No he escuchado nada más hermoso en toda
mi vida que las carcajadas de una niña, de un niño. Es un sonido que encierra
toda la escala de emociones vibrantes y claras. Es una composición única y
mágica.
Aunque se produce de forma simple el
resultado para quien lo escucha es una sensación de bienestar indescriptible.
Según los expertos sonríen desde el
primer momento para despertar en los adultos ternura y necesidad de cuidarles
sean o no sus padres. La Naturaleza en su sabiduría infinita les dota de un
mecanismo que te obliga a prestarles atención porque los humanos somos las
criaturas más vulnerables de la tierra desde que nacemos. No sabemos andar, no
sabemos buscar nuestro sustento, si tenemos frío no sabemos como calentarnos,
si enfermamos no sabemos como buscar remedio. Dependemos por entero de los
adultos del grupo.
Y con una sonrisa y más tarde con una
carcajada y con el tiempo con una oleada de risas obligamos a los mayores a que
nos cuiden y protejan.
Si una niña o un niño llora nos
desesperamos. Dicen que es el sonido que más estresa a los adultos por su tono
agudo y continuado. Hasta el momento en que el más pequeño de la casa no
aprende a comunicarse a través del lenguaje, más o menos elaborado, y nos hace
saber en todo momento que le sucede, llora. Y nuestra incapacidad para
interpretar y traducir la situación nos estresa. Mucho.
Con el tiempo nos convertimos en seres
más complejos capaces de expresar la emoción o el estado más simple a través
del lenguaje verbal, con la mirada y con la sonrisa o el llanto. Es entonces
cuando sabemos que si un niño o una lloran es porque realmente algo va mal.
La sonrisa, la risa, el humor son
mecanismos de expresión y comunicación muy poderosos. Resultan imprescindibles
para lograr un equilibrio perfecto ante los conflictos.
A medida que adquirimos responsabilidades
el tiempo que dedicamos a reír disminuye. Nuestra sociedad considera que
alguien que está siempre de buen humor, que siempre ríe o que tiene la
capacidad de hacer reír es poco productivo y por tanto debe ser guiado hacia un
claro ejercicio de la seriedad.
No obstante pasamos la mitad de nuestra
vida buscando motivos que nos provoquen la sensación única de una sonrisa, de
una carcajada: contamos historias cortas que llamamos chiste, asistimos a
espectáculos que nos diviertan, leemos relatos que nos permitan sonreír.
Tanto empeño ponemos en ello que
olvidamos ser espontáneos y esperamos que sean otros los que nos brinden la oportunidad
de recuperar el lado más lúdico de nuestra vida sin sentirnos por ello
culpables.
Existe un país que mide su riqueza en
relación a la felicidad de sus habitantes. No es nuestro caso desde luego ni el
caso de la mayoría de los países de este mundo.
No nos sobran motivos para reír. Tanto es
así que desde hace muchos años no escucho ningún chiste nuevo. Si echo la vista
atrás me veo en la cafetería del hospital en el que estudiaba hace veinte años
los lunes por la mañana temprano escuchando chistes nuevos que nos permitían
enfrentar una dura semana de trabajo y estudio.
Con el tiempo los chistes siguieron
presentes en nuestra sociedad. Más o menos afortunados, elaborados, simples,
nuevos o viejos. Pero estaban presentes.
Ahora no. Simplemente hemos perdido el
humor. Y lo sabemos. Sabemos que es lo único que nos permiten mantener la cordura,
el equilibrio.
Nos han despojado de la esperanza, de la
fe, del trabajo, de la dignidad y ahora también del humor.
Claro que no todo el mundo tiene la
gracia adecuada para hacer que los demás sonrían, rían y se carcajeen. Y no
todo el mundo está dispuesto a perder un segundo de su vida en pos de un
chiste.
En la década de los 90 de siglo pasado
Europa se enfrentó de nuevo a la crueldad de la guerra con el conflicto de la
antigua Yugoeslavia. Y lo más alarmante fue descubrir que muchos niños que se
habían visto envueltos en el conflicto se colgaban de la parte trasera de los
convoyes militares intentado suicidarse. El hambre, los bombardeos, la falta de
esperanza, los francotiradores, la perdida de sus padres o su familia al
completo les llevó a la desesperación, a la depresión y a la idea de que la
muerte era su única salida.
Fue entonces cuando alguien pensó que el
mundo se había olvidado de un detalle. Existían organizaciones de médicos sin
fronteras, bomberos sin fronteras, maestros sin fronteras, arquitectos sin
fronteras. Pero nadie había creado una organización que llevase la esperanza a
los lugares más desesperados. Fue entonces dicen cuando nació Payasos Sin
Fronteras.
Varios años antes el médico norteamericano
Patch Adams empezó a desarrollar una terapia que mezclase la prescripción
farmacológica tradicional con la risa. El propio doctor Adams había necesitado
de todo su sentido del humor para superar algunos episodios personales graves.
Desde entonces en muchos centros
hospitalarios los pacientes infantiles reciben la visita de animadores y
payasos voluntarios que intentan que su estancia sea un poco menos dramática.
Pero ¿y los adultos? ¿Qué pasa con los
adultos? Ya no contamos chistes ni tenemos la sonrisa presta a escapar de
nuestros labios, a volar. Y lo necesitamos, como comer, beber o descansar.
Lo que ocurre es que hemos olvidado en
muchos casos, y no sin motivo, como hacerlo, como sonreír, reír y carcajearnos.
Necesitamos que nos reduequen, que nos enseñen como hacerlo.
Y es en ese punto cuando entran en acción
los expertos en riso terapia. Lo triste es que tengan que enseñarnos a reír de
nuevo porque hemos perdido el sentido del humor porque andamos con una carga
tan grande sobre nuestros hombros que no levantamos la cabeza al caminar.
Espero y confío en que un día, no importa
cuando, pero que llegue al fin, podamos reír de nuevo. Yo no me rendiré y
seguiré buscando motivos para sonreír a pesar de la tormenta que nos está
cayendo encima y que nos tiene ateridos de frío y con las ropas caladitas.
De momento lo que me hace sonreír es muy
simple. Una campaña que publicita una marca de caramelos y que no emplea tiempo
alguno en loar el producto. Simplemente vemos una arañita diminuta que al más
puro estilo Chuck Norris le pega una paliza a un tipo joven y fuerte.
Lo se. Es algo muy tonto y muy simple,
pero a mí de momento me vale. Incluso ha logrado que yo que siento pavor por
los arácnidos y los insectos en general vea a las arañitas de otra forma.
Y es que el humor cuanto más simple y
menos elaborado resulta más efectivo.
Feliz
jornada.
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