Blog Urbano y de Vanguardia. La Pequeña Balboa, desde las ondas a las letras,
comprometiéndose con la actualidad , con los problemas sociales y con el día a día.

Violencia de género, Niños robados, Injusticias sociales,
La realidad de los pensionistas, El Alzheimer
como la gran lacra de la sociedad, Ley de Dependencia...

Opiniones personales, la vida cotidiana. Ideas, reflexiones. Comunicación personal.

miércoles, 16 de mayo de 2012

15-M. YO ME INDIGNO,TU TE INDIGNAS, ÉL/ELLA SE INDIGNAN...¿POR QUE NO NOS INDIGNAMOS ANTES?


A esta hora de la madrugada española no se como habrá acabado el Primer Aniversario del Movimiento del 15-M. Lo único que se es que la situación mundial no puede calificarse precisamente como calmada y positiva.

Desde hace un año a diario me repito la misma pregunta, ¿por qué la población no se indignó antes de 2011? y obtengo la misma respuesta. Sinceramente no tengo ni idea

Y no es que el panorama internacional antes de 2011 fuese precisamente calmado y positivo.

Recuerdo el día en que la Bolsa Española experimentó la primera señal de alarma. Era un mes de agosto aparentemente tranquilo para una parte de la población que estaba disfrutando de sus vacaciones estivales y para la otra parte que ya las había disfrutado en julio sin olvidar, que siempre les olvidamos, que otro sector de la población las disfrutaría en septiembre.

Estaba en la radio trabajando. Y en uno de esos momentos en los que todo parece controlado, en los que el directo de un programa sigue la pauta establecida sin problemas dejé la cabina de producción y fui a la zona de informativos para consultar las noticias de las que informaba segundo a segundo una prestigiosa agenda.

Y como nada importante sucedía, minimicé la pantalla y entré en mi cuenta de correo para comprobar si un gabinete de prensa me había remitido el dossier que necesitaba para preparar una entrevista dos días más tarde.

La plataforma en la que había abierto mi cuenta de correo, diariamente ofrecía noticias breves. Normalmente se trataba de temas sin demasiada trascendencia. Es terrible pero el verano desde que El Monstruo del Lago Ness ya no es avistado, ha perdido impulso. Me disponía a pulsar la bandeja de entrada cuando una noticia breve captó mi atención. Al parecer fuentes solventes confirmaban la venta varios meses antes de unas tres cuartas partes de la reserva de oro del Banco de España. Dicha operación había sido autorizada por el Jefe del Gobierno y por el Ministro de Economía.

Me quedé perpleja. De ser cierto ¿a que se debía aquella decisión? Sinceramente me parecía extraño. El oro desde siempre ha sido un valor seguro. Al menos eso dicen los expertos en economía. (Al parecer desde 1999 la opinión generalizada era que era mejor desprenderse de los lingotes de oro para obtener mayor liquidez).

Pero como yo no me incluyo en la lista de ese grupo de sesudos expertos no podía opinar. Lo único que sabía porque el sentido común de origen genético con el que nace la clase obrera, era que aquello de ser cierto no era lógico y no podía ser bueno.

Tras comprobar que el dossier que esperaba había llegado a mi correo regresé a la cabina de producción y continué con mi trabajo. A las 14:00h llegó la conexión con los informativos que como cada día significaba media hora de repaso a la actualidad y la posibilidad para nuestro equipo de engullir un pequeño bocadillo ultimar detalles de las dos horas siguientes y relajarse un poco.

Yo me quedé rezagada mientras el resto del equipo subía a la planta de redacción y mientras recogía una parte del guion escuché como los servicios informativos abrían su espacio informando del desplome de la Bolsa. No seguí escuchando. Subí rápidamente a redacción e informé a mis compañeros. Aquello trastocaba el orden del guion previsto. Debíamos encontrar a algún experto que nos contará que había sucedido y que comentará cuales podían ser las consecuencias a corto y medio plazo.

En uno de esos momentos frenéticos que viven los productores de radio cuando hay que trabajar contra reloj encontramos al experto en cuestión que ese momento estaba disfrutando de sus vacaciones estivales y nos prometió que antes de entrar en antena se informaría sobre el tema y haría una valoración.

Cuando reanudamos el programa y el experto en banca entró en antena por teléfono, analizó sesudamente la cuestión. Recuerdo que a cada palabra que él decía yo me cabreaba más y más. Yo no soy una experta en temas macroeconómicos pero no necesitabas ser un lince para darte cuenta de que la cosa no pintaba nada bien.

Finalmente la realizadora me presentó ante la audiencia y ante el invitado y formulé una pregunta larga (ya sabéis que no se sintetizar) pero clara: la gente que ese momento estaba de vacaciones o los que estaban regresando a casa después de la jornada intensiva de verano, ¿debían preocuparse por el futuro económico del país, por su futuro, no solo a corto plazo sino a medio plazo?

Y todavía hoy recuerdo la respuesta del experto en banca: no había nada de lo que preocuparse, la Bolsa en ocasiones sufría vaivenes que eran puntuales, el sistema bancario español era uno de los más solidos y serios, y la zona Euro estaba a salvo. Los que estaban de vacaciones podían tomarse el café de sobremesa tranquilos y los que habían acabado la jornada intensiva podían relajarse y descansar.

Mi conclusión en este momento de la noche, años más tarde: menos mal que podíamos estar tranquilos, vamos pa habernos matao.

El resto no hace falta que lo cuente porque ya sabemos como ha transcurrido el resto de la historia. Una caída en picado y barrena que nos ha llevado a un desastre del que parece que todavía no se ha escrito el epilogo ni las apostillas.

Lo más curioso es que ahora, todo el mundo sabía que las cosas no iban bien. Pues entonces no se porque hemos llegado a esto sinceramente.

Lo que resulta más gracioso, si es que algo de lo que está sucediendo puede tener alguna gracia, es que como dice el refrán “entre todos la mataron y ella sola se murió”. Es decir, que todos los que estaban diseñando el plan maestro de la economía del mundo mundial erraron el cálculo y se liaron soberanamente pero nadie reconoce su responsabilidad.

Un conocido economista reconvertido en novelista octogenario y simpático desde hace meses habla de la necesidad de revelarse contra el sistema que por los que recuerdo o al menos así lo he entendido yo del que él ha formado parte y ha contribuido a mantener.

Un exministro de Economía esta tarde lanzaba balones fuera en la red social de Twitter cargando contra el ejecutivo actual por su política errática del tipo “donde dije Diego digo digo”.

Conocidos de profesión siguen cargando contra los que hemos conservado nuestra fe en el sistema pero sin aportar solución alguna, lo que se puede traducir en “si existe un problema pero no aportas soluciones al mismo formas parte del problema”.

Otro de mis contactos al que hasta hace unos años “la política le aburría” ahora lleva una temporada cargando contra los políticos y el sistema.

El presidente de mi comunidad autónoma ha explicado hace unas horas que para salvar los trastos su gobierno aplicará nuevos recortes a la administración publica (léase el sueldo de los funcionarios), la sanidad y la educación.

Uno de los defensores del pueblo de una comunidad autónoma del norte del país ha dimitido de su cargo porque declaró que la ley de la dependencia debería anularse.

Hace unas horas uno de los líderes sindicales del país ha comentado en la televisión pública que están preparando nuevas movilizaciones porque el país se va a pique.

Un antiguo alcalde, diputado y pensador de prestigio anunciaba que renuncia a su pensión vitalicia como diputado (se me antoja un poco tarde)

El recién elegido presidente de gobierno de una republica vecina después de tomar posesión de su cargo ha viajado hasta la capital económica de Europa para entrevistarse con la lideresa para hablar de lo mal que está el panorama.

Y para rematar la jornada Grecia ha anunciado que no hay forma posible de constituir un gobierno de coalición que salve al país y por tanto se celebrarán nuevas elecciones en junio. Sin olvidar que algunas voces apuntan a que Grecia puede que abandone el sistema Euro tal vez en el próximo mes.

Sinceramente a estas alturas no se si voy o vengo o si me quedo.

El planteamiento de una zona monetaria única nació muerto sinceramente. Por mucho que nos cuenten que se hizo por el bien de los ciudadanos y las ciudadanas a mi me parece que no fue esa la razón.

Los responsables de la UE en un ataque de megalomanía quisieron inventar un sistema económico y monetario que plantase cara a los EEUU.

Y aquí reside el error más básico.

La bandera de los EEUU es conocida como Barras y Estrellas. Las estrellas representan a cada uno de los Estados de la Unión. No diré que sea este un país perfecto puesto que cuando hay seres humanos de por medio la perfección desaparece.

Pero lo que si han conseguido a lo largo de su historia ha sido algo fundamental. Cada ciudadano de cada Estado esta orgulloso de sus costumbres y peculiaridades. Cada ciudadano de cada Estado rivalizará con los demás en cantar las alabanzas a su estado. Pero cuando tienen que arrimar el hombro, cuando tienen que salir al exterior, los estados dejan paso al Estado de la Unión. Ya no son de Columbia, Washington o Nueva York, son simplemente ciudadanos de los EEUU y punto. Barras y Estrellas y un solo himno.

Y aunque esté claro que no hablo de EEUU como el colmo de la perfección, insisto, Europa no funciona así porque no es un estado único. La Unión Europea no funciona porque es como un edificio habitado por gente dispar y diferente que siempre barre para casa. Hasta hace unos años nuestros vecinos de frontera se entrenaban periódicamente destrozando los camiones que transportaban nuestros productos agrícolas.

Hace unos meses se desató una crisis sanitaria debido a la presencia en ciertos productos agrícolas de una bacteria letal para los humanos. Y lo más práctico no fue descubrir el origen de la contaminación y combatirlo. Antes de hacerlo el país de la lideresa afirmó que la culpa era de los productos españoles.

Si repasamos las hemerotecas recordaremos que en otra ocasión se nos aconsejó como solo la Unión Europea puede aconsejar que revisáramos nuestra producción de vino y aceite porque no se ajustaba a las normas establecidas.

En otra ocasión….bueno han sido tantas que ya pierdo la cuenta.

A los países que se consideran mejor situados en este selecto club siempre se les ha dado bien mirar por encima del hombro a los que según los chistes eran las potencias mundiales España, Grecia y Portugal. Siempre se les ha dado estupendamente organizar la vida del resto de los países que como si se hallaran ante una boa gigantesca han sucumbido hipnotizados por vaya usted a saber que argumentos.

Que la UE decía que había que reconvertir la industria metalúrgica y naval pues la reconvertíamos, que Europa decía que debíamos hacer tal o cual pues se hacia y punto. Bruselas dixit.

Por el momento y sin saber como los ciudadanos de este bendito país, de esta piel de toro mediterránea, mantenemos una infraestructura que resulta asfixiante:

-ayuntamientos

-diputaciones

-gobiernos autónomos

-gobierno central

-parlamentos autónomos

-congreso y senado

-parlamento europeo

Sin olvidar el componente humano de alcaldes, concejales, secretarios, subsecretarios, diputados, eurodiputados, senadores, ministros, consejeros…policías locales, policías autonómicas, policías estatales, ejercito, policía europea…sin hablar de instituciones que resultan obsoletas y fuera de lugar en este siglo XXI.

En realidad los ciudadanos y ciudadanas de este país somos verdaderos héroes y heroínas porque no solo servimos pan en nuestra mesa, sino que servimos el pan, los canapés, los ágapes oficiales, los desayunos de trabajo…Y al parecer todavía nos pueden exprimir un poquito más.

Hace unos años hablar mal de Europa era casi tan peligroso como decir que no te gustaba el cine español. Podías ver como a tu espalda había crecido milagrosamente una hoguera para inmolarte por hereje intelectual.

Pues mira a mi me queda la satisfacción tal vez estúpida pero mía al fin y al cabo de haber sido una euroescéptica. Con ello no os diré que me alegra la situación actual. En absoluto.

Imagino que lo que pasa en mi ciudad pasa en las demás ciudades del Estado. Me refiero a que me hiela el corazón ver tanto cartel de cierre por cese del negocio, liquidación total, el alquiler, en venta…Son tantos los locales que antes formaban parte del tejido económico de la ciudad que ahora me miran como cuencas vacías, sin ojos, ciegas.

Son tantos los sueños rotos, destrozados. Son tantas las familias que han perdido el tren. Son tantos los que lucharon por el pan y la sal y ahora no tienen nada.

Mi pregunta sigue siendo la misma ¿Por qué no nos indignamos antes del 15-M?

Aunque la respuesta la he encontrado mientras os cuento mis cuitas.

Sencillamente porque somos buena gente, gente confiada que creímos lo que nos enseñaron cuando niños. Si cumplíamos la ley, si éramos respetuosos, si nos ganábamos el pan con el sudor de nuestra frente no pasaría nada y el final de nuestra vida sería tranquilo.

Lo que a estas alturas a mi me indigna es que los responsables de este desastre no hayan asumido su culpa, no hayan hablado de rebajarse el sueldo, no hayan dicho que trabajaran de sol a sol para reparar lo que han destrozado. Evidentemente a nivel material. Porque a nivel moral han pisoteado el bien más precioso de un ser humano, la confianza en si mismo y en sus semejantes.

Lo que más me molesta es que cierta institución que dice practicar el voto de la pobreza (lo de la obediencia y la castidad ya lo dejamos para otro día) y cuyo reino no es de este mundo no solo se dedique a dictar normas de conducta sino que resulte insolidaria y cifre sus activos no en logros espirituales sino en logros materiales, lo que la aleja a todas luces del espíritu en el que presuntamente basa sus enseñanzas (expulsar a los mercaderes del templo).

No quiero resultar pesimista pero creo que la situación va para largo. Y lo que de veras se me escapa es como acabará. Porque tanta armonía fingida entre países, es eso solamente fingida.

Antes de desearos una buena noche o buena jornada dependiendo de vuestra latitud geográfica, me gustaría recuperar un par de entrevistas que se publicaron en la prensa española el año pasado.

El entrevistado era un octogenario que publicó un libro que llamaba a la indignación. Nos lo vendieron como paladín de la libertad y poco menos que como héroe intergaláctico. Si prestamos atención a sus respuestas comprobamos que nadie leyó la entrevista en profundidad ni se percató de que el buen señor en su momento también podía haber hecho algo para mejorar el sistema del que formaba parte.

En fin que como decía la letra de una canción de los 80 son “malos tiempos para la lírica”.

Pero lo importante es no rendirse. No permitáis que sigan rompiendo vuestros sueños, no les dejéis entrar en vuestras vidas como ladrones nocturnos decidles lo que pensáis. Inundad sus correos con vuestra opinión, hacedles saber que estáis vivos.

Están tan acostumbrados a que nadie les replique que creen que el mundo es su finca privada. Y a base de repetirse lo estupendos y superiores que son se lo han creído. Ahora es vuestro tiempo. Si queréis expresaros hacedlo. Si queréis haceros oír hacedlo. Habéis escuchado sus discursos demasiado tiempo. Ahora les corresponde a ellos escuchar el vuestro.

Sois la fuerza, el motor del mundo, la esperanza del futuro. No os rindáis. Porque como decía Rocky Balboa “Nada acaba hasta que tu no decides que ha acabado” Así que vosotros tenéis la última palabra. No lo olvidéis.

Pd: Al Parecer Hollande y Merkel insisten en que Grecia continúe en el sistema Euro. Los expertos en economía opinan que España podría acabar como Argentina en la época del corralito y el 15-M no acabó del todo mal. En fin la vida sigue. Feliz jornada.


ENTREVISTA A STÉPHANE HESSEL

Hessel: "La indignación debe ir seguida de compromiso"

Con 93 años, este diplomático francés, escritor y activista del progreso, ha inspirado a los jóvenes europeos, y con mucha fuerza a los españoles, bajo el lema de su libro: '¡Indignaos!'.

JESÚS RUIZ MANTILLA 29/05/2011

Con 93 años, este diplomático francés, escritor y activista del progreso, ha inspirado a los jóvenes europeos, y con mucha fuerza a los españoles, bajo el lema de su libro: '¡Indignaos!'.

Sobre la mesa de su salón parisiense, Stéphane Hessel guarda un ejemplar de EL PAÍS en el que aparece una foto con jóvenes españoles indignados. Pertenece a los primeros días de la convocatoria de una ola de manifestaciones bajo el título de su libro, que va camino de vender 400.000 ejemplares en España y que ha alcanzado los dos millones en Francia.

"Progreso no significa acelerarse, sino tender a un mundo mejor"

"El final del siglo XX fue prometedor. Luego se rompió el orden mundial"

Este chaval de 93 años apareció en el momento justo, con la palabra justa. Su único mérito ha sido recapitular. Colocar en alza valores que hoy están amenazados y que han costado años y décadas de lucha y sacrificio. Libertad, igualdad, justicia, legalidad, compromiso, derechos humanos. Palabras labradas a base de sangre y fuego, en su caso no con demagogia barata. Porque Hessel tiene sus razones para indignarse cuando vislumbra la amenaza de verlas desaparecer. No es un charlatán, ni un panfletario, aunque reivindique el género en el que Marx y Engels redactaron el Manifiesto comunista -él no comulga con ello- o Zola lanzara su Yo acuso sobre el caso Dreyfus.

Nacido en Berlín en 1917, se convirtió en francés después de que sus padres huyeran de la amenaza nazi y se instalaran en París. Se enroló en la Resistencia, fue condenado a muerte y torturado por la Gestapo, pasó temporadas en varios campos de concentración y fue testigo de excepción en la histórica redacción de la Declaración de Derechos Humanos. Una vida y una altura moral más que suficientes para sacudir conciencias a nivel global. Un héroe civil, un agitador pacífico y con las ideas claras.

Miles de personas manifestándose en España al grito de "¡Indignaos!". Estará satisfecho. Su mensaje ha calado. Ya lo he visto. Me alegro. Cuando empezamos con la idea de este pequeño libro teníamos a Francia en la cabeza. Ocurrió que en pocas semanas se produjeron varios acontecimientos. La popularidad de Sarkozy se fue hundiendo, lo mismo ocurrió en Italia con Berlusconi, e incluso en España con Zapatero, y en Portugal con Sócrates. Antes de que se produjeran las revueltas del norte de África, la idea de que los Gobiernos de varias partes del mundo rozaban comportamientos que provocaban la indignación de la gente era algo que raramente habíamos visto.

Y le dio por escribir este discurso y convertirlo en libro. No es un trabajo literario, en absoluto. Queríamos lanzar algo corto y estimulante. Puede que hasta tenga faltas de sintaxis. La editora se sentó justo donde está usted ahora, yo empecé a hablar, lo redactó, me lo dio, lo corregimos y lo lanzamos.

Como una entrevista. Una pena para mí, podía haberme tocado, ya que estamos. Exactamente, así ocurrió. Lo digo porque surgió de manera natural, como una conversación. Y una vez en la calle corrió como la pólvora.

Es que hay mucha gente esperando un discurso que aglutine ciertos sentimientos. La palabra justa, la expresión que todos tienen en la cabeza. Esa indignación. Lo he podido comprobar, efectivamente. Pero el libro está basado en dos textos: el programa de la Resistencia, no muy bueno, pero escrito en el momento y en el lugar justos; cuando los franceses se sentían acorralados por un enemigo como los nazis. El otro es la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

De la que usted fue testigo de excepción. Estuve allí cuando se redactó. Yo era demasiado joven para formar parte de ese grupo de 12 sabios, pero fui asistente. Les ayudé a organizar las reuniones, a redactar las actas. Los que estaban allí eran figuras de primer nivel en la esfera de la política y el derecho como la viuda del presidente Roosevelt, Eleanor. Se encontraban en Nueva York y en Ginebra y yo me encargaba de prepararles los papeles y asegurarme de que hacían el trabajo.

¿Vigilándoles? Como secretario. Yo era un joven diplomático, carecía de autoridad, pero me sobraba curiosidad. Tenía motivaciones muy profundas para que el trabajo saliera de la mejor manera. El hecho de haber acabado la guerra en tres campos de concentración era suficiente impulso para mí.

Estuvo usted en Buchenwald. Allí conocí a Jorge Semprún. Un gran amigo; guardo una anécdota de él importante. Cuando llegó al campo y le preguntaron a qué se dedicaba respondió: estudiante. "Si pongo eso", dijo el que tomaba el registro, "le matarán inmediatamente, voy a dejar las primeras letras y lo voy a transformar en estucador. Así, por lo menos, le asignarán trabajos manuales". Era lo único que buscaban. Pero volvamos a ¡Indignaos!

Me gustaría que contara el significado que para usted lleva ese término. Es una palabra que utiliza con un sentido positivo. Apela a aquellos que la sienten para contagiársela a quienes no la llevan dentro. Contiene su lado positivo, pero también sus partes oscuras.

Y si es así, ¿cómo cree que se puede contagiar su parte de luz? Le confieso que el título fue propuesto por la editora, Sylvie Crossman. Pero lo acepté inmediatamente.

¿Con su llamada imperativa? Sí, señor, y con su signo de exclamación. Es fuerte. Mucho más de lo que yo hubiera propuesto, porque no me considero un revolucionario, soy diplomático que cree en la no violencia. Busco poner a la gente de acuerdo, más que enfrentarla.

Eso es bastante radical para los tiempos que corren. Estamos rodeados de políticos que nos llevan a la guerra. ¿El diálogo es hoy revolucionario? Puede ser. Pero si nos atenemos a los significados, le diré que lo que más me convence de la palabra es que contiene otro término fundamental: dignidad. Por eso lo acepté. Cuando la dignidad se pone en cuestión es necesario reaccionar. La indignación viene del pisoteo de la dignidad que cada ser humano lleva consigo. Por eso siempre me remito a la Declaración de Derechos Humanos. En su artículo primero ya dice: Todos los seres humanos somos iguales en dignidad y en derechos.

Y ahora viene a apelar al compromiso. El nuevo libro se titula precisamente Comprometeos. Es el paso moral siguiente a la indignación. Nadie puede molestarse por que el prójimo se comprometa con algo. Puede molestarse si se rebela, si se remonta impulsivamente, eso es hacer el caldo a otros como Marine Le Pen [líder de la ultraderecha en Francia]. Lo que ella proclama es eso, pero yo apoyo la indignación en el sentido contrario. La que me sacude cuando los derechos básicos son atacados, perseguidos. Enfadarse y ya, para mí no tiene sentido. La ira no conduce a ninguna parte, debe ir seguida de compromiso.

Difícil. No propongo a la gente que se enfade sin más, sino que se pregunte cuáles son las razones que ponen en peligro esos valores fundamentales que hemos heredado y que ahora tiemblan. No es fácil, no.

Sobre todo, aclararnos en toda esta confusión. Un caldo de cultivo para diferentes indignaciones, para diferentes intereses. Al leer el libro quedan claros los valores, los peligros y los retos.

Son tres o cuatro. Empezando por los de la Revolución Francesa. Por algunos de ellos. Otros, insisto, la Declaración Universal de Derechos Humanos.

¿Los ve en la picota? Bastante, pero no olvidemos que en el tiempo en que fue redactada aquella declaración, el mundo todavía estaba amenazado por algunos totalitarismos. El fascismo había sido derrotado. Pero el comunismo pervivía. Luego se ha ido imponiendo otra ideología perversa basada en el mercado y nada más que en el mercado. Hoy, usted y yo, sufrimos sus consecuencias, las de un grupo privilegiado que busca sus beneficios a nuestras expensas. ¿Qué proponer como alternativa? La democracia real.

Bonita palabra. Confiar en depositar cada vez más poder en la gente común para que sus necesidades sean la prioridad a resolver por los Gobiernos, el primer deber. Los Gobiernos deben asegurar libertad, hermandad, igualdad y justicia social.

Y progreso. Otro concepto en crisis. Lo confundimos con progreso técnico, científico, pero no con bienestar. Absolutamente. Es algo muy sencillo, progresar significa tender a la mejoría. La palabra mejor es importante. ¿Cuál es la diferencia entre el bien y el mal? ¿Es mejor ganar dinero a cualquier precio o preservar la decencia y el honor? ¿Es mejor entrar en la espiral de un progreso científico a toda costa o guardarnos de descubrimientos que superen la dignidad del ser humano? Progreso no significa acelerarse, sino ser consciente de cuáles son los valores que ayudan a crear un mundo mejor y cuáles no. La democracia es exigente en sí. Demanda más a los políticos y logra tejer un sistema del que es difícil salir bien parado si actúas mal.

Volvamos a los claroscuros de la palabra indignación. Hubo un tiempo en que aquel sentimiento le llevó a un camino violento. ¿Qué sentía dentro, en sus tripas? No soy un tipo violento. Puedo entender qué lleva a la gente a la violencia. Pero a mí no me convence. Mi primera indignación tenía un nombre: los nazis. El fascismo de Franco y Mussolini, incluso Stalin, de quien ya tuvimos noticias de sus purgas en 1935. El totalitarismo. Además, teníamos el ejemplo de los republicanos españoles como contraposición a los comunistas más cerrados. Yo siempre me consideré demócrata, y cuando este sistema estaba en peligro me indignaba. Pero incluso dudé. Los estragos de la I Guerra Mundial nos hacían pensar a muchos que había que agotar todas las vías antes de entrar en otro conflicto. Negociar y dar la palabra a la gente de los diferentes países. Solo cuando vi claro que esta gente lo único que quería hacer era conquistar Europa con métodos violentos me convencí de que había que enfrentarse a ellos por las armas.

Pero esa indignación, físicamente, ¿era equiparable a la que siente ahora? No, entonces era joven y con ganas de luchar. Cuando llegó la hora, cuando vi que era necesario levantarme y enfrentarme a ellos, me invadió un deseo de lucha. Me enrolé en el ejército sin dudarlo. Y cuando se firmó el armisticio con los alemanes me volví a indignar. Sentí que era una deshonra y una deslealtad con los británicos. Me opuse; era inaceptable. ¿Qué podía hacer? ¿Luchar en Francia? ¿Unirme fuera a De Gaulle? Eso es lo que hice.

Y tuvo una relación intensa con él, han contado algunos. No. Yo era muy joven y un oficial de bajo rango. Pero tuve el privilegio al llegar a Londres de cenar con él en la intimidad. Me convocó. Quería saber qué pensaba de él un joven estudiante de la Escuela Normal Superior, muy prestigiosa entonces en Francia. Deseaba conocer lo que opinábamos de él los estudiantes de ese nivel.

Por lo menos, y gracias a la fortuna, también De Gaulle se indignó. Cosa que no ocurría entre una enorme parte de los franceses. Aquello fue tan extraño en un país que había levantado las banderas de la democracia en todo el mundo... ¿Qué ocurrió? Francia había sido tremendamente golpeada. Lo que había ocurrido entre mayo y junio de 1940 es algo muy raro en la historia. No solo fue una victoria militar. Fue una enorme derrota, humillante, en la que la gente tuvo que huir de sus casas hacia lugares insospechados. A muchos, el armisticio les supuso un respiro. La paz era tentadora para mucha gente, pero aquello no era paz.

¿Era una humillación? Además, había otros factores. La amenaza de los soviéticos aterrorizaba a la burguesía, mientras que los fascismos no tanto, creían que no atentaban tanto a su modo de vida. Además, los nazis garantizaban el freno a los comunistas más que nadie.

Luego, en su caso particular vino otra nueva indignación. ¡La Gestapo!

Ahí sufrió en sus propias carnes el peligro. ¿Cómo fue su detención? En el momento en que me arrestaron estaba seguro de que no sobreviviría. Me detuvieron bajo cargos de delitos criminales graves. Sabían que había llegado de Londres para reforzar la Resistencia.

Incluso, que usted era judío. Eso no lo sabían. Me conocían poco. Si se hubiesen enterado de que mi padre era un judío emigrado de Berlín, me habrían tratado de otra forma. Pero lo hicieron como a un espía de nivel. Y, ¿qué haces con un espía? Obviamente, sacarle información.

¿Bajo torturas? Efectivamente. En la bañera, ahogándome. Pero no consiguieron que delatara a nadie, y eso fue una satisfacción para mí. Después me condenaron a muerte. Afortunadamente, la justicia era lenta y me internaron en Buchenwald y la orden de ahorcarme llegó muy tarde. Ya entonces pude cambiar mi identidad con alguien que había fallecido sin que se dieran cuenta. Era una persona que no estaba condenada a muerte. Así me libré.

Me imagino que en aquellos días la indignación se había convertido en terror. No exactamente. Se transformó en algo que solo un joven patriota puede sentir. Ese convencimiento henchido en el que crees que has cumplido con tu deber y te has sacrificado por tu país.

¡Un héroe! [Risas] Le cuento algo Cuando me detuvieron cogí un trozo de papel y escribí un soneto de Shakespeare que sabía de memoria: "No longer morn for me when I am dead...". Como diciendo, si me fusilan mañana, que mi esposa sepa que no quiero luto, sino que sea feliz. Ridículo, esto siempre resulta ridículo.

Es una manera noble de enfrentarse a la muerte. La vida está llena de ironías.

Si le hubieran dicho entonces que cumpliría 93 años... ¡Y tanto! Mi siguiente indignación llegó en los campos de concentración. Yo sabía que la guerra era violenta. Pero lo que nunca pude sospechar es el grado de brutalidad al que podíamos llegar los seres humanos.

Pasó de sentirse un héroe a otro estado: el de víctima. No solo una víctima individual, sino parte de una colectividad. Porque yo, personalmente, tuve suerte. Me salvé entre un grupo de 36 condenados a muerte. Yo y dos personas más. Me enviaron a otro campo y me escapé. Cuando lo logré me volvieron a capturar y me internaron en Dora. Allí se debatían entre colgarme o darme 25 latigazos. Pero me libré de ambas cosas porque le dije al oficial que me interrogaba: Estoy seguro de que usted, que es valiente, como yo, habría intentado escapar. Lo hice, pero fallé, con lo que no les puedo causar daño. Todo eso se lo expliqué en alemán, que es mi idioma materno. Si no hubiese hablado su lengua, seguramente nadie me habría librado del castigo.

En su vida han existido también momentos de alegría. Como el de la Declaración de Derechos. Poner de acuerdo en una posición común a países tan distintos como Francia, EE UU, la URSS o Arabia Saudí sería un esfuerzo titánico. ¿Costó? Lo atestigüé de primera mano. Si no se hubiera conseguido en 1948, las tensiones posteriores lo habrían hecho imposible después. En ese momento histórico, los soviéticos se abstuvieron, Arabia, también, y así permitieron su aprobación. Fue el momento. Un texto ambicioso para la historia de la humanidad.

Supongo que en aquellos momentos su indignación dio paso a la esperanza. Pues sí. Ese momento fue de auténtica, de verdadera y gran esperanza en el entendimiento de las naciones tras la guerra. Estábamos convencidos de que aquel texto encarrilaría a buena parte del mundo en el camino de la libertad y la justicia. Pero aquello duró poco, porque después llegó otro sentimiento: la ansiedad que producía el peligro de una tercera guerra, que no sería como las otras, sino que traería consigo la catástrofe nuclear. El mundo había conocido dos horrores: el Holocausto e Hiroshima, y eso nos producía un enorme temor. Era un mundo complicado e inseguro. Sentíamos que si la ONU no conseguía éxitos en sus programas de desarrollo y respeto a los derechos humanos, todo se iría derrumbando.

¿Le queda algo del optimismo de entonces? Todavía creo que existen pequeños y lentos pasos adelante y que continuarán, con retrocesos y avances. La última década del siglo XX fue muy prometedora. Después de la caída del Muro estábamos convencidos de habernos adentrado en una nueva era. En 2000 se llegó a un acuerdo bajo la presidencia de Kofi Annan de los objetivos del milenio. Pero cayeron las Torres Gemelas... Y empezamos el siglo XXI muy mal.

Con la amenaza terrorista, pero también con la ruptura de las reglas internacionales por parte de Bush, Blair y Aznar. ¿Qué supuso aquello para el orden mundial? Aquello es parte de mi indignación presente. El hecho de que los ciudadanos sean conscientes de que estábamos dando grandes pasos adelante y esos líderes los frenaran en seco y nos colocaran en la dirección equivocada.

¿No fue aquello una especie de paripé de cruzados por la democracia que en realidad representaban una especie de fascismo travestido? Desde luego. Una de las reglas básicas a respetar en ese nuevo orden mundial que empezaba a configurarse a finales del siglo XX era el derecho internacional. Romperlo era adentrarse en lo peor.

Contra gobernantes de ignorancia supina, ¿qué se puede hacer? ¡Indignarse! Necesitamos otros gobernantes, y también, compromiso de la sociedad para aupar a los más decentes. No podemos caer en esa desazón de la juventud, ni en pensar que todos los políticos son iguales, porque no es cierto. La rabia y la indiferencia no nos llevan a ninguna parte.

En su vida ha existido otra indignación persistente: Palestina. De nuevo, la ruptura de las reglas internacionales, la brutalidad impuesta, la situación en Gaza y Cisjordania aúnan todo lo que más he detestado en mi vida. Parecida a la que sentí en los campos de concentración. Siento un gran aprecio por el Estado de Israel, pero cuando su Gobierno se comporta de una manera similar a los peores Gobiernos que yo he tenido que soportar en mi vida, no puedo admitirlo y me rebelo y denuncio esos abusos cometidos por ellos con el permiso de Estados Unidos, la Unión Europea y algunas empresas involucradas en la situación. Es lo mismo que siento respecto a la incapacidad para ponerse de acuerdo sobre el cambio climático. Espero que ahora Obama, tras haber acabado con Bin Laden y ganado popularidad, pueda avanzar en ciertas cosas.

Por cierto, ¿qué opina de ese episodio? Bueno, yo me alegro de que se haya acabado con él. Era un asesino capaz de cosas espantosas. Sobre todo, de haberle dado al islam una imagen siniestra en el mundo. Y no es así. La gente de los países árabes se ha encargado en pocos meses de hacernos saber que aspiran al sentido común con sus revueltas. Pero, volviendo a Bin Laden, hubiera sido deseable otro método: la detención, un juicio.

¿Dónde queda Europa con esas amenazas de políticas antiinmigración? Justo ese es el objetivo de mi libro. Concienciar a la gente para afrontar los nuevos retos con valores dignos. No son nuestras ínfimas naciones las que están en peligro, es nuestro mundo, cada vez más amenazado por corrientes como los neocons o quienes no se mentalizan en el trato al medio ambiente. La fe en el compromiso es clave. No estamos condenados al fracaso, pero para evitarlo hay que dar un paso adelante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario