Me propone mi amiga Annabel Pintó un tema
para este blog que ya no siento como mío sino como vuestro. Le indigna a mi
querida amiga la falta de cortesía, empatía o tolerancia, con la que tratamos a
los que han llegado buscando una vida mejor.
Tratar el tema sin ofender a unos y otros,
caer en tópicos, resultar paternalista o superficial, sin dar argumentos ni
legitimar a los que defienden lo indefendible, sin manchar la memoria de
millones de victimas, resulta empresa poco menos que imposible.
Como siempre busco material para documentarme,
en este caso sobre el racismo, la xenofobia, el rechazo visceral que nos
producen por muy civilizados que nos postulemos, aquellos que son diferentes a
nosotros. Puede parecer que lo sabemos todo sobre el tema, que ya está todo
dicho, pero no es así. Por tanto mejor informarse, antes de escribir.
Y mientras buceo entre decenas de artículos y
entradas que explican de forma más o menos científica la cuestión, mi mente
salta de un pensamiento a otro, de una idea a otra.
La primera y más amable es una escena de la
película Mi Gran Boda Griega, escrita
y protagonizada por la gran actriz Nia Vardalos. Costas Portokalos, padre de
Tula se desespera ante el empeño de su hija en casarse con americano, no
griego. Cuando las dos familias se conocen el fracaso es total. Costas dice que
su hija ha traído a casa un “Xenó”,
un extranjero.
El siguiente pensamiento, tiene relación con
un artículo publicado hace muchos años por El
Periódico de Catalunya en un suplemento literario, que destacaba la
publicación de una historia real que sucedió en EEUU a finales del siglo XIX.
Un explorador occidental viajó hasta el Circulo Polar Ártico, y entró en
contacto con varios grupos de inuits (nativos americanos conocidos como esquimales).
Durante varios meses convivió con ellos,
observó sus costumbres y cuando finalizó su estudio propuso a varios de los
adultos que viajasen con él a la gran ciudad. Confiando en la temporalidad de
su aventura y en la palabra de su nuevo amigo, aceptaron la oferta y viajaron
con él de regreso a la civilización. En aquella expedición también viajaba un
menor.
Cuando llegaron a una de las grandes ciudades
de EEUU fueron confinados en los sótanos de un prestigioso museo. La
insalubridad del recinto, la dieta, el contacto con un medio contaminado, el estrés
y el agotamiento, diezmaron el grupo inuit hasta que solo quedó con vida el
niño.
Las autoridades del museo, organizaron un funeral al que asistió el
pequeño que durante años creyó que sus familiares habían sido enterrados. Fue
bautizado como cristiano, aprendió a leer y escribir y finalmente trabajó como
vigilante del citado museo.
El capitulo más amargo de este drama llegó el día que
descubrió en el almacén en el que se amontonaban especímenes animales a los que
se les había practicado el arte de la taxidermia, los cuerpos de sus
familiares, entre los que estaba su padre, disecados y ataviados con las ropas
y los enseres que habían traído de su hogar.
El escandalo fue tal que de inmediato se
organizó la vuelta del desesperado joven a su hogar. Pero habían pasado tantos
años desde que viajó a la gran ciudad que ya no pertenecía a los suyos y
tampoco se sentía parte del mundo que le había traicionado y humillado.
La siguiente idea me lleva a recordar la noticia
aparecida en forma de titular breve hace casi diez años que hablaba de la
intención de varias familias afroamericanas de demandar a algunas de las
compañías más poderosas de EEUU puesto que la mayoría habían nacido y
evolucionado a partir de las fortunas amasadas gracias al comercio de esclavos
y a los beneficios obtenidos de la explotación de la mano de obra negra.
Que el racismo, la xenofobia, el rechazo a lo
diferente, la capacidad de humillar, infligir daño a los semejantes es algo
común a todas las culturas está más que probado. Lo que sucede es que Occidente
se ha arrogado el papel de árbitro en estas y otras cuestiones de forma que
emplea un doble rasero totalmente inadmisible.
Desde que el ser humano evoluciona hacia una
sociedad compleja, los individuos ajenos al grupo, despiertan recelo, temor,
rechazo y odio a la comunidad. Las reacciones ante lo distinto nunca se ajustan
a la pretendida racionalidad, a la complejidad intelectual de la que los
humanos presumen. Y hacen aflorar nuestra parte animal.
Y es entonces cuando damos un paso más y
justificamos nuestras acciones con postulados pseudo intelectuales, mandatos
divinos o teorías peregrinas.
Si el mundo actual vive inmerso en una
espiral de violencia y destrucción, se debe a los pasos en falso que hemos dado
en épocas anteriores.
El hecho de que los países que fueron
colonias se enfrenten entre sí o de forma interna se debe a la incapacidad de
Occidente para liberar a sus antiguas colonias de forma organizada y
consciente.
Se les conquistó bajo la premisa de que eran
culturas inferiores simplemente porque no vivían como nosotros. Sus países se
convirtieron en el patio trasero de los imperios y reinos occidentales, en el
que se podían amontonar nuestros desechos, porque para eso éramos los amos y
señores del planeta.
Se les convenció a sangre y fuego de que su
cultura no era valiosa, sus credos no fueron respetados ni su forma de entender
la vida y su historia o sus símbolos aunque fuesen más antiguos que los
occidentales no merecieron respeto.
Se les despojó de todo lo que les resultase
valioso, se les implantó una cultura y un credo extraños y lenguas más extrañas
todavía. Cuando llegó la independencia, habían perdido su identidad, obedecían
a reglas de comportamiento ajenas y aprendieron los peores hábitos occidentales
en política y administración.
La llegada de esclavos africanos a América
como mano de obra se debe a la intervención de la Iglesia Católica Española en
favor de los indígenas americanos en un momento en que se registra una mortandad
superior a la deseada por parte de los colonizadores. Con el fin de continuar
obteniendo beneficios del Nuevo Mundo la Iglesia aconseja que se emplee mano de
obra negra, puesto que los indios, una vez bautizados tienen alma y que este
punto en el caso de los negros es más que dudoso.
Australia es otro caso de como Occidente
transformó en infierno para sus moradores nativos una tierra milenaria.
Convertida en colonia penal, Australia con el tiempo se ha transformado en un
país digno de admiración. Pero su pasado, la forma en que los blancos trataron
y tratan a sus aborígenes constituye un episodio demasiado reciente y doloroso
para el país. Uno de sus políticos más destacados prometió en campaña electoral
que en caso de ser elegido una de las cosas que haría en primer lugar sería
pedir disculpas publicas a los aborígenes por el trato recibido y en particular
por el robo de bebés que duró hasta entrado el siglo XX con el fin de diluir la
presencia nativa a base de conversiones religiosas, reducación e inserción en
la sociedad blanca.
La lista de despropósitos, desgracias y
capítulos más que dolorosos es tan larga que no tendríamos tiempo de
desgranarla sin sentir al mismo tiempo un desgarro continuado en el alma.
Que los indios Caribes capturaban a sus
enemigos para castrarlos, engordarlos y posteriormente emplearlos como alimento
es un hecho, que la Roma Imperial empleaba a sus enemigos como botines de
guerra y que algunos pasaban a entretener a los ciudadanos del imperio en
espectáculos sangrientos es conocido.
Pero cuando se trata de reconocer que
Occidente bajo una patina de civilización, poder y racionalidad se convirtió en
la peor pesadilla del resto del mundo durante siglos, resulta poco menos que
imposible puesto que muchos colectivos continúan defendiendo que al fin y al
cabo Occidente llevo a aquellos pueblos la civilización y el orden.
Así pues no resulta extraño que continuemos
considerando enemigos potenciales a los que llegan a nuestras casas buscando de
forma temporal o permanente un futuro mejor.
No entraré en la necesidad de que los recién
llegados conozcan y comprendan las tradiciones, la cultura y la lengua del país
de acogida, puesto que a todas luces resulta no solo un gesto de cortesía e
integración sino que constituye un paso más en aras de entender la nueva
realidad que les acoge.
Pero en este punto de nuevo estamos errando
la teoría y fallando en la práctica. Muchos de los que llegan de América del
Sur a nuestro país, lo hacen convencidos de que no encontraran dificultades
idiomáticas. Y cuando chocan con la realidad su frustración es mayúscula.
Si eligen como zona de residencia cualquier
parte de la Península en la que no exista un idioma cooficial no pasará nada.
Pero si se deciden por Catalunya, Euskadi o Galicia comprobaran que la realidad
es otra.
Aunque no deben preocuparse. Los que
habitamos las zonas bilingües también estamos un poco perdidos y nos sentimos
extraños en casa propia. Porque a pesar de que las leyes reconocen en la
práctica la necesidad de potenciar y respetar las particularidades culturales
de la zona, siempre se nos recuerda que no es así. Y lo curioso es que los que
hablan de proteger el Español como lengua, olvidan que la propia constitución
afirma que el idioma oficial es el Castellano, es decir que la propia
Constitución confirma que el idioma del reino de Castilla se ha impuesto por
fuerza de conquista y posteriormente por fuerza de costumbre al resto de las
lenguas del estado.
Llegada a este punto debería regresar al
planteamiento inicial. El racismo, la xenofobia, el odio visceral que nos
provoca lo que resulta diferente al grupo.
Uno de los casos más recientes en la memoria
colectiva ha sido el exterminio en los campos de concentración de 6 millones de
judíos, miles de gitanos, rusos, eslavos, españoles, homosexuales, testigos de
Jehová, comunistas, prostitutas…por parte del Tercer Reich Alemán ideado,
creado, dirigido por Adolf Hitler y que durante más de 10 años convirtió Europa
en el infierno de Dante. No podemos olvidar tampoco los campos de prisioneros
dirigidos por el ejército japonés en el Frente del Pacífico, a las esclavas
sexuales, ni los campos de internamiento para americanos de origen japonés en
EEUU tras el bombardeo de Pearl Harbour. Y si damos otro salto hacia atrás
tampoco podemos olvidar el exterminio de las tribus nativas americanas que
finalmente se vieron confinadas en territorios vigilados o reservas.
Pero mientras continuamos elaborando ensayos
sobre el tema, celebrando homenajes a esas victimas o produciendo películas
tremendamente realistas, olvidamos uno de los episodios más lamentables de la
historia contemporánea occidental.
Se trata de los zoológicos humanos, presentes en Occidente hasta la Segunda
Guerra Mundial y que obedecían a una actitud cultural de supremacía racial. Presentados
como Exposiciones etnológicas o Ciudades de Negros, llevaban a la metrópoli en
directo diferentes muestras de pueblos colonizados, expuestos en escenas
artificiales en el marco de ambientes reconstruidos.
Uno de los primeros antecedentes de estos zoológicos humanos es la
colección de Moctezuma en México que incluía no solo gran diversidad de
animales procedentes de lugares remotos del continente, sino que exhibía seres
diferentes como enanos, albinos y jorobados. Algo que tampoco era ajeno a las
cortes europeas que se divertían a costa de los enanos.
Pero quien abrió las puertas a este tipo de exhibiciones fue Cristóbal
Colón al presentar en 1493 ante la corte castellana varios indígenas
procedentes del Nuevo Mundo.
Los Medici en el Renacimiento crearon una importante colección de animales
en el Vaticano que en el siglo XVI fue ampliada por el Cardenal Hipólito de
Medicis con una colección humana en la que según él se escuchaban hasta 20 idiomas
distintos puesto que poseía moros, tártaros, indios, turcos y africanos.
En Londres y hasta su muerte en 1815 causó sensación Saartjie Baartman de
la nación namaqua y que era presentada como la Venus Hotentote.
El siguiente paso fue convertir en negocio esas colecciones humanas. El
empresario circense P.T. Barrnum presentó al público en febrero de 1835 a Joice
Heth una mujer de 161 años y a los siameses Chang y Eng Bunker.
Tampoco podemos olvidar a Máximo y Bartola dos niños micros encefálicos
procedentes de México que bajo el nombre de Niños Aztecas o Liliputienses
Aztecas fueron exhibidos en EEUU y Europa.
Pero el concepto de zoo humano no forma parte de la vida cotidiana de
Occidente hasta la década de 1870 a mediados del Nuevo Imperialismo de la mano
del zoólogo, domador y director de circo alemán Carl Hagenbeck.
A los 20 años se encargaba de vigilar la colección de animales salvajes de
su padre. Tras varias expediciones cinegéticas en poco tiempo amplió la
colección hasta convertirla en la base de una empresa de prestigio que surtía
de fieras a los zoológicos de todo el mundo.
En 1874 amplia su espectro comercial y decide exhibir humanos, como
“poblaciones puramente naturales, con sus tiendas, arpones y trineos y un grupo
de caribúes”. Los elegidos son samoanos y lapones.
En 1876 envía una expedición a Sudan para cazar animales salvajes y personas, de la nación Nubia. Esta exposición humana de gran éxito, recorrió París, Londres y Berlín.
En la siguiente expedición el agente de Hagenbeck viaja a Labrador para traer su zoo de Hamburg Tiepark un grupo de esquimales (Inuit) del asentamiento de Hopedale.
En 1881 las actividades de Hagenbeck le llevan a la zona austral de Chile en donde secuestra a un grupo de 11 káwesqar, hombres, mujeres y niños. Confinados en jaulas, los exhibirá en varias ciudades de Europa y morirán victimas de enfermedad, inanición y vejaciones físicas y sexuales.
Lo más destacado que hizo como zoólogo fue cruzar una leona con un tigre de Bengala y vender el hibrido por dos millones de dólares al zoológico portugués de Bisiano Mazinho. En 1903 adquirió una gran extensión de terreno en Stelligen cerca de Hamburgo donde estableció su famoso zoológico en el que sus animales vivían en él como en su ambiente natural. Falleció en 1913.
Geoffroy de Saint-Hilaire probablemente se inspiró en Hagenbeck para crear su zoo humano en el Jardín de Aclimatación de Paris. En 1877 Saint-Hilarie organiza dos exhibiciones etnológicas presentando a nubios e inuits al publico con tal éxito que se duplicaron las entradas al zoo. Los parisinos acuden a ver lo que la gran prensa califica entonces de "banda de animales exóticos, acompañados de individuos no menos singulares"
En 1907 se inaugura el Jardín Tropical de París con motivo de la exposición Colonial. Se trata de un jardín didáctico que muestra a los franceses las posesiones de África y Asía sin viajar.
El Pabellón Congo destruido por un incendio provocado, forma parte de los
cinco pueblos construidos. Dos millones de visitantes descubren un campamento
Tuareg, en el que los rebeldes escenifican una persecución, y a los Indochinos,
Malgaches, Sudaneses y congoleses.
Pero desde el principio queda claro que incluso entre los especímenes mostrados hay diferencias claras. Cuando los cosacos son invitados al Jardín Zoologico la embajada de Rusia insiste en que no sean confundidos con los negros. Y cuando Buffalo Bill llega con su espectáculo sobre el Salvaje Oeste, se instala en una zona privilegiada porque trabaja con indígenas americanos. Los liliputienses por su parte son calificados como monstruos y bestias exóticas.
Lo más dramático es la reacción de la sociedad occidental. Pocos periodistas, políticos o científicos protestan ante las precarias condiciones sanitarias, alimenticias o de alojamientos de los salvajes que acaban en muerte, como fue el caso en 1892 de los indios Kaliña poco habituados al clima francés.
El publico arroja alimentos o baratijas a los individuos expuestos, los comparan con primates o se ríen ante una mujer que tiembla de fiebre en su choza.
Con el tiempo algunos de estos grupos integran ferias ambulantes y cobran
un mísero sueldo. Pero la humillación es la misma.
En
1998 se inauguró una exposición en el museo Quai Branly de París, bajo el
nombre de La Invención de lo Salvaje.
Se trataba de mostrar que no existen razas o jerarquías, solo seres humanos,
una sola especie. El jugador francés de futbol Lilian Thuram se convirtió en el
portavoz más entusiasta de la exposición con su idea de que “Los prejuicios
tienen su historia”. En aquel momento las encuestas confirmaban que un 55% de
los franceses creían que existían las razas, los negros corren más rápido y los
blancos eran mejores en matemáticas.
Para Thuram estaba claro que no nacemos racistas, que los prejuicios son condicionados y que no se trataba de culpabilizar sino de comprender para combatir esta idea.
Durante dos años Thuram trabajó con el historiador francés Pascal Blanchard buscando el material de la exposición. Al parecer el interés de Thuran, nacido en las antillas francesas y descendiente de esclavos y que recordó con horror que cuando llegó a Francia a los ocho años supo por primera vez que significaba ser negro, surgió tras una visita al zoológico de Hamburgo. En la entrada se decía que hasta 1930 se exhibían seres humanos encerrados en jaulas junto a los animales. La última de estas exposiciones de “especímenes de sociedades exóticas” tuvo lugar en Bruselas en 1958 y cerró sus puertas ante las protestas del público.
Las campañas publicitarias de estos zoológicos humanos hablaban por ejemplo de "Caníbales australianos, machos y hembras. La sola y única colonia de esta raza salvaje, extraña, degenerada, y la más brutal jamás sacada del interior de los dominios salvajes. La más baja categoría de la humanidad"
Otro de los herederos de este triste episodio es el jugador Christian Karembeu, nacido en Nueva Caledonia y cuyos abuelos fueron expuestos en una jaula en París y Alemania en 1931 como “caníbales”.
Tal vez creamos que esto solo sucedía en
grandes ciudades europeas como París, Londres, Berlín o Hamburgo. Pero
Barcelona y Madrid también fueron escenario de este tipo de espectáculos.
No obstante creo que merece capitulo aparte.
Así que lo dejaremos para otra entrega de nuestro blog.
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