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jueves, 29 de marzo de 2012

LA RISA


No he escuchado nada más hermoso en toda mi vida que las carcajadas de una niña, de un niño. Es un sonido que encierra toda la escala de emociones vibrantes y claras. Es una composición única y mágica.

Aunque se produce de forma simple el resultado para quien lo escucha es una sensación de bienestar indescriptible.
Según los expertos sonríen desde el primer momento para despertar en los adultos ternura y necesidad de cuidarles sean o no sus padres. La Naturaleza en su sabiduría infinita les dota de un mecanismo que te obliga a prestarles atención porque los humanos somos las criaturas más vulnerables de la tierra desde que nacemos. No sabemos andar, no sabemos buscar nuestro sustento, si tenemos frío no sabemos como calentarnos, si enfermamos no sabemos como buscar remedio. Dependemos por entero de los adultos del grupo.

Y con una sonrisa y más tarde con una carcajada y con el tiempo con una oleada de risas obligamos a los mayores a que nos cuiden y protejan.

Si una niña o un niño llora nos desesperamos. Dicen que es el sonido que más estresa a los adultos por su tono agudo y continuado. Hasta el momento en que el más pequeño de la casa no aprende a comunicarse a través del lenguaje, más o menos elaborado, y nos hace saber en todo momento que le sucede, llora. Y nuestra incapacidad para interpretar y traducir la situación nos estresa. Mucho.

Con el tiempo nos convertimos en seres más complejos capaces de expresar la emoción o el estado más simple a través del lenguaje verbal, con la mirada y con la sonrisa o el llanto. Es entonces cuando sabemos que si un niño o una lloran es porque realmente algo va mal.

La sonrisa, la risa, el humor son mecanismos de expresión y comunicación muy poderosos. Resultan imprescindibles para lograr un equilibrio perfecto ante los conflictos.

A medida que adquirimos responsabilidades el tiempo que dedicamos a reír disminuye. Nuestra sociedad considera que alguien que está siempre de buen humor, que siempre ríe o que tiene la capacidad de hacer reír es poco productivo y por tanto debe ser guiado hacia un claro ejercicio de la seriedad.

No obstante pasamos la mitad de nuestra vida buscando motivos que nos provoquen la sensación única de una sonrisa, de una carcajada: contamos historias cortas que llamamos chiste, asistimos a espectáculos que nos diviertan, leemos relatos que nos permitan sonreír.

Tanto empeño ponemos en ello que olvidamos ser espontáneos y esperamos que sean otros los que nos brinden la oportunidad de recuperar el lado más lúdico de nuestra vida sin sentirnos por ello culpables.

Existe un país que mide su riqueza en relación a la felicidad de sus habitantes. No es nuestro caso desde luego ni el caso de la mayoría de los países de este mundo.

No nos sobran motivos para reír. Tanto es así que desde hace muchos años no escucho ningún chiste nuevo. Si echo la vista atrás me veo en la cafetería del hospital en el que estudiaba hace veinte años los lunes por la mañana temprano escuchando chistes nuevos que nos permitían enfrentar una dura semana de trabajo y estudio.

Con el tiempo los chistes siguieron presentes en nuestra sociedad. Más o menos afortunados, elaborados, simples, nuevos o viejos. Pero estaban presentes.

Ahora no. Simplemente hemos perdido el humor. Y lo sabemos. Sabemos que es lo único que nos permiten mantener la cordura, el equilibrio.

Nos han despojado de la esperanza, de la fe, del trabajo, de la dignidad y ahora también del humor.

Claro que no todo el mundo tiene la gracia adecuada para hacer que los demás sonrían, rían y se carcajeen. Y no todo el mundo está dispuesto a perder un segundo de su vida en pos de un chiste.

En la década de los 90 de siglo pasado Europa se enfrentó de nuevo a la crueldad de la guerra con el conflicto de la antigua Yugoeslavia. Y lo más alarmante fue descubrir que muchos niños que se habían visto envueltos en el conflicto se colgaban de la parte trasera de los convoyes militares intentado suicidarse. El hambre, los bombardeos, la falta de esperanza, los francotiradores, la perdida de sus padres o su familia al completo les llevó a la desesperación, a la depresión y a la idea de que la muerte era su única salida.

Fue entonces cuando alguien pensó que el mundo se había olvidado de un detalle. Existían organizaciones de médicos sin fronteras, bomberos sin fronteras, maestros sin fronteras, arquitectos sin fronteras. Pero nadie había creado una organización que llevase la esperanza a los lugares más desesperados. Fue entonces dicen cuando nació Payasos Sin Fronteras.

Varios años antes el médico norteamericano Patch Adams empezó a desarrollar una terapia que mezclase la prescripción farmacológica tradicional con la risa. El propio doctor Adams había necesitado de todo su sentido del humor para superar algunos episodios personales graves.

Desde entonces en muchos centros hospitalarios los pacientes infantiles reciben la visita de animadores y payasos voluntarios que intentan que su estancia sea un poco menos dramática.

Pero ¿y los adultos? ¿Qué pasa con los adultos? Ya no contamos chistes ni tenemos la sonrisa presta a escapar de nuestros labios, a volar. Y lo necesitamos, como comer, beber o descansar.

Lo que ocurre es que hemos olvidado en muchos casos, y no sin motivo, como hacerlo, como sonreír, reír y carcajearnos. Necesitamos que nos reduequen, que nos enseñen como hacerlo.

Y es en ese punto cuando entran en acción los expertos en riso terapia. Lo triste es que tengan que enseñarnos a reír de nuevo porque hemos perdido el sentido del humor porque andamos con una carga tan grande sobre nuestros hombros que no levantamos la cabeza al caminar.

Espero y confío en que un día, no importa cuando, pero que llegue al fin, podamos reír de nuevo. Yo no me rendiré y seguiré buscando motivos para sonreír a pesar de la tormenta que nos está cayendo encima y que nos tiene ateridos de frío y con las ropas caladitas.

De momento lo que me hace sonreír es muy simple. Una campaña que publicita una marca de caramelos y que no emplea tiempo alguno en loar el producto. Simplemente vemos una arañita diminuta que al más puro estilo Chuck Norris le pega una paliza a un tipo joven y fuerte.

Lo se. Es algo muy tonto y muy simple, pero a mí de momento me vale. Incluso ha logrado que yo que siento pavor por los arácnidos y los insectos en general vea a las arañitas de otra forma.

Y es que el humor cuanto más simple y menos elaborado resulta más efectivo.
Feliz jornada.

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