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domingo, 24 de febrero de 2013

23 F-NUNCA MÁS. APOSTAR POR EL FUTURO. PORQUE ES NUESTRA HORA.


Yo tenía 15 años. Estudiaba bachillerato. Pertenecía a una generación que había nacido en los últimos años del Régimen, de la Dictadura. En casa no se hablaba de política. Con los años comprendí porque. En casa nunca se mencionó “la guerra”. En casa se trabajaba, mucho, se pasaban estrecheces, muchas y se respetaba el orden establecido.

La mañana de aquel día, fue como otras muchas mañanas de invierno. Mamá se fue a trabajar a las 05:30am, papá trabajaba en el turno de tarde en la fábrica y yo me enfrentaba a un nuevo día de estudio. Estudiar. Mi peor pesadilla. Bueno no del todo. Me gustaba estudiar, pero algunas asignaturas eran mi peor pesadilla. Yo era (y sigo siendo) de letras…historia, geografía, literatura…pero tenía que dedicar mi atención a mis bestias negras, matemáticas, física…

Cuando ahora lo recuerdo me resulta inevitable sonreír con ternura. Pobre adolescente, preocupada por los exámenes y las bajas calificaciones en materias que decían que eran importantes para ser alguien en la vida, para tener un buen trabajo, para conseguir un futuro provechoso.

La única que andaba de un lado para otro con el rumbo perdido era la abuela. La madre de mi madre. Al día siguiente su nieto favorito se incorporaba a filas, como parte de los cientos de jóvenes que cumplían anualmente sus deberes patrióticos. Y la abuela no estaba tranquila.

El día transcurrió lento y pesado. Muy lento. Muy pesado. Y por fin el reloj marcó el mejor momento. Las clases habían acabado. Por fin. Era una tregua. Llegaría a casa. Merendaría. Y me enfrentaría a tres horas más de estudio. Pero con más calma.

Llegué a casa y la abuela ya me había preparado la merienda. Como no estaba mamá, era una maravilla porque la abuela siempre era generosa e imaginativa y sabía que era lo que te hacía feliz.

He olvidado decir que vivíamos en una portería. En la portería de una finca que fue conocida durante años como La Escalera de Los Ricos. Así que ya os podéis hacer una idea de mi vida, de la vida de mi familia.

Éramos afortunados porque mamá le caía muy bien al propietario del edificio. Era un hombre peculiar. Lo había perdido casi todo durante la Guerra Civil. Pero a base de tenacidad y trabajo duro se recuperó. Para construir el edificio, necesitaba dinero. Y lo consiguió de una forma más propia de una película de aventuras que de la realidad.

Obtuvo el título de buzo civil. No me refiero a submarinista. Os hablo de un buzo, de los que llevaban pesas en la cintura, botas con suelas pesadas, un casco de metal y visor de cristal y un tubo largo para recibir oxígeno.

Le concedieron permiso para reflotar un barco hundido por un submarino que se hallaba cerca de la costa, trabajó duro durante días, logró su objetivo, vendió los restos del naufragio y consiguió el primer capital con el que volvió a los negocios.

Creo que ahora podéis haceros una idea de la vida de mi familia cuando digo que el trabajo era algo cotidiano. No sé si habéis visto algún capítulo de la serie británica Arriba&Abajo. Podríamos decir que es el precedente, la referencia principal para producciones posteriores del tipo Lo que queda del día.

La mayoría de las familias que vivían en aquel edificio, a excepción de una con la que nos unía verdadera amistad y por cuya mediación obtuvimos el empleo, de forma amable y condescendiente, te dejaban muy claro cuál era tu lugar en el mundo. Cuanto más alto subía el ascensor, más notabas la diferencia social.

En fin como os decía, la abuela se encargaba cada tarde de vigilar desde la cristalera de nuestra humilde morada las entradas y salidas de propios y extraños.

Luego llegaba mi turno después de merendar. Pero aquella tarde todo resultó distinto.

La abuela había conseguido calmarse un poco. Así que dijo que podía poner la televisión mientras merendaba. Lo curioso fue que en primer plano aparecía inmóvil como una estaca, Joaquin Arozamena que hablaba de “autoridad competente…” y de no se cuantas cosas que no logré entender. Porque lo que en realidad me preocupaba era que Arozamena no se movía como acostumbraba, cuando se encargaba del informativo de la tarde. No solo era peculiar su locución sino su incapacidad para estar quieto y relajado ante la cámara.

Aquella tarde era diferente. Arozamena no se movía, ni siquiera se movía su bigote.

A los pocos minutos recibí la llamada de una compañera de clase que cuidaba de sus hermanas menores en casa. Me contó algo sobre ráfagas de ametralladora, gritos y que todo lo había escuchado a través de la radio.

Lo había olvidado. Se trataba del debate de investidura de Leopoldo Calvo Sotelo como Presidente del Gobierno tras la dimisión de Adolfo Suarez el 29 de enero de aquel año.

Cuando colgué el teléfono volvió a sonar. Era mamá que llamaba desde el colegio municipal en el que trabajaba como limpiadora. La coordinadora había ordenado al equipo de limpieza, que dejasen el trabajo y volviesen a casa rápidamente. Ella había vivido la Guerra Civil y quería que todas las trabajadoras estuviesen en casa con sus familias. Mamá se había asustado.

Mientras la abuela había vuelto a sentirse mal. Y empezó a entonar un mantra particular: Otra vez no, por favor, otra vez no.

Y fue entonces mientras mamá volvía a casa, cuando la abuela me contó que cincuenta años atrás, España era una República y que luego hubo una guerra…y sus recuerdos se desataron.

Fue el 18 de julio de 1936 un día importante Córdoba capital porque es el día de Santa Marina de Agua Santa, una de las santas importantes de la ciudad.

En pocas horas las camisas azules de la Falange fueron la nota de color en las calles de la ciudad. Nadie sabía que pasaba. Pero todos intuían que las cosas no irían bien. Esta vez era distinta al momento en que el General Primo de Rivera se hizo con el poder.

Y las semanas les dieron la razón. La autoridad competente hizo responsables directos a los trabajadores de la compañía ferroviaria de cualquier incidente en las vías, cualquier perdida material o humana. Al parecer Córdoba era un enclave importante para que las tropas golpistas lograsen llegar hasta la capital, hasta Madrid.

Lo que pasó aquel 18 de julio de 1936 fue que los Salvadores de la Patria, no contaban con que una buena parte de la población ya no estaba por la labor, no necesitaba que les salvasen. El Pueblo había aprendido a expresarse, a decidir, a disfrutar de la libertad.

La Segunda República no fue un tiempo de vino y rosas. Había mucho que hacer. Pero lo cierto es que tampoco se le dio una oportunidad a los y las que la dirigían para lograr aciertos y enmendar errores.

Y por ello El Pueblo decidió plantar cara a los Rebeldes, a los Golpistas. Y por ello durante los tres años siguientes España fue un baño de sangre, el escenario en el que los aliados del General Franco pudieron experimentar, mejorar y corregir las armas que posteriormente llevaron la Guerra a escala mundial.

A partir de ese día, la abuela no dejó de hablar, de contarme, de decirme, de explicarme. Fue como abrir las compuertas de una presa. El torrente de palabras, frases, sentimientos, historias fue tal que todavía hoy parece que la escucho. Fue ella aquel día, fue el maravilloso Joan Bachs Piera quienes despertaron mi curiosidad. Y ahora a medida que leo y curioseo las publicaciones relacionadas con esa época, entiendo mejor a la abuela y comprendo la dimensión de sus palabras, las penurias de una generación, la sensación de pérdida constante, el exilio interior de muchos, el exilio exterior de otros.

A medida que las horas pasaban, con mamá y papá en casa, la radio fue la hoguera junto a la que la población se sentó para escuchar, para calmarse, para no perder la cabeza.

Los profesionales del momento lograron ponerse de acuerdo, dejaron a un lado protagonismos, centraron sus esfuerzos e informaron a los que estábamos lejos de lo que estaba pasando, de lo que podía pasar, de lo que no queríamos que pasara…otra vez.

La noche fue larga. Difícil. Extraña. La abuela me mantuvo despierta hasta que Juan Carlos I apareció en pantalla diciendo que no apoyaba el golpe.

Porque a esas alturas lo que pasaba ya tenía nombre. Golpe de Estado. Algo que suelen planear los que están fuera del poder cuando discrepan de los deseos de la mayoría.

Amaneció el 24 de febrero sin novedades aparentes, lo que ya en si era un alivio. Pero a pesar de que como dicen en Estados Unidos “la falta de noticias son buenas noticias”, la falta de noticias, el goteo de noticias, la calma tensa, era desesperante.

Como autómatas volvimos a nuestras actividades cotidianas convencidos de que si éramos buenos, si nos portábamos bien, despertaríamos de aquella pesadilla y todo seguiría igual. Pero no era así. La magia, el encanto, la ilusión, se había perdido. Ya no éramos inocentes. Ya no creíamos que todo sería mejor. En que el futuro sería brillante. En que los fantasmas del pasado ya no se levantarían de sus tumbas para asustarnos.

Se habían levantado. Bueno en realidad no se habían ido. No los habíamos enterrado. Nunca pasó. Fue una ilusión temporal. Únicamente se habían tomado un respiro de seis años. Y por fin habían vuelto a la luz, al primer plano. Reclamaban seguir siendo los protagonistas de la Historia.

Los profesores nos dieron un poco de tregua. Nuestra atención, habitualmente dispersa, lo estaba más aquella mañana. El director había permitido que un alumno, pudiese escuchar una pequeña radio de bolsillo. Aquel muchacho que habitualmente era molesto, grosero y poco considerado, estaba en silencio, quieto, como mucho suspiraba de vez en cuando. Era la primera vez que le veía en aquel estado. Estaba llorando. Me contó que en el Congreso de los Diputados estaba su tío, Ernest Lluch. El nombre de aquel político me sonaba pero no mucho. Ahora cerca de los 50 no puedo decir lo mismo.

Cuando llegamos a casa al mediodía, supimos que todo había acabado. Y pudimos ver por primera vez las violentas imágenes que habían convertido uno de los lugares más sagrados del país en un escenario de violencia y odio.

Las semanas, los meses siguientes, la situación del país fue un poco más estable. Pero todos fuimos conscientes de que algo se había roto y que necesitaríamos tiempo para superar el trauma.

Durante los años siguientes nos hemos convencido de que todo había sido una pesadilla y que la habíamos dejado atrás. Nada nos podía parar.

Ahora 32 años después las cosas no están bien. Nada está bien. Nada parece seguro o estable.

Nuestra sociedad necesita, debe replantearse muchas cosas. Lo cierto es que lo que sucede nos afecta a todos.

Lo que ahora nos afecta, preocupa o indigna, lo que ahora calificamos como autentica estafa, como una tomadura de pelo mayúscula, lo es.

Pero estamos a tiempo de rectificar de mejorar nuestra vida de reclamar nuestro lugar en el mundo.

Podemos hacerlo. Somos capaces. Tenemos la fuerza. Pero debemos ponernos en marcha.

Sin caer en provocaciones, sin violencia. Y sobre todo sin olvidar que somos EL PUEBLO, EL ESTADO.

Hay mucho que hacer y cambiar. Mucho.

Para empezar debemos exigir responsabilidades a los que nos han llevado a caer por este camino hacia el desastre y que parece no tener fin.

Podemos y debemos recuperar nuestra voz y nuestra fuerza. Nuestra dignidad y nuestra valentía.

Nadie nos puede decir lo que debemos o podemos hacer. Somos más maduros de lo que creemos. Más fuertes de lo que imaginamos. Más capaces de lo que creen los que gobiernan.

Si algo no nos gusta podemos, debemos decir NO. Son dos letras, solo dos letras que encierran la voluntad de cambio.

No podemos ni debemos tolerar más abusos de confianza, más pobreza, más indignidad.

Nos mecemos lo mejor, porque somos las y los mejores. Somos gente estupenda.

Durante 30 hemos vivido en cierta forma ajenos a nuestras responsabilidades. Son simples. Hacer cumplir nuestra voluntad a aquellos en los que depositamos nuestra confianza cada cuatro años.

No podemos, no debemos decir nunca más “es que no se puede hacer nada”.

Ellos nos han metido en este lío y ellos deben sacarnos de él.

Ellos han abusado de nuestra confianza y deben ganársela de nuevo trabajando duramente.

Ellos han demostrado que les importamos muy poco, que somos los medios que emplean sin piedad para obtener su fin. Enriquecerse.

Son paternalistas, clasistas, poco respetuosos. Toman lo que les apetece sin dar nada a cambio.

Y esa no es la forma de comportarse. Jamás.

Si hay que cambiar y reformar la Constitución debe hacerse.

Si hay que cambiar la Ley Electoral debe hacerse.

Si hay que reforzar e independizar la Justicia debe hacerse.

Si debemos plantar cara a un sistema económico que nos ha llevado al desastre debemos hacerlo.

Debemos evolucionar y debemos hacerlo ya. Es la hora, nuestra hora.

Quienes llegan al gobierno culpan a los que gobernaban anteriormente de cada fallo.

Quienes regresan a la oposición padecen una insultante amnesia sobre sus errores y se expresan como si nunca hubiesen tomado decisiones importantes, vitales, cruciales.

Todo puede ser reformado, mejorado. Pero ahora es el momento, el tiempo, el instante. Ahora o nunca.

Y lo primero que debemos hacer es coordinarnos, tomar las riendas. Recordar a quien deba recordarlo que somos mayores de edad, maduros, que cada decisión debe ser tomada POR EL PUEBLO, PARA EL PUEBLO Y CON EL PUEBLO.

A estas horas Italia está pendiente de los resultados de sus elecciones generales. Y el comentario más repetido es que “los comicios son cruciales, pero que sobretodo preocupan los resultados a los mercados, a los inversores”.

Bien, estamos todos en este barco. El barco mundial. El que puede avanzar o encallar en las rocas.

La decisión es nuestra. Siempre es nuestra. Nuestra y no de los “mercados”.

Que el miedo no nos pare, ni nos convierta en sus rehenes.

A por EL FUTURO que es nuestro, nos pertenece, nos espera.

 

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