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martes, 26 de febrero de 2013

EL CURRICULUM:EN ALGÚN LUGAR ME EQUIVOQUÉ SEGURO











EL CURRICULUM

Ando estos días intentando redactar mi curriculum vitae y la verdad es que no resulta un ejercicio gratificante.

Debes ser sincera, demostrar que estás a la altura de las circunstancias, resultar ágil, no perderte en disquisiciones.

Todo el mundo te da consejos sobre cómo redactarlo, como presentarte, como hacer las cosas correctamente.

En las redes sociales, en internet puedes encontrar modelos de curriculum, tutoriales, consejos, comentarios.

Y el resultado siempre es el mismo. Frustración.

Porque sabes desde el minuto 0 que nunca estarás a la altura de lo que el mercado laboral exige, demanda.

Cuando era joven, nunca cumplía una de las exigencias más importantes de lo que ahora llaman perfil: experiencia. Lo cual resultaba lógico, puesto que no la tenía. Si era joven y por tanto acababa de entrar en el club de los adultos era imposible que tuviese experiencia.

Ahora que soy mayor, digamos que madura, que tengo la experiencia y conozco mis posibilidades y mis limitaciones, tampoco encajo en las demandas laborales.

Porque el perfil solicitado habla de juventud con experiencia. Es de locos lo sé, pero es así.

No importa lo que haya hecho, ni cuanto me haya esforzado. No importa lo mal que lo esté pasando ahora y cuanto necesite el trabajo. No estoy a la altura.

Si a esto le añades ser mujer, estar más cerca de los 50 que de los 30, que tu aspecto físico no sea particularmente atractivo y que para caminar te ayudas de un bastón, en el mejor de los días, la cosa pinta peor. Ni siquiera escuchas la tradicional frase de “te llamamos en 15 días”.

Y no la escuchas porque para rematar la jugada, ahora para acceder al mercado laboral debes inscribirte en portales de internet en los que las pocas empresas que todavía funcionan “cuelgan” sus demandas.

Me comentaba una buena amiga que resulta descorazonador comprobar cómo menos de dos horas después de responder a una oferta de trabajo, tu perfil aparece marcado como “descartado” y que la razón principal es que a tu edad aportas experiencia pero no juventud.

No importa el esfuerzo que te ha costado mantenerte vivo, madurar, crecer, luchar, perder batallas, recuperarte, frustrarte, intentar plantar cara a cada nuevo día, no rendirte. No importan las lágrimas, las sonrisas, los rechazos, los errores, los aciertos.

Si el mercado dice que estás fuera, estás fuera y punto. De ti se espera la dignidad suficiente para que te sientes en la cuneta, en silencio y no molestes demasiado. Es imprescindible que no hagas ruido. No es elegante. 

Así que en estado de shock y sin entender cómo te han pillado desprevenida te sientas y repasas tu vida, intentando descubrir en qué punto, en que recodo del camino te perdiste, que señal ignoraste. Pero por mucho que reflexiones, pienses o te estrujes la meninge, sigues sin entenderlo.

Veamos…

A mí me matricularon en una escuela municipal de Barcelona a los tres años (1968). Digamos que fue la única solución que encontraron mis padres para lidiar con un espíritu libre e inquieto que a los dos años ya sabía leer y memorizaba cartas leídas en voz alta, conversaciones y textos varios, y que posteriormente citaba textualmente ante quien le prestase atención, al desconocer las reglas sociales más esenciales, en particular la discreción y la privacidad.

Desde el primer día mi asistencia al centro escolar resultó un desafío para las maestras, puesto que captar mi atención durante más de diez minutos era una tarea agotadora. Y puesto que dominé el área verbal desde el primer cumpleaños solía interferir en el proceso de aprendizaje académico de mis compañeras.

A los cinco años (1970) la directora del centro, solicitó una evaluación psicológica de las todas las alumnas, desde las más pequeñas hasta las que aquel curso acabarían la E.G.B. (Educación General Básica).

El resultado de las pruebas permitió conocer el rendimiento académico de las alumnas y teóricamente corregir y mejorar el sistema de trabajo.

Años más tarde mis padres me informaron del resultado de la prueba y me permitió comprender porque era “rara”, porque no encajaba en ningún lugar. Pero nada más.

En los años siguientes pasé la mitad de mi tiempo en clase, intentando ser “normal” y la otra mitad luchando por mi vida…fiebre tifoidea, rubeola, espasmos digestivos, fiebres reumáticas, tratamientos con bomba de cobalto, reposo absoluto, cardiopatías, problemas óseos…

En clase me aburría soberanamente, enredaba, molestaba a mis compañeras hablando sin parar. Las profesoras alternativamente me sentaban en una mesa sola, en su propia mesa o en una mesa individual junto a la mesa de la profesora.

Las matemáticas eran la roca contra la que mi pobre mente se estrellaba constantemente. Porque fue en ese tiempo cuando el Ministerio de Educación y Ciencia decidió que debíamos pasar de sumar 2+2=4 a los Diagramas de Venn, las Intersecciones entre conjuntos y otras maravillas matemáticas que resultaban abstractas e incomprensibles…

Por fortuna cuando estaba enferma, podía dedicarme a lo que realmente me gustaba. Leer. Oh sí. Me perdía, abandonaba la realidad, las paredes de mi habitación desaparecían, el mundo gris que me rodeaba desaparecía y sin esfuerzo alguno, me trasladaba a lugares maravillosos, compartía mi tiempo con personajes increíbles, nadie me juzgaba, nadie me hacía sentir mal, nadie me humillaba.

Hasta el Sexto grado permanecí en la misma escuela, en la que únicamente se permitía la matriculación de chicas.

Cuando acabó aquel curso, mi familia cambio de calle, de casa, de trabajo y yo además cambié de escuela.

Y acabé en un centro privado, mixto, bastante caro para una familia de clase trabajadora. Mi nueva casa era una mezcla de hogar y trabajo. Ya os hablé en el texto anterior de la portería, estilo Arriba&Abajo.

A partir de entonces mi vida resultó más complicada si cabe. Era distinta. Y mis nuevos compañeros y mis compañeras me lo hacían saber siempre, a cada momento. No éramos niños ni éramos adultos. Habíamos llegado a esa espantosa fase humana llamada adolescencia denominada también edad del pavo.

La novedad más importante de aquel nuevo centro académico consistía en que si no me rescataban los Dioses Misericordiosos, con suerte saldría de allí en plena vejez, es decir a los 20 años.

Como imagináis los Dioses Misericordiosos no escucharon mis plegarias y a punto estuve de abandonar aquellos edificios en la treintena.

Logré aprobar la E.G.B. y por tanto el Graduado Escolar con una nota bastante aceptable, al menos para mí.

El siguiente paso fue el B.U.P. (Bachillerato Unificado Polivalente). Dejaré que vuestra imaginación se emplee a fondo por lo que respecta a mi agonía académica y únicamente os daré una pista: 1º B.U.P., 2º B.U.P., 3º B.U.P. (cursado tres veces).

Cada curso empezaba en septiembre y finalizaba en junio. Excepto en mi caso. Que empezaba en septiembre y se alargaba hasta los exámenes de septiembre siguiente. El motivo era sencillo. El carísimo centro privado, no estaba homologado por el ministerio lo que nos obligaba a examinarnos por libre cada mes de junio, en un solo día, en el Instituto de Zona, ante catedrátic@s que no nos conocían.

La última vez que cursé 3º B.U.P. fue en el Instituto de Zona. No estaba dispuesta a que mis padres siguieran pagando un solo recibo más a la dirección de aquel carísimo centro de estudios que seguía sin estar homologado.

A pesar de que la experiencia resultó enriquecedora en el plano humano y que encontré a gente estupenda (va por ti Ali) con la que sigo en contacto, mi Gólgota personal todavía me reservaba sorpresas.

Cada mes de junio debía presentarme a las llamadas “repescas”. Y si, como su nombre indica te aquellos exámenes te hacían sentir como un pez en un barril. Desafortunadamente para mí la pesca duraba hasta septiembre.

 

 

Cada nuevo curso arrastraba asignaturas pendientes del año anterior. Cada nuevo curso constituía una nueva representación del mito de Sísifo.

Y así hasta llegar a C.O.U. (Curso de Orientación Universitaria), que cursé dos veces porque no había aprobado las materias pendientes de B.U.P.

Finalmente lo logré. Logré mi Título de Bachillerato Superior y mi Título de Acceso Universitario. Pero no logré llegar a la Prueba de Selectividad. No era necesario porque no iría a la Universidad. Era simple. No había dinero. Y por otra parte mi media aritmética me obligaba a rogar de nuevo la ayuda de los Dioses Misericordiosos para lograr la puntuación que requerida para acceder a la Facultad de tus sueños.

Gracias a los desvelos de mi madre, mis vacaciones estivales se dividían cada año entre estudiar las asignaturas a recuperar en septiembre y estudiar contabilidad, mecanografía, idiomas…así que ya estaba lista para trabajar.

Vendedora, secretaria de dirección, profesora particular, mecanógrafa de tesinas doctorales, carnicera…

Con el tiempo, tras una espantosa travesía vital, volví a estudiar. La Universidad quedaba de nuevo fuera de mis posibilidades.

Así que no preguntéis porque (las razones son peregrinas, variadas y largas) yo que había dedicado mi vida a las lenguas clásicas, la historia del arte, la historia contemporánea, la literatura….preparé mi examen de ingreso en la escuela de dietética.

Durante un año alterné trabajos peregrinos, con la contabilidad del negocio familiar (papá ya no trabajaba en la fábrica gracias a las ideas del Ministro Carlos Solchaga sobre la reconversión industrial y los planes de la Europa de velocidad única y nos ganábamos la vida con la venta de pesca salada) y el estudio a horas intempestivas de química, bioquímica, anatomía…

Aprobé el examen, ingresé en la escuela de Dietética, cursé mis estudios, hice mis prácticas y cuando acabé mi formación no encontré trabajo.

Pero no me rendí. Continué en el negocio familiar, fui canguro, profesora particular, volví a ser secretaria. Tras dos años perdí mi trabajo. Volví al negocio familiar. Formé parte de un proyecto editorial, una revista BarSalOna, del que no obtuve demasiado dinero pero si mucha experiencia como redactora, correctora de estilo y ayudante de redacción, fui lectora de la ONCE.

Y mientras, desde la época de dietética, estudié para formarme como profesional de la radio y dediqué mi tiempo libre a ese fascinante mundo.

Abandoné la revista, puesto que no se apreciaba una mejora de mi situación laboral y fui contratada como administrativa y más tarde como profesora de la escuela de radio en la que me había matriculado.

A lo largo de esos años, asistí a Congresos de Medicina, Cursos de capacitación, intenté reciclarme, intenté aprender de cada experiencia, quedé finalista en varios certámenes radiofónicos, me adapté a las nuevas tecnologías…

Y todo el mundo dijo lo mismo: que tenía talento, conocimientos, que era lista, que no lo hacía mal como profesora, que escribía bastante bien…

Pero algo no he hecho bien. En algún recodo del camino me equivoqué de dirección.

No haber asistido a una Universidad, no ser licenciada o doctora no obra en mi favor. Como tampoco resulta favorable mi edad, mi aspecto, mi bastón y ser mujer.

 

Que conste que hablo por mí. Porque mis amigas, lograron sus metas, llegaron hasta la Universidad, cursaron sus carreras. No digo con ello que sus vidas sean perfectas. Ellas sabrán cómo son sus vidas, como son sus sueños.

Siempre he tenido la sensación de llegar tarde a todas partes, de haberme equivocado de época y de lugar. De no entender las reglas del juego.

En fin, que todo esto, lo que te define como persona, como ser humano, es lo que no cabe en un curriculum.

Pero ahora ya no importa, porque no creo que para mí exista una oportunidad.

El mundo es de los jóvenes. Eso es lo que preocupa al mercado, a la Unión Europea.

Yo si no es molestia me sentaré en un lado del camino y seguiré reflexionando para descubrir en que me equivoqué.
Porque no cabe duda de que soy yo quien se equivoca y no el mercado, ni los planes de la Unión Europea...

domingo, 24 de febrero de 2013

23 F-NUNCA MÁS. APOSTAR POR EL FUTURO. PORQUE ES NUESTRA HORA.


Yo tenía 15 años. Estudiaba bachillerato. Pertenecía a una generación que había nacido en los últimos años del Régimen, de la Dictadura. En casa no se hablaba de política. Con los años comprendí porque. En casa nunca se mencionó “la guerra”. En casa se trabajaba, mucho, se pasaban estrecheces, muchas y se respetaba el orden establecido.

La mañana de aquel día, fue como otras muchas mañanas de invierno. Mamá se fue a trabajar a las 05:30am, papá trabajaba en el turno de tarde en la fábrica y yo me enfrentaba a un nuevo día de estudio. Estudiar. Mi peor pesadilla. Bueno no del todo. Me gustaba estudiar, pero algunas asignaturas eran mi peor pesadilla. Yo era (y sigo siendo) de letras…historia, geografía, literatura…pero tenía que dedicar mi atención a mis bestias negras, matemáticas, física…

Cuando ahora lo recuerdo me resulta inevitable sonreír con ternura. Pobre adolescente, preocupada por los exámenes y las bajas calificaciones en materias que decían que eran importantes para ser alguien en la vida, para tener un buen trabajo, para conseguir un futuro provechoso.

La única que andaba de un lado para otro con el rumbo perdido era la abuela. La madre de mi madre. Al día siguiente su nieto favorito se incorporaba a filas, como parte de los cientos de jóvenes que cumplían anualmente sus deberes patrióticos. Y la abuela no estaba tranquila.

El día transcurrió lento y pesado. Muy lento. Muy pesado. Y por fin el reloj marcó el mejor momento. Las clases habían acabado. Por fin. Era una tregua. Llegaría a casa. Merendaría. Y me enfrentaría a tres horas más de estudio. Pero con más calma.

Llegué a casa y la abuela ya me había preparado la merienda. Como no estaba mamá, era una maravilla porque la abuela siempre era generosa e imaginativa y sabía que era lo que te hacía feliz.

He olvidado decir que vivíamos en una portería. En la portería de una finca que fue conocida durante años como La Escalera de Los Ricos. Así que ya os podéis hacer una idea de mi vida, de la vida de mi familia.

Éramos afortunados porque mamá le caía muy bien al propietario del edificio. Era un hombre peculiar. Lo había perdido casi todo durante la Guerra Civil. Pero a base de tenacidad y trabajo duro se recuperó. Para construir el edificio, necesitaba dinero. Y lo consiguió de una forma más propia de una película de aventuras que de la realidad.

Obtuvo el título de buzo civil. No me refiero a submarinista. Os hablo de un buzo, de los que llevaban pesas en la cintura, botas con suelas pesadas, un casco de metal y visor de cristal y un tubo largo para recibir oxígeno.

Le concedieron permiso para reflotar un barco hundido por un submarino que se hallaba cerca de la costa, trabajó duro durante días, logró su objetivo, vendió los restos del naufragio y consiguió el primer capital con el que volvió a los negocios.

Creo que ahora podéis haceros una idea de la vida de mi familia cuando digo que el trabajo era algo cotidiano. No sé si habéis visto algún capítulo de la serie británica Arriba&Abajo. Podríamos decir que es el precedente, la referencia principal para producciones posteriores del tipo Lo que queda del día.

La mayoría de las familias que vivían en aquel edificio, a excepción de una con la que nos unía verdadera amistad y por cuya mediación obtuvimos el empleo, de forma amable y condescendiente, te dejaban muy claro cuál era tu lugar en el mundo. Cuanto más alto subía el ascensor, más notabas la diferencia social.

En fin como os decía, la abuela se encargaba cada tarde de vigilar desde la cristalera de nuestra humilde morada las entradas y salidas de propios y extraños.

Luego llegaba mi turno después de merendar. Pero aquella tarde todo resultó distinto.

La abuela había conseguido calmarse un poco. Así que dijo que podía poner la televisión mientras merendaba. Lo curioso fue que en primer plano aparecía inmóvil como una estaca, Joaquin Arozamena que hablaba de “autoridad competente…” y de no se cuantas cosas que no logré entender. Porque lo que en realidad me preocupaba era que Arozamena no se movía como acostumbraba, cuando se encargaba del informativo de la tarde. No solo era peculiar su locución sino su incapacidad para estar quieto y relajado ante la cámara.

Aquella tarde era diferente. Arozamena no se movía, ni siquiera se movía su bigote.

A los pocos minutos recibí la llamada de una compañera de clase que cuidaba de sus hermanas menores en casa. Me contó algo sobre ráfagas de ametralladora, gritos y que todo lo había escuchado a través de la radio.

Lo había olvidado. Se trataba del debate de investidura de Leopoldo Calvo Sotelo como Presidente del Gobierno tras la dimisión de Adolfo Suarez el 29 de enero de aquel año.

Cuando colgué el teléfono volvió a sonar. Era mamá que llamaba desde el colegio municipal en el que trabajaba como limpiadora. La coordinadora había ordenado al equipo de limpieza, que dejasen el trabajo y volviesen a casa rápidamente. Ella había vivido la Guerra Civil y quería que todas las trabajadoras estuviesen en casa con sus familias. Mamá se había asustado.

Mientras la abuela había vuelto a sentirse mal. Y empezó a entonar un mantra particular: Otra vez no, por favor, otra vez no.

Y fue entonces mientras mamá volvía a casa, cuando la abuela me contó que cincuenta años atrás, España era una República y que luego hubo una guerra…y sus recuerdos se desataron.

Fue el 18 de julio de 1936 un día importante Córdoba capital porque es el día de Santa Marina de Agua Santa, una de las santas importantes de la ciudad.

En pocas horas las camisas azules de la Falange fueron la nota de color en las calles de la ciudad. Nadie sabía que pasaba. Pero todos intuían que las cosas no irían bien. Esta vez era distinta al momento en que el General Primo de Rivera se hizo con el poder.

Y las semanas les dieron la razón. La autoridad competente hizo responsables directos a los trabajadores de la compañía ferroviaria de cualquier incidente en las vías, cualquier perdida material o humana. Al parecer Córdoba era un enclave importante para que las tropas golpistas lograsen llegar hasta la capital, hasta Madrid.

Lo que pasó aquel 18 de julio de 1936 fue que los Salvadores de la Patria, no contaban con que una buena parte de la población ya no estaba por la labor, no necesitaba que les salvasen. El Pueblo había aprendido a expresarse, a decidir, a disfrutar de la libertad.

La Segunda República no fue un tiempo de vino y rosas. Había mucho que hacer. Pero lo cierto es que tampoco se le dio una oportunidad a los y las que la dirigían para lograr aciertos y enmendar errores.

Y por ello El Pueblo decidió plantar cara a los Rebeldes, a los Golpistas. Y por ello durante los tres años siguientes España fue un baño de sangre, el escenario en el que los aliados del General Franco pudieron experimentar, mejorar y corregir las armas que posteriormente llevaron la Guerra a escala mundial.

A partir de ese día, la abuela no dejó de hablar, de contarme, de decirme, de explicarme. Fue como abrir las compuertas de una presa. El torrente de palabras, frases, sentimientos, historias fue tal que todavía hoy parece que la escucho. Fue ella aquel día, fue el maravilloso Joan Bachs Piera quienes despertaron mi curiosidad. Y ahora a medida que leo y curioseo las publicaciones relacionadas con esa época, entiendo mejor a la abuela y comprendo la dimensión de sus palabras, las penurias de una generación, la sensación de pérdida constante, el exilio interior de muchos, el exilio exterior de otros.

A medida que las horas pasaban, con mamá y papá en casa, la radio fue la hoguera junto a la que la población se sentó para escuchar, para calmarse, para no perder la cabeza.

Los profesionales del momento lograron ponerse de acuerdo, dejaron a un lado protagonismos, centraron sus esfuerzos e informaron a los que estábamos lejos de lo que estaba pasando, de lo que podía pasar, de lo que no queríamos que pasara…otra vez.

La noche fue larga. Difícil. Extraña. La abuela me mantuvo despierta hasta que Juan Carlos I apareció en pantalla diciendo que no apoyaba el golpe.

Porque a esas alturas lo que pasaba ya tenía nombre. Golpe de Estado. Algo que suelen planear los que están fuera del poder cuando discrepan de los deseos de la mayoría.

Amaneció el 24 de febrero sin novedades aparentes, lo que ya en si era un alivio. Pero a pesar de que como dicen en Estados Unidos “la falta de noticias son buenas noticias”, la falta de noticias, el goteo de noticias, la calma tensa, era desesperante.

Como autómatas volvimos a nuestras actividades cotidianas convencidos de que si éramos buenos, si nos portábamos bien, despertaríamos de aquella pesadilla y todo seguiría igual. Pero no era así. La magia, el encanto, la ilusión, se había perdido. Ya no éramos inocentes. Ya no creíamos que todo sería mejor. En que el futuro sería brillante. En que los fantasmas del pasado ya no se levantarían de sus tumbas para asustarnos.

Se habían levantado. Bueno en realidad no se habían ido. No los habíamos enterrado. Nunca pasó. Fue una ilusión temporal. Únicamente se habían tomado un respiro de seis años. Y por fin habían vuelto a la luz, al primer plano. Reclamaban seguir siendo los protagonistas de la Historia.

Los profesores nos dieron un poco de tregua. Nuestra atención, habitualmente dispersa, lo estaba más aquella mañana. El director había permitido que un alumno, pudiese escuchar una pequeña radio de bolsillo. Aquel muchacho que habitualmente era molesto, grosero y poco considerado, estaba en silencio, quieto, como mucho suspiraba de vez en cuando. Era la primera vez que le veía en aquel estado. Estaba llorando. Me contó que en el Congreso de los Diputados estaba su tío, Ernest Lluch. El nombre de aquel político me sonaba pero no mucho. Ahora cerca de los 50 no puedo decir lo mismo.

Cuando llegamos a casa al mediodía, supimos que todo había acabado. Y pudimos ver por primera vez las violentas imágenes que habían convertido uno de los lugares más sagrados del país en un escenario de violencia y odio.

Las semanas, los meses siguientes, la situación del país fue un poco más estable. Pero todos fuimos conscientes de que algo se había roto y que necesitaríamos tiempo para superar el trauma.

Durante los años siguientes nos hemos convencido de que todo había sido una pesadilla y que la habíamos dejado atrás. Nada nos podía parar.

Ahora 32 años después las cosas no están bien. Nada está bien. Nada parece seguro o estable.

Nuestra sociedad necesita, debe replantearse muchas cosas. Lo cierto es que lo que sucede nos afecta a todos.

Lo que ahora nos afecta, preocupa o indigna, lo que ahora calificamos como autentica estafa, como una tomadura de pelo mayúscula, lo es.

Pero estamos a tiempo de rectificar de mejorar nuestra vida de reclamar nuestro lugar en el mundo.

Podemos hacerlo. Somos capaces. Tenemos la fuerza. Pero debemos ponernos en marcha.

Sin caer en provocaciones, sin violencia. Y sobre todo sin olvidar que somos EL PUEBLO, EL ESTADO.

Hay mucho que hacer y cambiar. Mucho.

Para empezar debemos exigir responsabilidades a los que nos han llevado a caer por este camino hacia el desastre y que parece no tener fin.

Podemos y debemos recuperar nuestra voz y nuestra fuerza. Nuestra dignidad y nuestra valentía.

Nadie nos puede decir lo que debemos o podemos hacer. Somos más maduros de lo que creemos. Más fuertes de lo que imaginamos. Más capaces de lo que creen los que gobiernan.

Si algo no nos gusta podemos, debemos decir NO. Son dos letras, solo dos letras que encierran la voluntad de cambio.

No podemos ni debemos tolerar más abusos de confianza, más pobreza, más indignidad.

Nos mecemos lo mejor, porque somos las y los mejores. Somos gente estupenda.

Durante 30 hemos vivido en cierta forma ajenos a nuestras responsabilidades. Son simples. Hacer cumplir nuestra voluntad a aquellos en los que depositamos nuestra confianza cada cuatro años.

No podemos, no debemos decir nunca más “es que no se puede hacer nada”.

Ellos nos han metido en este lío y ellos deben sacarnos de él.

Ellos han abusado de nuestra confianza y deben ganársela de nuevo trabajando duramente.

Ellos han demostrado que les importamos muy poco, que somos los medios que emplean sin piedad para obtener su fin. Enriquecerse.

Son paternalistas, clasistas, poco respetuosos. Toman lo que les apetece sin dar nada a cambio.

Y esa no es la forma de comportarse. Jamás.

Si hay que cambiar y reformar la Constitución debe hacerse.

Si hay que cambiar la Ley Electoral debe hacerse.

Si hay que reforzar e independizar la Justicia debe hacerse.

Si debemos plantar cara a un sistema económico que nos ha llevado al desastre debemos hacerlo.

Debemos evolucionar y debemos hacerlo ya. Es la hora, nuestra hora.

Quienes llegan al gobierno culpan a los que gobernaban anteriormente de cada fallo.

Quienes regresan a la oposición padecen una insultante amnesia sobre sus errores y se expresan como si nunca hubiesen tomado decisiones importantes, vitales, cruciales.

Todo puede ser reformado, mejorado. Pero ahora es el momento, el tiempo, el instante. Ahora o nunca.

Y lo primero que debemos hacer es coordinarnos, tomar las riendas. Recordar a quien deba recordarlo que somos mayores de edad, maduros, que cada decisión debe ser tomada POR EL PUEBLO, PARA EL PUEBLO Y CON EL PUEBLO.

A estas horas Italia está pendiente de los resultados de sus elecciones generales. Y el comentario más repetido es que “los comicios son cruciales, pero que sobretodo preocupan los resultados a los mercados, a los inversores”.

Bien, estamos todos en este barco. El barco mundial. El que puede avanzar o encallar en las rocas.

La decisión es nuestra. Siempre es nuestra. Nuestra y no de los “mercados”.

Que el miedo no nos pare, ni nos convierta en sus rehenes.

A por EL FUTURO que es nuestro, nos pertenece, nos espera.