El primer día que pasé en planta después de mi estancia en la UCI fue inevitable escuchar a los acompañantes de mi compañera de habitación comentando la novedad del día, de la semana y del milenio.
El mito, el padre de la patria, el grande entre los grandes había confesado públicamente que “olvidó declarar a la hacienda pública los milloncitos de su padre le había legado 34 años antes”.
A partir de ese momento se abrieron los cielos, las montañas, los sumideros de las cloacas y se añadió un nuevo capítulo al tomo escrito con letra tosca y gruesa en los últimos años sobre la corrupción política en nuestro país.
Lo cierto es que no me sorprendió, como tampoco me ha sorprendido cada uno de los casos que hemos conocido desde que la crisis económica dejó al descubierto los cimientos sobre los que se asienta lo que tantos “entendidos” llaman “democracia ejemplar”.
De regreso a casa tras el alta hospitalaria y mientras trataba de recuperarme, recordé una historia que leí 4 años antes cuando una buena amiga me regaló un libro que pensó que me resultaría interesante.
No se equivocó. Me resultó interesante. Pero también me produjo una terrible sensación, mezcla de inquietud, tristeza, rabia…
Se trata de la reedición del libro que hizo pública la correspondencia que durante varios años cruzaron Günther Anders y Claude Robert Eatherly, la correspondencia de Eatherly con otros personajes destacados de la segunda mitad del siglo XX e información aparecida en la prensa.
Günther Anders, (primer esposo de la intelectual Hanna Arendt )reconocido filósofo e intelectual de origen judío, emigró tras la llegada de los nazis al poder, primero a París (1933) y finalmente a EEUU (1936).
Anders, una de las voces más destacadas del movimiento antinuclear mundial, surgido tras la Segunda Guerra Mundial, falleció en 1992.
A pesar del tiempo transcurrido sus publicaciones son referencia obligada para analizar las diferentes crisis a las que Occidente se ha enfrentado en las últimas décadas.
A lo largo de 254 páginas Eatherly, Anders y el resto de las personas que prestaron atención al primero nos ayudan a comprender (que no a compartir ni justificar) la Historia Contemporánea más reciente.
Pero es con la Carta 42 (página 158) cuando descubrimos la verdad sobre un episodio que se ha manipulado desde el principio, desde el momento en que se conoció.
Cuenta Eatherly en la carta fechada el 8/8/1960 la verdad sobre la acción de guerra, la misión en la que participó y que transformó su vida y la decenas de miles de personas de forma dramática.
El 6/8/1945 a las 01:45 AM Eatherly despegó de la base aérea de las Islas Marianas, al mando del Straight Flush un B-29 cuya misión era valorar las condiciones meteorológicas que permitiesen llevar a cabo una misión que debía convencer al enemigo “del poder de destrucción de las nuevas armas desarrolladas y forzar la paz y poner fin a la guerra”.
El objetivo era un puente situado junto al cuartel general del enemigo a 1km de distancia de una ciudad que “no debía ser destruida”.
A las 07:30 AM Eatherly dio luz verde al comandante Tibbets que a bordo del Enola Gay (bautizado así en honor a su madre) debía dejar caer sobre el objetivo la Little Boy, la primera bomba nuclear de la historia.
Todo indicaba que la misión se llevaría a cabo sin novedades, pero cuando Tibbets a las 08:15 AM lanzó la bomba, las condiciones meteorológicas habían cambiado en cuestión de minutos y erró el blanco: la ciudad quedó totalmente destruida.
Eatherly tras llevar a cabo “la misión” regresó a la base de Tinián (situada en una isla del Pacífico) en la que esperó la desmovilización junto a otros miembros del ejército de USA.
Cuando recibió información sobre el resultado final de la misión, pasó días enteros sin hablar con nadie.
Lo que se diagnosticó como “fatiga de combate” puesto que se consideró que el comandante presentaba el mismo cuadro “que otros combatientes habían experimentado desde 1943 tras meses de combate intenso e ininterrumpido”.
Tras dos semanas de tratamiento intensivo en una clínica de Nueva York parecía que Etherly estaba preparado para incorporarse a la vida civil.
En 1947 le licenciaron y trató de emigrar al sentirse horrorizado por la política de su país.
Pero regresó a casa, a su localidad natal, junto a su esposa Concetta Margetti con la que se había casado en 1943. Consiguió empleo en una multinacional petrolera en Houston, estudiaba Derecho de noche, compró una casa con jardín, fue padre, ascendió socialmente, pero… cada noche se enfrentaba a sus fantasmas y necesitaba beber y tomar pastillas para dormir.
En esa época empezó a meter billetes en sobres, los acompañaba con cartas en las que pedía perdón y se declaraba culpable y los enviaba a la ciudad que había bombardeado por error.
En 1950 intentó suicidarse en la habitación de un hotel de Nueva Orleans pero fue hallado con vida y tras permanecer dos días en el hospital, le dieron el alta e ingresó voluntariamente en el hospital militar de Waco.
Seis semanas después recibió el alta pero al no sentirse mejor dejó su cargo como ejecutivo en la petrolera y se dedicó a trabajos manuales en los campos. El esfuerzo físico le permitió dormir por un tiempo pero los fantasmas regresaron.
Entonces tomó una decisión: convertirse en antimilitarista y desenmascarar su supuesta heroicidad.
A principios de 1953 inició una escalada de pequeños delitos que le llevaron ante distintos tribunales de su país, Nueva Orleans, Dallas…
Eatherly confiaba en que en algún momento le permitiesen hablar ante el tribunal y declararse culpable “del bombardeo”.
Lo único que consiguió fue regresar de nuevo al hospital militar de Waco para someterse a tratamiento psiquiátrico.
El ejército reconoció que sufría un trastorno ocasionado por la guerra y le concedió una pensión mensual de 132$.
No le consideraban un criminal, ni le concedieron la posibilidad de “expiar su inmensa culpa a través de la gracia de un castigo”.
El Doctor McElroy medico en jefe del hospital de Waco aconsejó que el paciente se sometiese a choques insulínicos.
Eatherly aceptó la terapia, se sometió durante 6 meses a la misma 4-5 veces por semana, trasladándose finalmente a la ciudad petrolera de Beaumont en donde residía la familia de su esposa.
El matrimonio estaba roto y Concetta pidió primero la separación y más tarde el divorcio que incluía la prohibición de que viese a sus hijos y la renuncia a recibir ayuda económica.
Eatherly respetó la primera decisión pero continuó pasando una ayuda para la educación de sus hijos a su ex-mujer.
Entre 1954-1959 la vida de Eatherly transcurrío entre tribunales y hospitales, actos de rebeldía (asaltaba cajeros sin llevarse el dinero, forzaba oficinas de correos sin tocar la caja…)
No obstante por primera vez la opinión pública conoció su historia, la historia del “piloto loco”.
Él era el único sano y cuerdo en una sociedad cada vez más enferma. No logró desacreditar al ejército porque las Fuerzas Aéreas aparecieron ante la opinión pública como “camaradas que han librado a Eatherly de la cárcel y le han cuidado en hospitales especializados.
Lo único que sus compatriotas sintieron por él fue una mezcla de compasión y curiosidad.
En la primavera de 1959 Günther Anders que residía de nuevo en Viena, encuentró un artículo sobre la historia de Eatherly.
Anders, una voz respetada mundialmente leyó entre líneas y comprendió el drama de Eatherly, (como Emile Zola comprendió el alcance del caso Dreyfus), convirtiendo la historia del comandante en suya.
Lo que los fármacos y los hospitales, los neurólogos y los abogados no consiguieron lo consiguió Anders: dar paz, seguridad y esperanza al alma atormentada de Eatherly.
Gracias a su nuevo y único amigo el comandante encontró un sentido a su vida.
Cuando Eatherly mostró una clara mejoría gracias a la correspondencia que mantenía con Anders, el gobierno, el ejército de EEUU comprendieron que era en ese momento cuando resultaba verdaderamente peligroso.
Había consagrado su vida a luchar por la paz, a hablar al pueblo norteamericano y al resto del mundo de los peligros de la amenaza nuclear.
Y a pesar de que se le podía considerar “cuerdo y rehabilitado” no lograba el alta hospitalaria, que solicitaba una y otra vez.
Ese nuevo hombre se comportaba de forma ejemplar, templada, serena… no ofrecía argumentos a quienes le privaban de libertad para que se lo pusieran más difícil.
En 1961 Anders logró que la correspondencia que habían mantenido en esos años se publicase. El propósito del filósofo era doble. Por una parte dar a conocer a la opinión pública la verdad sobre Eatherly, por otra obtener beneficios que mejorasen su economía.
Eatherly logró finalmente la libertad ansiada. Pero no porque las autoridades se la concediesen sino porque huyó del hospital.
En las páginas finales del libro Anders afirma que “Eatherly era libre aun antes de elegir la libertad. (…) Cada vez nos vemos más obligados a restringir el ejercicio de nuestra responsabilidad a los estrechos límites de la esfera privada (…) Eatherly en cambio se negó a aceptar esta restricción. Y su negativa, su constante predisposición a responsabilizarse de las consecuencias de actos en los que tan sólo participó, esta negativa y esta predisposición son actitudes pioneras en el continente moral del presente”.
Günter Anders cierra el libro en la ciudad de Viena el 26 de febrero de 1962 con esta reflexión:
“En efecto, el término “democracia” hace referencia a una situación en la que el individuo no sólo se hacer responsable de sus propios actos o de su trabajo, sino también de las consecuencias de dichos actos, que afectan al resto de los ciudadanos y a los seres humanos en general. La misma definición de democracia se contradice con la especialización y la división del trabajo, que hoy se ha transformado en una estricta división de responsabilidades. Antiguamente, el sastre, el panadero o el leñador de una comunidad (…) tenían derecho a intervenir en los concejos municipales y a decidir juntos sí, por ejemplo, era conveniente o no construir un puente sobre tal o cual rio. Cuando así lo hacían, no hablaban del puente del sastre, del panadero o del leñador sino del puente del pueblo para el pueblo. Cuando hoy después de deliberar, varias personas deciden que no hay que destruir el puente hacia el futuro, sólo hacen lo que ya hicieron sus antepasados: ejercer sus derechos democráticos.”
Claude Richard Eatherly murió en 1978 en el Hospital Militar de Waco y fue enterrado junto a su esposa.
EPILOGO
Imagino que ya sabéis que la ciudad bombardeada por error aquel 6 de agosto de 1945 fue Hiroshima.
El 9 de agosto de 1945, tres días más tarde, el Enola Gay bombardeó la ciudad de Nagashaki.
Japón se rindió el 15 de agosto y el 2 de septiembre a bordo del acorazado USS Missouri se hizo efectiva la aceptación de los términos de la Declaración de Postdam.
No diré que las políticas de post-guerra de otros países implicados en la segunda gran guerra del siglo XX fuesen acertadas o que sus estructuras político-administrativas sean ejemplares.
En el sótano de cada país, de cada sociedad, encontramos esqueletos, fantasmas y errores del pasado graves y vergonzosos.
Pero como no conozco lo que sucede en otras latitudes y vivo aquí…
Considero que en este país las cosas no se hicieron bien. Y no hablo del periodo de Post-Guerra.
Hablo del tan ponderado y alabado periodo de Transición.
Hablo de una Constitución que se pactó con los vencedores de la Guerra Civil bajo un rumor sordo de sables.
Hablo de unas instituciones y una Carta Magna que no responden a las necesidades de la población de este siglo XXI.
Hablo de la incapacidad de aceptar responsabilidades por parte de quienes gobiernan y continúan tratando al pueblo como menor de edad.
Hablo de la necesidad de limpiar esta casa común y hacer que nos sintamos tranquilos y orgullosos de lo que tenemos y podemos lograr…
A quienes hablan de la Transición, de la Constitución… de ese cacareado juego democrático que “generosamente nos regalaron”… creo que es momento de tomar decisiones, aceptar responsabilidades y hacer las cosas con honradez.
Creo que muchos y muchas deberían asumir “la culpa, la responsabilidad” con el mismo fervor que hizo el comandante Eatherly “el piloto loco de Hiroshima”…
Porque cada céntimo desviado de las arcas públicas, cada céntimo aceptado de comisión por enriquecer y favorecer a gente sin escrúpulo, cada recorte que pone en peligro la vida del pueblo, cada mal paso de los que se han dado y los que al parecer pretenden hacer… son en cierta forma pequeñas Hiroshimas, pequeñas Nagashakis…
Con la diferencia de que ustedes si saben cual es el resultado final, cual es la solución a la ecuación causa-efecto.
Portada de "El Piloto de Hiroshima. Más allá de los límites de la conciencia". Günter Anders. Correspondencia entre Claude Eatherly y günter Anders. Paidos Contextos.
Foto: Claude Robert Eatherly de Richard Avedon, 1963.
Blanca Fernández
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