Yo tenía 15 años. Estudiaba bachillerato.
Pertenecía a una generación que había nacido en los últimos años del Régimen,
de la Dictadura. En casa no se hablaba de política. Con los años comprendí
porque. En casa nunca se mencionó “la guerra”. En casa se trabajaba, mucho, se
pasaban estrecheces, muchas y se respetaba el orden establecido.
La mañana de aquel día, fue como otras
muchas mañanas de invierno. Mamá se fue a trabajar a las 05:30am, papá trabajaba
en el turno de tarde en la fábrica y yo me enfrentaba a un nuevo día de
estudio. Estudiar. Mi peor pesadilla. Bueno no del todo. Me gustaba estudiar,
pero algunas asignaturas eran mi peor pesadilla. Yo era (y sigo siendo) de
letras…historia, geografía, literatura…pero tenía que dedicar mi atención a mis
bestias negras, matemáticas, física…
Cuando ahora lo recuerdo me resulta
inevitable sonreír con ternura. Pobre adolescente, preocupada por los exámenes y
las bajas calificaciones en materias que decían que eran importantes para ser
alguien en la vida, para tener un buen trabajo, para conseguir un futuro
provechoso.
La única que andaba de un lado para otro
con el rumbo perdido era la abuela. La madre de mi madre. Al día siguiente su
nieto favorito se incorporaba a filas, como parte de los cientos de jóvenes que
cumplían anualmente sus deberes patrióticos. Y la abuela no estaba tranquila.
El día transcurrió lento y pesado. Muy
lento. Muy pesado. Y por fin el reloj marcó el mejor momento. Las clases habían
acabado. Por fin. Era una tregua. Llegaría a casa. Merendaría. Y me enfrentaría
a tres horas más de estudio. Pero con más calma.
Llegué a casa y la abuela ya me había
preparado la merienda. Como no estaba mamá, era una maravilla porque la abuela
siempre era generosa e imaginativa y sabía que era lo que te hacía feliz.
He olvidado decir que vivíamos en una portería.
En la portería de una finca que fue conocida durante años como La Escalera de
Los Ricos. Así que ya os podéis hacer una idea de mi vida, de la vida de mi
familia.
Éramos afortunados porque mamá le caía
muy bien al propietario del edificio. Era un hombre peculiar. Lo había perdido
casi todo durante la Guerra Civil. Pero a base de tenacidad y trabajo duro se
recuperó. Para construir el edificio, necesitaba dinero. Y lo consiguió de una
forma más propia de una película de aventuras que de la realidad.
Obtuvo el título de buzo civil. No me
refiero a submarinista. Os hablo de un buzo, de los que llevaban pesas en la
cintura, botas con suelas pesadas, un casco de metal y visor de cristal y un
tubo largo para recibir oxígeno.
Le concedieron permiso para reflotar un
barco hundido por un submarino que se hallaba cerca de la costa, trabajó duro
durante días, logró su objetivo, vendió los restos del naufragio y consiguió el
primer capital con el que volvió a los negocios.
Creo que ahora podéis haceros una idea de
la vida de mi familia cuando digo que el trabajo era algo cotidiano. No sé si
habéis visto algún capítulo de la serie británica Arriba&Abajo. Podríamos
decir que es el precedente, la referencia principal para producciones
posteriores del tipo Lo que queda del día.
La mayoría de las familias que vivían en
aquel edificio, a excepción de una con la que nos unía verdadera amistad y por
cuya mediación obtuvimos el empleo, de forma amable y condescendiente, te
dejaban muy claro cuál era tu lugar en el mundo. Cuanto más alto subía el
ascensor, más notabas la diferencia social.
En fin como os decía, la abuela se
encargaba cada tarde de vigilar desde la cristalera de nuestra humilde morada
las entradas y salidas de propios y extraños.
Luego llegaba mi turno después de merendar.
Pero aquella tarde todo resultó distinto.
La abuela había conseguido calmarse un
poco. Así que dijo que podía poner la televisión mientras merendaba. Lo curioso
fue que en primer plano aparecía inmóvil como una estaca, Joaquin Arozamena que
hablaba de “autoridad competente…” y de no se cuantas cosas que no logré
entender. Porque lo que en realidad me preocupaba era que Arozamena no se movía
como acostumbraba, cuando se encargaba del informativo de la tarde. No solo era
peculiar su locución sino su incapacidad para estar quieto y relajado ante la
cámara.
Aquella tarde era diferente. Arozamena no
se movía, ni siquiera se movía su bigote.
A los pocos minutos recibí la llamada de
una compañera de clase que cuidaba de sus hermanas menores en casa. Me contó
algo sobre ráfagas de ametralladora, gritos y que todo lo había escuchado a
través de la radio.
Lo había olvidado. Se trataba del debate
de investidura de Leopoldo Calvo Sotelo como Presidente del Gobierno tras la
dimisión de Adolfo Suarez el 29 de enero de aquel año.
Cuando colgué el teléfono volvió a sonar.
Era mamá que llamaba desde el colegio municipal en el que trabajaba como limpiadora.
La coordinadora había ordenado al equipo de limpieza, que dejasen el trabajo y
volviesen a casa rápidamente. Ella había vivido la Guerra Civil y quería que
todas las trabajadoras estuviesen en casa con sus familias. Mamá se había
asustado.
Mientras la abuela había vuelto a
sentirse mal. Y empezó a entonar un mantra particular: Otra vez no, por favor,
otra vez no.
Y fue entonces mientras mamá volvía a
casa, cuando la abuela me contó que cincuenta años atrás, España era una
República y que luego hubo una guerra…y sus recuerdos se desataron.
Fue el 18 de julio de 1936 un día
importante Córdoba capital porque es el día de Santa Marina de Agua Santa, una
de las santas importantes de la ciudad.
En pocas horas las camisas azules de la
Falange fueron la nota de color en las calles de la ciudad. Nadie sabía que
pasaba. Pero todos intuían que las cosas no irían bien. Esta vez era distinta
al momento en que el General Primo de Rivera se hizo con el poder.
Y las semanas les dieron la razón. La
autoridad competente hizo responsables directos a los trabajadores de la compañía
ferroviaria de cualquier incidente en las vías, cualquier perdida material o
humana. Al parecer Córdoba era un enclave importante para que las tropas
golpistas lograsen llegar hasta la capital, hasta Madrid.
Lo que pasó aquel 18 de julio de 1936 fue
que los Salvadores de la Patria, no contaban con que una buena parte de la
población ya no estaba por la labor, no necesitaba que les salvasen. El Pueblo
había aprendido a expresarse, a decidir, a disfrutar de la libertad.
La Segunda República no fue un tiempo de
vino y rosas. Había mucho que hacer. Pero lo cierto es que tampoco se le dio una
oportunidad a los y las que la dirigían para lograr aciertos y enmendar
errores.
Y por ello El Pueblo decidió plantar cara
a los Rebeldes, a los Golpistas. Y por ello durante los tres años siguientes
España fue un baño de sangre, el escenario en el que los aliados del General
Franco pudieron experimentar, mejorar y corregir las armas que posteriormente
llevaron la Guerra a escala mundial.
A partir de ese día, la abuela no dejó de
hablar, de contarme, de decirme, de explicarme. Fue como abrir las compuertas
de una presa. El torrente de palabras, frases, sentimientos, historias fue tal
que todavía hoy parece que la escucho. Fue ella aquel día, fue el maravilloso
Joan Bachs Piera quienes despertaron mi curiosidad. Y ahora a medida que leo y
curioseo las publicaciones relacionadas con esa época, entiendo mejor a la
abuela y comprendo la dimensión de sus palabras, las penurias de una
generación, la sensación de pérdida constante, el exilio interior de muchos, el
exilio exterior de otros.
A medida que las horas pasaban, con mamá
y papá en casa, la radio fue la hoguera junto a la que la población se sentó
para escuchar, para calmarse, para no perder la cabeza.
Los profesionales del momento lograron
ponerse de acuerdo, dejaron a un lado protagonismos, centraron sus esfuerzos e
informaron a los que estábamos lejos de lo que estaba pasando, de lo que podía
pasar, de lo que no queríamos que pasara…otra vez.
La noche fue larga. Difícil. Extraña. La
abuela me mantuvo despierta hasta que Juan Carlos I apareció en pantalla
diciendo que no apoyaba el golpe.
Porque a esas alturas lo que pasaba ya tenía
nombre. Golpe de Estado. Algo que suelen planear los que están fuera del poder
cuando discrepan de los deseos de la mayoría.
Amaneció el 24 de febrero sin novedades
aparentes, lo que ya en si era un alivio. Pero a pesar de que como dicen en
Estados Unidos “la falta de noticias son buenas noticias”, la falta de
noticias, el goteo de noticias, la calma tensa, era desesperante.
Como autómatas volvimos a nuestras actividades
cotidianas convencidos de que si éramos buenos, si nos portábamos bien, despertaríamos
de aquella pesadilla y todo seguiría igual. Pero no era así. La magia, el
encanto, la ilusión, se había perdido. Ya no éramos inocentes. Ya no creíamos que
todo sería mejor. En que el futuro sería brillante. En que los fantasmas del
pasado ya no se levantarían de sus tumbas para asustarnos.
Se habían levantado. Bueno en realidad no
se habían ido. No los habíamos enterrado. Nunca pasó. Fue una ilusión temporal.
Únicamente se habían tomado un respiro de seis años. Y por fin habían vuelto a
la luz, al primer plano. Reclamaban seguir siendo los protagonistas de la
Historia.
Los profesores nos dieron un poco de
tregua. Nuestra atención, habitualmente dispersa, lo estaba más aquella mañana.
El director había permitido que un alumno, pudiese escuchar una pequeña radio
de bolsillo. Aquel muchacho que habitualmente era molesto, grosero y poco considerado,
estaba en silencio, quieto, como mucho suspiraba de vez en cuando. Era la
primera vez que le veía en aquel estado. Estaba llorando. Me contó que en el
Congreso de los Diputados estaba su tío, Ernest Lluch. El nombre de aquel
político me sonaba pero no mucho. Ahora cerca de los 50 no puedo decir lo
mismo.
Cuando llegamos a casa al mediodía,
supimos que todo había acabado. Y pudimos ver por primera vez las violentas imágenes
que habían convertido uno de los lugares más sagrados del país en un escenario
de violencia y odio.
Las semanas, los meses siguientes, la situación
del país fue un poco más estable. Pero todos fuimos conscientes de que algo se
había roto y que necesitaríamos tiempo para superar el trauma.
Durante los años siguientes nos hemos
convencido de que todo había sido una pesadilla y que la habíamos dejado atrás.
Nada nos podía parar.
Ahora 32 años después las cosas no están
bien. Nada está bien. Nada parece seguro o estable.
Nuestra sociedad necesita, debe
replantearse muchas cosas. Lo cierto es que lo que sucede nos afecta a todos.
Lo que ahora nos afecta, preocupa o
indigna, lo que ahora calificamos como autentica estafa, como una tomadura de
pelo mayúscula, lo es.
Pero estamos a tiempo de rectificar de
mejorar nuestra vida de reclamar nuestro lugar en el mundo.
Podemos hacerlo. Somos capaces. Tenemos
la fuerza. Pero debemos ponernos en marcha.
Sin caer en provocaciones, sin violencia.
Y sobre todo sin olvidar que somos EL PUEBLO, EL ESTADO.
Hay mucho que hacer y cambiar. Mucho.
Para empezar debemos exigir
responsabilidades a los que nos han llevado a caer por este camino hacia el
desastre y que parece no tener fin.
Podemos y debemos recuperar nuestra voz y
nuestra fuerza. Nuestra dignidad y nuestra valentía.
Nadie nos puede decir lo que debemos o
podemos hacer. Somos más maduros de lo que creemos. Más fuertes de lo que
imaginamos. Más capaces de lo que creen los que gobiernan.
Si algo no nos gusta podemos, debemos
decir NO. Son dos letras, solo dos letras que encierran la voluntad de cambio.
No podemos ni debemos tolerar más abusos
de confianza, más pobreza, más indignidad.
Nos mecemos lo mejor, porque somos las y
los mejores. Somos gente estupenda.
Durante 30 hemos vivido en cierta forma
ajenos a nuestras responsabilidades. Son simples. Hacer cumplir nuestra
voluntad a aquellos en los que depositamos nuestra confianza cada cuatro años.
No podemos, no debemos decir nunca más “es
que no se puede hacer nada”.
Ellos nos han metido en este lío y ellos
deben sacarnos de él.
Ellos han abusado de nuestra confianza y
deben ganársela de nuevo trabajando duramente.
Ellos han demostrado que les importamos
muy poco, que somos los medios que emplean sin piedad para obtener su fin.
Enriquecerse.
Son paternalistas, clasistas, poco
respetuosos. Toman lo que les apetece sin dar nada a cambio.
Y esa no es la forma de comportarse.
Jamás.
Si hay que cambiar y reformar la
Constitución debe hacerse.
Si hay que cambiar la Ley Electoral debe
hacerse.
Si hay que reforzar e independizar la
Justicia debe hacerse.
Si debemos plantar cara a un sistema económico
que nos ha llevado al desastre debemos hacerlo.
Debemos evolucionar y debemos hacerlo ya.
Es la hora, nuestra hora.
Quienes llegan al gobierno culpan a los
que gobernaban anteriormente de cada fallo.
Quienes regresan a la oposición padecen
una insultante amnesia sobre sus errores y se expresan como si nunca hubiesen
tomado decisiones importantes, vitales, cruciales.
Todo puede ser reformado, mejorado. Pero
ahora es el momento, el tiempo, el instante. Ahora o nunca.
Y lo primero que debemos hacer es
coordinarnos, tomar las riendas. Recordar a quien deba recordarlo que somos
mayores de edad, maduros, que cada decisión debe ser tomada POR EL PUEBLO, PARA
EL PUEBLO Y CON EL PUEBLO.
A estas horas Italia está pendiente de los
resultados de sus elecciones generales. Y el comentario más repetido es que “los
comicios son cruciales, pero que sobretodo preocupan los resultados a los
mercados, a los inversores”.
Bien, estamos todos en este barco. El
barco mundial. El que puede avanzar o encallar en las rocas.
La decisión es nuestra. Siempre es
nuestra. Nuestra y no de los “mercados”.
Que el miedo no nos pare, ni nos
convierta en sus rehenes.
A por EL FUTURO que es nuestro, nos
pertenece, nos espera.
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