleidoscopio varía
a cada segundo que pasa.
Que
no existe una definición cierta y universal del amor nos queda claro si
observamos la ingente cantidad de ensayos, tratados y textos que hablan de este
concepto.
Porque
en realidad el amor es un concepto, una idea. No es algo tangible, algo que
podamos tocar o cortar o contar o atrapar con las manos.
Pero
a pesar de ser un concepto, el amor es el motor del mundo. De eso no me cabe
duda alguna.
Por
amor ignoramos el peligro, nos ponemos en peligro, cambiamos de lugar de
residencia, de profesión, de credo.
Por
amor nos convertimos en seres vulnerables y nos exponemos en ocasiones a el
dolor forme parte de nuestra vida.
Por
amor lo damos todo y lo perdemos todo. Por amor los tímidos se convierten en
estrellas refulgentes y los orgullosos en leves rayos de luz.
Por
mucho que nos empeñemos no podemos recordar cuando empezó este lío del amor.
Ponerle una etiqueta a un concepto como este es harto imposible. Pero lo
hacemos.
Tal
vez sea porque siempre asociamos el amor a la reproducción y conservación de la
especie. Nos consideramos tan evolucionados que algo tan instintivo y primitivo
como el sexo nos incomoda y por tanto lo presentamos y legitimamos con un
concepto aparentemente evolucionado y sofisticado como es el amor.
Y
es cierto, los humanos no estamos programados para aparearnos y reproducirnos
en una época determinada del año o de nuestra vida. Podemos hacerlo en
cualquier momento del año y de nuestra vida tras alcanzar la madurez sexual.
Desde
el principio las cosas estaban claras. Para perpetuar la especie era necesario
que dos seres de distinto género se sintiesen mínimamente atraídos, se
apareasen y fruto de esta actividad naciese un nuevo ser.
Pero
al tiempo que evolucionábamos nuestras necesidades y ambiciones evolucionaban y
pronto el sexo se convirtió en algo más.
El
sexo pasó a ser garantía de alianzas entre clanes, de aumento de las riquezas y
de continuidad de la historia humana a través de las generaciones.
Y
cuando ya estaban las cosas medianamente claras nos dedicamos a complicarlas un
poco más dando lugar a una serie de protocolos y rituales más o menos
elaborados con los que se pretendía legitimar cada unión y los frutos de la
misma ante el resto del grupo.
La
aparición de personajes como los trovadores y demás seres sensiblemente
evolucionados contribuyó a dar una nueva vuelta a la tuerca llamada amor.
Recuerdo
en especial un libro medieval llamado El libro del Buen Amor de lectura
obligada en el programa de estudios del bachillerato de mi generación. Pero
recuerdo con mayor interés y cariño una obra del gran Fernando Fernán Gómez,
finalista la edición de 1987 del Premio Planeta. El mal amor.
Y
es que desde la Edad Media las cosas del querer se han complicado o
simplificado en función de la época en que nos encontrásemos.
Porque
en realidad las cosas del querer se refieren únicamente a la capacidad de relación
entre los seres humanos. Y digo seres humanos porque por mucho que los
estamentos gobernantes y bienpensantes, empeñados siempre en poner orden en
aspectos de la vida cotidiana que no lo necesitan, nos recuerdan de forma
reiterada que lo del amor, se refiere a la relación entre hombres y mujeres, y
que si hablamos de mujeres enamoradas de mujeres o de hombres enamorados de
hombres, entonces estamos a punto de provocar que el cielo caiga sobre nuestras
cabezas.
Resulta
evidente que este empeño en clarificar las cosas, está más relacionado con el
empeño de perpetuar la especie y legitimar los frutos de esta perpetuación ante
los ojos del grupo.
El
error reside en relacionar amor con reproducción o simplemente con goce físico.
Existen
circunstancias a las que una pareja debe enfrentarse a lo largo de su relación
en las que el sexo, la atracción física deja de ser protagonista.
Veamos.
Un par de seres humanos se conocen un buen día y se sienten poderosa y
mutuamente atraídos. Durante un tiempo dicen que “caminan entre las nubes,
sienten mariposas en el estomago”, padecen una clara y preocupante tendencia a
sufrir accidentes, a cruzar semáforos en rojo, suspiran cada cinco minutos sin
venir a cuento y lucen una insultante sonrisa que te hace sospechar que se han
tragado una percha.
Descubren
los puntos que tienen en común, pasan largas horas de charla para alegría de
las compañías telefónicas y provocan el aumento de la glucosa a su alrededor.
Imaginemos
que finalmente deciden ir más allá y se conocen físicamente y que ya puestos
deciden compartir techo y mantel.
Que
la convivencia no es sencilla es de todos sabido. Renunciar a tu espacio vital,
a tu privacidad requiere grandes dosis de afecto y locura.
Pero
superados los escollos ahí tenemos a nuestra pareja feliz. Ahora imaginemos que
se ven envueltos en un episodio de enfermedad o incapacidad temporal o
permanente, en el que el sexo no tenga un lugar predominante.
¿Acaso
no hablamos de amor cuando uno u otro acompañan a su pareja en el duro proceso
de recuperación?
Pues
entonces está claro que el amor y el sexo son complementarios pero que están
separados. Puede existir sexo sin amor y amor sin sexo.
¿Acaso
cuando una pareja debe estar separada durante algún tiempo por no importa que
motivos, no hablamos de amor y de paciencia necesarios hasta que el rencuentro
sea posible? Está claro que no existirá manifestación sexual debido a la
distancia, pero que el amor seguirá existiendo y que desaparecerá o aumentará
gracias a las diferentes formas de comunicación que encuentren los amantes para
seguir unidos.
Seguro
que estaréis diciendo a estas alturas que todo lo que os cuento resulta ñoño o
cursi. Es la reacción más normal ante el amor. Nos sentimos tan vulnerables que
para protegernos optamos adoptar miles de actitudes que nos hagan parecer más
duros e invencibles de lo que somos.
El
amor nos produce pánico. Un pánico escénico irracional. Un miedo que paraliza y
altera nuestras funciones vitales más básicas.
Respiramos
con dificultad, nuestro corazón late desbocadamente, nuestras pupilas se
dilatan, somos más torpes, excesivamente locuaces y tremendamente atrevidos.
El
problema del amor, reside únicamente en que lo idealizamos y lo convertimos en
algo perfecto. Y no es cierto. El amor no es perfecto porque es algo propio de
los humanos, seres infinitamente imperfectos.
Y
tal vez en ello estriba su encanto. En que no existe una regla fija para hablar
del amor, para vivir el amor, para disfrutar del amor.
Cada
historia es única e intransferible. Cada historia tiene su duración. Y no por
menos breve resulta menos intensa.
Lo
que si resultaría de gran ayuda es que aquellos que por convicción se han negado
a si mismos el amor no den consejos a los que realmente lo están experimentando.
Nadie
puede ni debe legislar sobre el amor porque en realidad no obedece a reglas o
normas, lugares, latitudes, edades o clases sociales.
Simplemente
encuentras el amor cuando menos te lo esperas o este te encuentra mientras como
decía John Lennon tú andabas haciendo planes.
Para
lo único que debes estar preparado es para esperar lo inesperado, para dejarte
llevar y disfrutar de cada experiencia, no importa si dura un año o medio
siglo.
Lo
importante es vivir la experiencia. Y en cuanto a las etiquetas, a poner vallas
al bosque, a empeñarse en que el amor sea patrimonio de uniones heterosexuales,
mejor no hacerlo. Porque una cosa es la perpetuación de la especie y otra
construir una historia común entre dos elementos complementarios.
A
los que hayáis encontrado el amor, enhorabuena.
A
los que lo habéis perdido tranquilos que seguramente lo volveréis a encontrar
A
los que no creen en el amor, preparaos porque el golpe puede ser terrible
Y
a los que siempre andan enamorados del amor, benditos seáis por no perder la
esperanza.
Ah,
y por favor…no me habléis de que el amor es una cuestión de hormonas y demás. Y
si es así bienvenidas sean las substancias que cambian y mueven el mundo.
Y
ahora os dejo que como siempre que hablo de estas cosas, consultaré con una
gran experta, Jane Austen que a pesar de la complejidad tecnológica de este
mundo sigue vigente en el siglo XXI.
Pero
de eso si os parece hablaremos otro día. De Jane Austen una gran observadora de
la naturaleza humana y del amor, la pasión y la paciencia.
Pero
insisto eso será otro día.