A esta hora de la madrugada española no
se como habrá acabado el Primer Aniversario del Movimiento del 15-M. Lo único
que se es que la situación mundial no puede calificarse precisamente como
calmada y positiva.
Desde hace un año a diario me repito la
misma pregunta, ¿por qué la población no se indignó antes de 2011? y obtengo la
misma respuesta. Sinceramente no tengo ni idea
Y no es que el panorama internacional
antes de 2011 fuese precisamente calmado y positivo.
Recuerdo el día en que la Bolsa Española
experimentó la primera señal de alarma. Era un mes de agosto aparentemente
tranquilo para una parte de la población que estaba disfrutando de sus
vacaciones estivales y para la otra parte que ya las había disfrutado en julio
sin olvidar, que siempre les olvidamos, que otro sector de la población las
disfrutaría en septiembre.
Estaba en la radio trabajando. Y en uno
de esos momentos en los que todo parece controlado, en los que el directo de un
programa sigue la pauta establecida sin problemas dejé la cabina de producción
y fui a la zona de informativos para consultar las noticias de las que
informaba segundo a segundo una prestigiosa agenda.
Y como nada importante sucedía, minimicé
la pantalla y entré en mi cuenta de correo para comprobar si un gabinete de
prensa me había remitido el dossier que necesitaba para preparar una entrevista
dos días más tarde.
La plataforma en la que había abierto mi
cuenta de correo, diariamente ofrecía noticias breves. Normalmente se trataba
de temas sin demasiada trascendencia. Es terrible pero el verano desde que El
Monstruo del Lago Ness ya no es avistado, ha perdido impulso. Me disponía a
pulsar la bandeja de entrada cuando una noticia breve captó mi atención. Al
parecer fuentes solventes confirmaban la venta varios meses antes de unas tres
cuartas partes de la reserva de oro del Banco de España. Dicha operación había
sido autorizada por el Jefe del Gobierno y por el Ministro de Economía.
Me quedé perpleja. De ser cierto ¿a que
se debía aquella decisión? Sinceramente me parecía extraño. El oro desde
siempre ha sido un valor seguro. Al menos eso dicen los expertos en economía. (Al
parecer desde 1999 la opinión generalizada era que era mejor desprenderse de
los lingotes de oro para obtener mayor liquidez).
Pero como yo no me incluyo en la lista de
ese grupo de sesudos expertos no podía opinar. Lo único que sabía porque el
sentido común de origen genético con el que nace la clase obrera, era que
aquello de ser cierto no era lógico y no podía ser bueno.
Tras comprobar que el dossier que
esperaba había llegado a mi correo regresé a la cabina de producción y continué
con mi trabajo. A las 14:00h llegó la conexión con los informativos que como
cada día significaba media hora de repaso a la actualidad y la posibilidad para
nuestro equipo de engullir un pequeño bocadillo ultimar detalles de las dos
horas siguientes y relajarse un poco.
Yo me quedé rezagada mientras el resto
del equipo subía a la planta de redacción y mientras recogía una parte del guion
escuché como los servicios informativos abrían su espacio informando del
desplome de la Bolsa. No seguí escuchando. Subí rápidamente a redacción e
informé a mis compañeros. Aquello trastocaba el orden del guion previsto.
Debíamos encontrar a algún experto que nos contará que había sucedido y que
comentará cuales podían ser las consecuencias a corto y medio plazo.
En uno de esos momentos frenéticos que
viven los productores de radio cuando hay que trabajar contra reloj encontramos
al experto en cuestión que ese momento estaba disfrutando de sus vacaciones
estivales y nos prometió que antes de entrar en antena se informaría sobre el
tema y haría una valoración.
Cuando reanudamos el programa y el
experto en banca entró en antena por teléfono, analizó sesudamente la cuestión.
Recuerdo que a cada palabra que él decía yo me cabreaba más y más. Yo no soy
una experta en temas macroeconómicos pero no necesitabas ser un lince para
darte cuenta de que la cosa no pintaba nada bien.
Finalmente la realizadora me presentó
ante la audiencia y ante el invitado y formulé una pregunta larga (ya sabéis
que no se sintetizar) pero clara: la gente que ese momento estaba de vacaciones
o los que estaban regresando a casa después de la jornada intensiva de verano,
¿debían preocuparse por el futuro económico del país, por su futuro, no solo a
corto plazo sino a medio plazo?
Y todavía hoy recuerdo la respuesta del
experto en banca: no había nada de lo que preocuparse, la Bolsa en ocasiones
sufría vaivenes que eran puntuales, el sistema bancario español era uno de los
más solidos y serios, y la zona Euro estaba a salvo. Los que estaban de
vacaciones podían tomarse el café de sobremesa tranquilos y los que habían acabado
la jornada intensiva podían relajarse y descansar.
Mi conclusión en este momento de la
noche, años más tarde: menos mal que podíamos estar tranquilos, vamos pa habernos matao.
El resto no hace falta que lo cuente
porque ya sabemos como ha transcurrido el resto de la historia. Una caída en
picado y barrena que nos ha llevado a un desastre del que parece que todavía no
se ha escrito el epilogo ni las apostillas.
Lo más curioso es que ahora, todo el
mundo sabía que las cosas no iban bien. Pues entonces no se porque hemos
llegado a esto sinceramente.
Lo que resulta más gracioso, si es que
algo de lo que está sucediendo puede tener alguna gracia, es que como dice el
refrán “entre todos la mataron y ella sola se murió”. Es decir, que todos los
que estaban diseñando el plan maestro de la economía del mundo mundial erraron
el cálculo y se liaron soberanamente pero nadie reconoce su responsabilidad.
Un conocido economista reconvertido en
novelista octogenario y simpático desde hace meses habla de la necesidad de
revelarse contra el sistema que por los que recuerdo o al menos así lo he
entendido yo del que él ha formado parte y ha contribuido a mantener.
Un exministro de Economía esta tarde
lanzaba balones fuera en la red social de Twitter cargando contra el ejecutivo
actual por su política errática del tipo “donde dije Diego digo digo”.
Conocidos de profesión siguen cargando
contra los que hemos conservado nuestra fe en el sistema pero sin aportar
solución alguna, lo que se puede traducir en “si existe un problema pero no
aportas soluciones al mismo formas parte del problema”.
Otro de mis contactos al que hasta hace
unos años “la política le aburría” ahora lleva una temporada cargando contra
los políticos y el sistema.
El presidente de mi comunidad autónoma ha
explicado hace unas horas que para salvar los trastos su gobierno aplicará
nuevos recortes a la administración publica (léase el sueldo de los
funcionarios), la sanidad y la educación.
Uno de los defensores del pueblo de una
comunidad autónoma del norte del país ha dimitido de su cargo porque declaró
que la ley de la dependencia debería anularse.
Hace unas horas uno de los líderes
sindicales del país ha comentado en la televisión pública que están preparando
nuevas movilizaciones porque el país se va a pique.
Un antiguo alcalde, diputado y pensador
de prestigio anunciaba que renuncia a su pensión vitalicia como diputado (se me
antoja un poco tarde)
El recién elegido presidente de gobierno
de una republica vecina después de tomar posesión de su cargo ha viajado hasta
la capital económica de Europa para entrevistarse con la lideresa para hablar
de lo mal que está el panorama.
Y para rematar la jornada Grecia ha
anunciado que no hay forma posible de constituir un gobierno de coalición que
salve al país y por tanto se celebrarán nuevas elecciones en junio. Sin olvidar
que algunas voces apuntan a que Grecia puede que abandone el sistema Euro tal
vez en el próximo mes.
Sinceramente a estas alturas no se si voy
o vengo o si me quedo.
El planteamiento de una zona monetaria única
nació muerto sinceramente. Por mucho que nos cuenten que se hizo por el bien de
los ciudadanos y las ciudadanas a mi me parece que no fue esa la razón.
Los responsables de la UE en un ataque de
megalomanía quisieron inventar un sistema económico y monetario que plantase
cara a los EEUU.
Y aquí reside el error más básico.
La bandera de los EEUU es conocida como
Barras y Estrellas. Las estrellas representan a cada uno de los Estados de la
Unión. No diré que sea este un país perfecto puesto que cuando hay seres
humanos de por medio la perfección desaparece.
Pero lo que si han conseguido a lo largo
de su historia ha sido algo fundamental. Cada ciudadano de cada Estado esta
orgulloso de sus costumbres y peculiaridades. Cada ciudadano de cada Estado
rivalizará con los demás en cantar las alabanzas a su estado. Pero cuando
tienen que arrimar el hombro, cuando tienen que salir al exterior, los estados
dejan paso al Estado de la Unión. Ya no son de Columbia, Washington o Nueva
York, son simplemente ciudadanos de los EEUU y punto. Barras y Estrellas y un
solo himno.
Y aunque esté claro que no hablo de EEUU
como el colmo de la perfección, insisto, Europa no funciona así porque no es un
estado único. La Unión Europea no funciona porque es como un edificio habitado
por gente dispar y diferente que siempre barre para casa. Hasta hace unos años
nuestros vecinos de frontera se entrenaban periódicamente destrozando los
camiones que transportaban nuestros productos agrícolas.
Hace unos meses se desató una crisis
sanitaria debido a la presencia en ciertos productos agrícolas de una bacteria
letal para los humanos. Y lo más práctico no fue descubrir el origen de la
contaminación y combatirlo. Antes de hacerlo el país de la lideresa afirmó que
la culpa era de los productos españoles.
Si repasamos las hemerotecas recordaremos
que en otra ocasión se nos aconsejó como solo la Unión Europea puede aconsejar
que revisáramos nuestra producción de vino y aceite porque no se ajustaba a las
normas establecidas.
En otra ocasión….bueno han sido tantas
que ya pierdo la cuenta.
A los países que se consideran mejor
situados en este selecto club siempre se les ha dado bien mirar por encima del
hombro a los que según los chistes eran las potencias mundiales España, Grecia
y Portugal. Siempre se les ha dado estupendamente organizar la vida del resto
de los países que como si se hallaran ante una boa gigantesca han sucumbido
hipnotizados por vaya usted a saber que argumentos.
Que la UE decía que había que reconvertir
la industria metalúrgica y naval pues la reconvertíamos, que Europa decía que debíamos
hacer tal o cual pues se hacia y punto. Bruselas dixit.
Por el momento y sin saber como los
ciudadanos de este bendito país, de esta piel de toro mediterránea, mantenemos
una infraestructura que resulta asfixiante:
-ayuntamientos
-diputaciones
-gobiernos autónomos
-gobierno central
-parlamentos autónomos
-congreso y senado
-parlamento europeo
Sin olvidar el componente humano de alcaldes,
concejales, secretarios, subsecretarios, diputados, eurodiputados, senadores, ministros,
consejeros…policías locales, policías autonómicas, policías estatales,
ejercito, policía europea…sin hablar de instituciones que resultan obsoletas y
fuera de lugar en este siglo XXI.
En realidad los ciudadanos y ciudadanas
de este país somos verdaderos héroes y heroínas porque no solo servimos pan en
nuestra mesa, sino que servimos el pan, los canapés, los ágapes oficiales, los
desayunos de trabajo…Y al parecer todavía nos pueden exprimir un poquito más.
Hace unos años hablar mal de Europa era
casi tan peligroso como decir que no te gustaba el cine español. Podías ver
como a tu espalda había crecido milagrosamente una hoguera para inmolarte por
hereje intelectual.
Pues mira a mi me queda la satisfacción
tal vez estúpida pero mía al fin y al cabo de haber sido una euroescéptica. Con
ello no os diré que me alegra la situación actual. En absoluto.
Imagino que lo que pasa en mi ciudad pasa
en las demás ciudades del Estado. Me refiero a que me hiela el corazón ver
tanto cartel de cierre por cese del negocio, liquidación total, el alquiler, en
venta…Son tantos los locales que antes formaban parte del tejido económico de
la ciudad que ahora me miran como cuencas vacías, sin ojos, ciegas.
Son tantos los sueños rotos, destrozados.
Son tantas las familias que han perdido el tren. Son tantos los que lucharon
por el pan y la sal y ahora no tienen nada.
Mi pregunta sigue siendo la misma ¿Por
qué no nos indignamos antes del 15-M?
Aunque la respuesta la he encontrado
mientras os cuento mis cuitas.
Sencillamente porque somos buena gente,
gente confiada que creímos lo que nos enseñaron cuando niños. Si cumplíamos la
ley, si éramos respetuosos, si nos ganábamos el pan con el sudor de nuestra
frente no pasaría nada y el final de nuestra vida sería tranquilo.
Lo que a estas alturas a mi me indigna es
que los responsables de este desastre no hayan asumido su culpa, no hayan
hablado de rebajarse el sueldo, no hayan dicho que trabajaran de sol a sol para
reparar lo que han destrozado. Evidentemente a nivel material. Porque a nivel
moral han pisoteado el bien más precioso de un ser humano, la confianza en si
mismo y en sus semejantes.
Lo que más me molesta es que cierta
institución que dice practicar el voto de la pobreza (lo de la obediencia y la
castidad ya lo dejamos para otro día) y cuyo reino no es de este mundo no solo
se dedique a dictar normas de conducta sino que resulte insolidaria y cifre sus
activos no en logros espirituales sino en logros materiales, lo que la aleja a
todas luces del espíritu en el que presuntamente basa sus enseñanzas (expulsar
a los mercaderes del templo).
No quiero resultar pesimista pero creo
que la situación va para largo. Y lo que de veras se me escapa es como acabará.
Porque tanta armonía fingida entre países, es eso solamente fingida.
Antes de desearos una buena noche o buena
jornada dependiendo de vuestra latitud geográfica, me gustaría recuperar un par
de entrevistas que se publicaron en la prensa española el año pasado.
El entrevistado era un octogenario que
publicó un libro que llamaba a la indignación. Nos lo vendieron como paladín de
la libertad y poco menos que como héroe intergaláctico. Si prestamos atención a
sus respuestas comprobamos que nadie leyó la entrevista en profundidad ni se
percató de que el buen señor en su momento también podía haber hecho algo para
mejorar el sistema del que formaba parte.
En fin que como decía la letra de una
canción de los 80 son “malos tiempos para la lírica”.
Pero lo importante es no rendirse. No permitáis
que sigan rompiendo vuestros sueños, no les dejéis entrar en vuestras vidas
como ladrones nocturnos decidles lo que pensáis. Inundad sus correos con
vuestra opinión, hacedles saber que estáis vivos.
Están tan acostumbrados a que nadie les
replique que creen que el mundo es su finca privada. Y a base de repetirse lo
estupendos y superiores que son se lo han creído. Ahora es vuestro tiempo. Si queréis
expresaros hacedlo. Si queréis haceros oír hacedlo. Habéis escuchado sus
discursos demasiado tiempo. Ahora les corresponde a ellos escuchar el vuestro.
Sois la fuerza, el motor del mundo, la
esperanza del futuro. No os rindáis. Porque como decía Rocky Balboa “Nada acaba
hasta que tu no decides que ha acabado” Así que vosotros tenéis la última
palabra. No lo olvidéis.
Pd: Al Parecer Hollande y Merkel insisten en que Grecia continúe en el sistema Euro. Los expertos en economía opinan que España podría acabar como Argentina en la época del corralito y el 15-M no acabó del todo mal. En fin la vida sigue. Feliz jornada.
ENTREVISTA A STÉPHANE HESSEL
Hessel: "La indignación debe ir
seguida de compromiso"
Con 93 años, este diplomático francés,
escritor y activista del progreso, ha inspirado a los jóvenes europeos, y con
mucha fuerza a los españoles, bajo el lema de su libro: '¡Indignaos!'.
JESÚS RUIZ MANTILLA
29/05/2011
Con 93 años, este diplomático francés, escritor y activista del
progreso, ha inspirado a los jóvenes europeos, y con mucha fuerza a los
españoles, bajo el lema de su libro: '¡Indignaos!'.
Sobre la mesa de su salón parisiense, Stéphane Hessel guarda un
ejemplar de EL PAÍS en el que aparece una foto con jóvenes españoles
indignados. Pertenece a los primeros días de la convocatoria de una ola de
manifestaciones bajo el título de su libro, que va camino de vender 400.000
ejemplares en España y que ha alcanzado los dos millones en Francia.
"Progreso no significa acelerarse, sino tender a un mundo
mejor"
"El final del siglo XX fue prometedor. Luego se rompió el
orden mundial"
Este chaval de 93 años apareció en el momento justo, con la
palabra justa. Su único mérito ha sido recapitular. Colocar en alza valores que
hoy están amenazados y que han costado años y décadas de lucha y sacrificio.
Libertad, igualdad, justicia, legalidad, compromiso, derechos humanos. Palabras
labradas a base de sangre y fuego, en su caso no con demagogia barata. Porque
Hessel tiene sus razones para indignarse cuando vislumbra la amenaza de verlas
desaparecer. No es un charlatán, ni un panfletario, aunque reivindique el
género en el que Marx y Engels redactaron el Manifiesto
comunista -él no comulga con ello- o Zola lanzara su Yo acuso sobre el caso Dreyfus.
Nacido en Berlín en 1917, se convirtió en francés después de que
sus padres huyeran de la amenaza nazi y se instalaran en París. Se enroló en la
Resistencia, fue condenado a muerte y torturado por la Gestapo, pasó temporadas
en varios campos de concentración y fue testigo de excepción en la histórica
redacción de la Declaración de Derechos Humanos. Una vida y una altura moral
más que suficientes para sacudir conciencias a nivel global. Un héroe civil, un
agitador pacífico y con las ideas claras.
Miles de personas manifestándose en España
al grito de "¡Indignaos!". Estará satisfecho. Su mensaje ha calado. Ya lo
he visto. Me alegro. Cuando empezamos con la idea de este pequeño libro
teníamos a Francia en la cabeza. Ocurrió que en pocas semanas se produjeron
varios acontecimientos. La popularidad de Sarkozy se fue hundiendo, lo mismo
ocurrió en Italia con Berlusconi, e incluso en España con Zapatero, y en
Portugal con Sócrates. Antes de que se produjeran las revueltas del norte de
África, la idea de que los Gobiernos de varias partes del mundo rozaban
comportamientos que provocaban la indignación de la gente era algo que
raramente habíamos visto.
Y le dio por escribir este discurso y
convertirlo en libro. No es un trabajo literario, en absoluto.
Queríamos lanzar algo corto y estimulante. Puede que hasta tenga faltas de
sintaxis. La editora se sentó justo donde está usted ahora, yo empecé a hablar,
lo redactó, me lo dio, lo corregimos y lo lanzamos.
Como una entrevista. Una pena para mí,
podía haberme tocado, ya que estamos. Exactamente, así
ocurrió. Lo digo porque surgió de manera natural, como una conversación. Y una
vez en la calle corrió como la pólvora.
Es que hay mucha gente esperando un
discurso que aglutine ciertos sentimientos. La palabra justa, la expresión que
todos tienen en la cabeza. Esa indignación. Lo he
podido comprobar, efectivamente. Pero el libro está basado en dos textos: el
programa de la Resistencia, no muy bueno, pero escrito en el momento y en el
lugar justos; cuando los franceses se sentían acorralados por un enemigo como
los nazis. El otro es la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
De la que usted fue testigo de excepción. Estuve
allí cuando se redactó. Yo era demasiado joven para formar parte de ese grupo
de 12 sabios, pero fui asistente. Les ayudé a organizar las reuniones, a
redactar las actas. Los que estaban allí eran figuras de primer nivel en la
esfera de la política y el derecho como la viuda del presidente Roosevelt,
Eleanor. Se encontraban en Nueva York y en Ginebra y yo me encargaba de
prepararles los papeles y asegurarme de que hacían el trabajo.
¿Vigilándoles? Como
secretario. Yo era un joven diplomático, carecía de autoridad, pero me sobraba
curiosidad. Tenía motivaciones muy profundas para que el trabajo saliera de la
mejor manera. El hecho de haber acabado la guerra en tres campos de
concentración era suficiente impulso para mí.
Estuvo usted en Buchenwald. Allí
conocí a Jorge Semprún. Un gran amigo; guardo una anécdota de él importante.
Cuando llegó al campo y le preguntaron a qué se dedicaba respondió: estudiante.
"Si pongo eso", dijo el que tomaba el registro, "le matarán
inmediatamente, voy a dejar las primeras letras y lo voy a transformar en
estucador. Así, por lo menos, le asignarán trabajos manuales". Era lo
único que buscaban. Pero volvamos a ¡Indignaos!
Me gustaría que contara el significado que
para usted lleva ese término. Es una palabra que utiliza con un sentido
positivo. Apela a aquellos que la sienten para contagiársela a quienes no la
llevan dentro. Contiene su lado positivo, pero también sus partes oscuras.
Y si es así, ¿cómo cree que se puede
contagiar su parte de luz? Le confieso que el título fue
propuesto por la editora, Sylvie Crossman. Pero lo acepté inmediatamente.
¿Con su llamada imperativa? Sí,
señor, y con su signo de exclamación. Es fuerte. Mucho más de lo que yo hubiera
propuesto, porque no me considero un revolucionario, soy diplomático que cree
en la no violencia. Busco poner a la gente de acuerdo, más que enfrentarla.
Eso es bastante radical para los tiempos
que corren. Estamos rodeados de políticos que nos llevan a la guerra. ¿El
diálogo es hoy revolucionario? Puede ser. Pero si nos
atenemos a los significados, le diré que lo que más me convence de la palabra
es que contiene otro término fundamental: dignidad. Por eso lo acepté. Cuando
la dignidad se pone en cuestión es necesario reaccionar. La indignación viene
del pisoteo de la dignidad que cada ser humano lleva consigo. Por eso siempre
me remito a la Declaración de Derechos Humanos. En su artículo primero ya dice:
Todos los seres humanos somos iguales en dignidad y en derechos.
Y ahora viene a apelar al compromiso. El
nuevo libro se titula precisamente Comprometeos.
Es el paso moral siguiente a la indignación. Nadie puede molestarse
por que el prójimo se comprometa con algo. Puede molestarse si se rebela, si se
remonta impulsivamente, eso es hacer el caldo a otros como Marine Le Pen [líder
de la ultraderecha en Francia]. Lo que ella proclama es eso, pero yo apoyo la
indignación en el sentido contrario. La que me sacude cuando los derechos
básicos son atacados, perseguidos. Enfadarse y ya, para mí no tiene sentido. La
ira no conduce a ninguna parte, debe ir seguida de compromiso.
Difícil. No
propongo a la gente que se enfade sin más, sino que se pregunte cuáles son las
razones que ponen en peligro esos valores fundamentales que hemos heredado y
que ahora tiemblan. No es fácil, no.
Sobre todo, aclararnos en toda esta
confusión. Un caldo de cultivo para diferentes indignaciones, para diferentes
intereses. Al leer el libro quedan claros los valores, los peligros y los
retos.
Son tres o cuatro. Empezando por los de la
Revolución Francesa. Por algunos de ellos. Otros, insisto, la
Declaración Universal de Derechos Humanos.
¿Los ve en la picota? Bastante,
pero no olvidemos que en el tiempo en que fue redactada aquella declaración, el
mundo todavía estaba amenazado por algunos totalitarismos. El fascismo había
sido derrotado. Pero el comunismo pervivía. Luego se ha ido imponiendo otra
ideología perversa basada en el mercado y nada más que en el mercado. Hoy,
usted y yo, sufrimos sus consecuencias, las de un grupo privilegiado que busca
sus beneficios a nuestras expensas. ¿Qué proponer como alternativa? La
democracia real.
Bonita palabra. Confiar
en depositar cada vez más poder en la gente común para que sus necesidades sean
la prioridad a resolver por los Gobiernos, el primer deber. Los Gobiernos deben
asegurar libertad, hermandad, igualdad y justicia social.
Y progreso. Otro concepto en crisis. Lo
confundimos con progreso técnico, científico, pero no con bienestar. Absolutamente.
Es algo muy sencillo, progresar significa tender a la mejoría. La palabra mejor
es importante. ¿Cuál es la diferencia entre el bien y el mal? ¿Es mejor ganar
dinero a cualquier precio o preservar la decencia y el honor? ¿Es mejor entrar
en la espiral de un progreso científico a toda costa o guardarnos de
descubrimientos que superen la dignidad del ser humano? Progreso no significa
acelerarse, sino ser consciente de cuáles son los valores que ayudan a crear un
mundo mejor y cuáles no. La democracia es exigente en sí. Demanda más a los
políticos y logra tejer un sistema del que es difícil salir bien parado si
actúas mal.
Volvamos a los claroscuros de la palabra
indignación. Hubo un tiempo en que aquel sentimiento le llevó a un camino
violento. ¿Qué sentía dentro, en sus tripas? No soy
un tipo violento. Puedo entender qué lleva a la gente a la violencia. Pero a mí
no me convence. Mi primera indignación tenía un nombre: los nazis. El fascismo
de Franco y Mussolini, incluso Stalin, de quien ya tuvimos noticias de sus
purgas en 1935. El totalitarismo. Además, teníamos el ejemplo de los
republicanos españoles como contraposición a los comunistas más cerrados. Yo
siempre me consideré demócrata, y cuando este sistema estaba en peligro me
indignaba. Pero incluso dudé. Los estragos de la I Guerra Mundial nos hacían
pensar a muchos que había que agotar todas las vías antes de entrar en otro
conflicto. Negociar y dar la palabra a la gente de los diferentes países. Solo
cuando vi claro que esta gente lo único que quería hacer era conquistar Europa
con métodos violentos me convencí de que había que enfrentarse a ellos por las
armas.
Pero esa indignación, físicamente, ¿era
equiparable a la que siente ahora? No, entonces era joven y con
ganas de luchar. Cuando llegó la hora, cuando vi que era necesario levantarme y
enfrentarme a ellos, me invadió un deseo de lucha. Me enrolé en el ejército sin
dudarlo. Y cuando se firmó el armisticio con los alemanes me volví a indignar.
Sentí que era una deshonra y una deslealtad con los británicos. Me opuse; era
inaceptable. ¿Qué podía hacer? ¿Luchar en Francia? ¿Unirme fuera a De Gaulle?
Eso es lo que hice.
Y tuvo una relación intensa con él, han
contado algunos. No. Yo era muy joven y un oficial de bajo rango. Pero tuve el
privilegio al llegar a Londres de cenar con él en la intimidad. Me convocó.
Quería saber qué pensaba de él un joven estudiante de la Escuela Normal
Superior, muy prestigiosa entonces en Francia. Deseaba conocer lo que
opinábamos de él los estudiantes de ese nivel.
Por lo menos, y gracias a la fortuna,
también De Gaulle se indignó. Cosa que no ocurría entre una enorme parte de los
franceses. Aquello fue tan extraño en un país que había levantado las banderas
de la democracia en todo el mundo... ¿Qué ocurrió? Francia
había sido tremendamente golpeada. Lo que había ocurrido entre mayo y junio de
1940 es algo muy raro en la historia. No solo fue una victoria militar. Fue una
enorme derrota, humillante, en la que la gente tuvo que huir de sus casas hacia
lugares insospechados. A muchos, el armisticio les supuso un respiro. La paz
era tentadora para mucha gente, pero aquello no era paz.
¿Era una humillación? Además,
había otros factores. La amenaza de los soviéticos aterrorizaba a la burguesía,
mientras que los fascismos no tanto, creían que no atentaban tanto a su modo de
vida. Además, los nazis garantizaban el freno a los comunistas más que nadie.
Luego, en su caso particular vino otra
nueva indignación. ¡La Gestapo!
Ahí sufrió en sus propias carnes el
peligro. ¿Cómo fue su detención? En el momento en que me
arrestaron estaba seguro de que no sobreviviría. Me detuvieron bajo cargos de
delitos criminales graves. Sabían que había llegado de Londres para reforzar la
Resistencia.
Incluso, que usted era judío. Eso no
lo sabían. Me conocían poco. Si se hubiesen enterado de que mi padre era un
judío emigrado de Berlín, me habrían tratado de otra forma. Pero lo hicieron
como a un espía de nivel. Y, ¿qué haces con un espía? Obviamente, sacarle
información.
¿Bajo torturas? Efectivamente.
En la bañera, ahogándome. Pero no consiguieron que delatara a nadie, y eso fue
una satisfacción para mí. Después me condenaron a muerte. Afortunadamente, la
justicia era lenta y me internaron en Buchenwald y la orden de ahorcarme llegó
muy tarde. Ya entonces pude cambiar mi identidad con alguien que había
fallecido sin que se dieran cuenta. Era una persona que no estaba condenada a
muerte. Así me libré.
Me imagino que en aquellos días la
indignación se había convertido en terror. No
exactamente. Se transformó en algo que solo un joven patriota puede sentir. Ese
convencimiento henchido en el que crees que has cumplido con tu deber y te has
sacrificado por tu país.
¡Un héroe! [Risas]
Le cuento algo Cuando me detuvieron cogí un trozo de papel y escribí un soneto
de Shakespeare que sabía de memoria: "No longer morn for me when I am
dead...". Como diciendo, si me fusilan mañana, que mi esposa sepa que no
quiero luto, sino que sea feliz. Ridículo, esto siempre resulta ridículo.
Es una manera noble de enfrentarse a la
muerte. La vida está llena de ironías.
Si le hubieran dicho entonces que
cumpliría 93 años... ¡Y tanto! Mi siguiente indignación llegó
en los campos de concentración. Yo sabía que la guerra era violenta. Pero lo
que nunca pude sospechar es el grado de brutalidad al que podíamos llegar los
seres humanos.
Pasó de sentirse un héroe a otro estado:
el de víctima. No solo una víctima individual, sino parte de una colectividad.
Porque yo, personalmente, tuve suerte. Me salvé entre un grupo de 36 condenados
a muerte. Yo y dos personas más. Me enviaron a otro campo y me escapé. Cuando
lo logré me volvieron a capturar y me internaron en Dora. Allí se debatían
entre colgarme o darme 25 latigazos. Pero me libré de ambas cosas porque le
dije al oficial que me interrogaba: Estoy seguro de que usted, que es valiente,
como yo, habría intentado escapar. Lo hice, pero fallé, con lo que no les puedo
causar daño. Todo eso se lo expliqué en alemán, que es mi idioma materno. Si no
hubiese hablado su lengua, seguramente nadie me habría librado del castigo.
En su vida han existido también momentos
de alegría. Como el de la Declaración de Derechos. Poner de acuerdo en una
posición común a países tan distintos como Francia, EE UU, la URSS o Arabia
Saudí sería un esfuerzo titánico. ¿Costó? Lo
atestigüé de primera mano. Si no se hubiera conseguido en 1948, las tensiones
posteriores lo habrían hecho imposible después. En ese momento histórico, los
soviéticos se abstuvieron, Arabia, también, y así permitieron su aprobación.
Fue el momento. Un texto ambicioso para la historia de la humanidad.
Supongo que en aquellos momentos su indignación
dio paso a la esperanza. Pues sí. Ese momento fue de
auténtica, de verdadera y gran esperanza en el entendimiento de las naciones
tras la guerra. Estábamos convencidos de que aquel texto encarrilaría a buena
parte del mundo en el camino de la libertad y la justicia. Pero aquello duró
poco, porque después llegó otro sentimiento: la ansiedad que producía el
peligro de una tercera guerra, que no sería como las otras, sino que traería
consigo la catástrofe nuclear. El mundo había conocido dos horrores: el
Holocausto e Hiroshima, y eso nos producía un enorme temor. Era un mundo
complicado e inseguro. Sentíamos que si la ONU no conseguía éxitos en sus
programas de desarrollo y respeto a los derechos humanos, todo se iría
derrumbando.
¿Le queda algo del optimismo de entonces? Todavía
creo que existen pequeños y lentos pasos adelante y que continuarán, con
retrocesos y avances. La última década del siglo XX fue muy prometedora.
Después de la caída del Muro estábamos convencidos de habernos adentrado en una
nueva era. En 2000 se llegó a un acuerdo bajo la presidencia de Kofi Annan de
los objetivos del milenio. Pero cayeron las Torres Gemelas... Y empezamos el
siglo XXI muy mal.
Con la amenaza terrorista, pero también
con la ruptura de las reglas internacionales por parte de Bush, Blair y Aznar.
¿Qué supuso aquello para el orden mundial? Aquello
es parte de mi indignación presente. El hecho de que los ciudadanos sean
conscientes de que estábamos dando grandes pasos adelante y esos líderes los
frenaran en seco y nos colocaran en la dirección equivocada.
¿No fue aquello una especie de paripé de
cruzados por la democracia que en realidad representaban una especie de
fascismo travestido? Desde luego. Una de las reglas básicas a
respetar en ese nuevo orden mundial que empezaba a configurarse a finales del
siglo XX era el derecho internacional. Romperlo era adentrarse en lo peor.
Contra gobernantes de ignorancia supina,
¿qué se puede hacer? ¡Indignarse! Necesitamos otros
gobernantes, y también, compromiso de la sociedad para aupar a los más
decentes. No podemos caer en esa desazón de la juventud, ni en pensar que todos
los políticos son iguales, porque no es cierto. La rabia y la indiferencia no
nos llevan a ninguna parte.
En su vida ha existido otra indignación
persistente: Palestina. De nuevo, la ruptura de las
reglas internacionales, la brutalidad impuesta, la situación en Gaza y
Cisjordania aúnan todo lo que más he detestado en mi vida. Parecida a la que
sentí en los campos de concentración. Siento un gran aprecio por el Estado de
Israel, pero cuando su Gobierno se comporta de una manera similar a los peores
Gobiernos que yo he tenido que soportar en mi vida, no puedo admitirlo y me
rebelo y denuncio esos abusos cometidos por ellos con el permiso de Estados
Unidos, la Unión Europea y algunas empresas involucradas en la situación. Es lo
mismo que siento respecto a la incapacidad para ponerse de acuerdo sobre el
cambio climático. Espero que ahora Obama, tras haber acabado con Bin Laden y
ganado popularidad, pueda avanzar en ciertas cosas.
Por cierto, ¿qué opina de ese episodio? Bueno,
yo me alegro de que se haya acabado con él. Era un asesino capaz de cosas
espantosas. Sobre todo, de haberle dado al islam una imagen siniestra en el
mundo. Y no es así. La gente de los países árabes se ha encargado en pocos
meses de hacernos saber que aspiran al sentido común con sus revueltas. Pero,
volviendo a Bin Laden, hubiera sido deseable otro método: la detención, un
juicio.
¿Dónde queda Europa con esas amenazas de
políticas antiinmigración? Justo ese es el objetivo de mi
libro. Concienciar a la gente para afrontar los nuevos retos con valores
dignos. No son nuestras ínfimas naciones las que están en peligro, es nuestro
mundo, cada vez más amenazado por corrientes como los neocons o quienes no se
mentalizan en el trato al medio ambiente. La fe en el compromiso es clave. No
estamos condenados al fracaso, pero para evitarlo hay que dar un paso adelante.
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