Es sin duda alguna uno de los puntos más alejados de Occidente y al parecer
uno de los territorios que todavía no se conoce con total exactitud. La primera
vez que los europeos llegaron fue en 1520 con la expedición de Hernando de
Magallanes, que probablemente bautizó esta como Tierra del Fuego debido a las
grandes hogueras en torno a las cuales
se agrupaban los nativos: Shelk’nams
(Onas), Yamanas (Yaganes), Alakalufes y Haush.
Durante más de tres siglos la corona española no se molestó en explorar o
asentarse en la zona debido al difícil acceso que presentaba. En todo ese
tiempo y de forma esporádica pasaron por allí expediciones inglesas, francesas
y holandesas, además claro está de las españolas.
. Aunque durante el siglo XVII la corona española llevó a cabo varios
intentos de colonización, no fue hasta que el capitán Fizt Roy acompañado en su
segunda expedición por Charles Darwin a bordo del Beagle descubrió entre 1826 y
1830 una nueva ruta interoceánica, el Canal de Beagle. En 1869 el primer
asentamiento fue una misión de pastores anglicanos dirigida por el reverendo T.
Bridges en la zona del Canal Beagle.
Bridges eligió una bahía que los nativos llamaban Ushuaia (bahía que mira al poniente o bahía hermosa) situada en la costa sur
de Isla Grande. En 1884 una expedición militar argentina creo la Subprefectura
que dio lugar a la actual capital de provincia.
Del norte se ocuparon los salesianos que en 1893 se instalaron en la desembocadura atlántica del Rio Grande. La misión se llamó Nuestra Señora de La Candelaria y en 1921 constituía un centro de comercio tan importante que se convirtió en una capital de gran renombre.
Desde el momento en que Magallanes llegó al territorio la opinión general
de los marinos y viajeros que viajaban hasta allí era unánime: Tierra de Fuego
era un infierno barrido por el viento y rodeado por los glaciares de la Antártida.
Los marinos más veteranos cuando se adentraban en la zona admitían no haber
conocido nada igual.Del norte se ocuparon los salesianos que en 1893 se instalaron en la desembocadura atlántica del Rio Grande. La misión se llamó Nuestra Señora de La Candelaria y en 1921 constituía un centro de comercio tan importante que se convirtió en una capital de gran renombre.
En el diario del naturalista Charles Darwin que a los 22 años navegó
durante un lustro a bordo del bergantín Beagle el paso por Tierra de Fuego
podemos leer que “Tierra del Fuego tiene
un clima horroroso, uno de los peores del mundo... El Beagle tuvo que luchar
durante un mes con un mar borrascoso al intentar bordear el cabo de Hornos. Una
gran ola abatió sobre el barco arrancando uno de los botes...".
Pero otras descripciones de la época hablan también de la belleza de “islas
vírgenes y frondosas, de lagos cristalinos cuyo clima recuerda al del Norte de
Inglaterra”.
Los europeos con el tiempo continuaron mostrando el desprecio por las
culturas nativas de Tierra de Fuego del que han hecho gala en todas las
latitudes por las que han pasado y se han establecido.
De la etnia Aush que muchos
confunden con los Selk’nam sabemos
que probablemente fueron los primeros habitantes de la zona pero que fueron empujados
hasta el sur-este. Su economía, su vida cotidiana y sus mitos giraban en torno
a la caza de focas.
También fueron los primeros en desaparecer totalmente: en 1910 tan solo
quedaba una tribu compuesta por el padre, la madre y dos hijas. Uno de los
estudiosos de la cultura Aush Lucas Bridges confesó en 1899 que si hubiese
sabido que quedaban tan solo 60 indigenas no se hubiera molestado en aprender
su idioma. Durante
siglos los Aush temian a los onas puesto que estos les habían empujado hacia la
parte más meridional de territorio.
Los
onas que se autodenominaban "selk’nam"(hombres de a pie o gente del
norte), se dividían en tres grupos: panikas
(Pampa Norte), herska (bosques del
sur) y chonkoyuka (de la sierra
frente Bahia Inutil) y eran básicamente cazadores de guanacos. Su estructura social se
centraba en una mitología compleja en la que destacaba la lucha entre el sol y
la luna y que les dotaba de una cosmovisión que adquiría su punto más
importante en el rito del hain.
El
ocaso de los Onas llegó hacia 1880 cuando los estancieros, la mayoría de origen
ingles iniciaron la colonización del territorio. Los Onas despojados de su
hogar, las extensas llanuras de Tierra de Fuego, y sin posibilidad de cazar su
sustento, rompieron las cercas con las que los colonos demarcaron sus tierras y
cazaron las ovejas que estos criaban. Castigados por los colonos, los onas
quemaron casas y atacaron campamentos.
Esta
fue la excusa para que los señores ancestrales de la Tierra de Fuego fuesen
cazados, exterminados, victimas de un genocidio conocido y olvidado, ignorado.
Los colonos emplearon a asesinos a sueldo y contaron con el apoyo del ejército
regular argentino.
Los
Onas se defendieron con valentía pero sus arcos y flechas resultaban
insuficientes ante la efectividad de las pistolas y los rifles. Los que
sobrevivieron acabaron en las misiones salesianas. De cazadores pasaron a ser
criados inscritos por consejo de los misioneros salesianos y los funcionarios
como adoptados, tanto adultos como niños.
Por
otra parte cuando una expedición chilena de 1879 informó de importantes
yacimientos de oro en las arenas de los principales ríos de Tierra de Fuego, se
desató un nuevo episodio de fiebre del oro y se registró la llegada masiva de
extranjeros que buscaban una forma rápida de hacer fortuna. Pero el oro pronto
se acabó y los colonos continuaron con sus explotaciones ganaderas.
Los
campamentos mineros habían sido atacados en diversas ocasiones y las tensiones
entre colonos y nativos llevaron a estos últimos a enfrentamientos graves entre
clanes.
Para
evitar que los nativos atacasen de nuevo a los ganaderos, estos además de
contar con el apoyo del ejército, contrataron a asesinos a sueldo a los que
pagaban ocho libras por cabeza. Y digo cabeza porque los cazadores enviaban los
cráneos de los indios al Museo Antropológico de Londres. Capataces y peones
ingleses, escoceses, irlandeses e italianos, fueron los "cazadores de
indios" que pusieron el precio de una libra por testículos y senos y media
libra por cada oreja de niño.
Los
asesinatos múltiples de selk’nams fueron planificados por diversos cazadores,
entre los que destacó por méritos propios el rumano Julio Popper. Sus
enfrentamientos con los nativos le llevaron a perseguirles, matarles y robarles
sus pertenencias con el fin de crear una colección propia de objetos que exhibía
en un álbum de fotos, en los que se incluía la secuencia completa del ataque
llevado a cabo por Popper y su grupo en la zona de San Sebastián. Lo más
inquietante es que el 5 de marzo de 1887 Popper impartió una conferencia en el
Instituto Geográfico Argentino de Buenos Aires, sobre las incursiones sobre la
población selk’nam.
En
la misma época en que Popper cazaba a los nativos en Tierra de Fuego, otra
expedición enviada por el gobierno argentino a cargo del oficial Ramón Lista en
1886 pasó a la historia por la forma despiadada en que se condujeron los soldados
a sus ordenes y que se saldó con el asesinato a sangre fría de unos 28 selk’nam
cerca de San Sebastian.
En la
lista de matanzas documentadas oficialmente destacan las siguientes:
25-11-1886. Playa de San
Sebastian. 28 muertos. Documentada y consignada en el diario de bitácora
de la misión de exploración. Lista desembarcó en la playa y el mismo día se
encontró con una tribu ona. Al intentar hacerlos prisioneros los nativos se resisten
y el capitán ordena abrir fuego matando a 27 individuos. Un salesiano que les
acompaña recrimina a Lista su acción y este amenaza al religioso con fusilarlo.
Días después encuentran a un joven ona escondido en las rocas y armado con un
arco y una flecha. Le asesinan de 28 disparos.
Primera década del siglo XX..
1- Playa
de Springhill Una tribu ona encuentra una ballena varada en la playa y
proceden a despiezarla y comérsela. En un solo día gran parte de la tribu muere:
la ballena había sido inoculada con veneno.
2- Punta
Alta. 25 muertos. Una tribu ona resiste durante casi un día el asedio de
los estancieros y sus empleados hasta que mueren todos.
3- Masacre en Playa Sto. Domingo. 300 muertos. Alejandro McLennan
invita a una tribu ona a la que había atacado anteriormente a un banquete para
sellar la paz. Durante la comida se sirve vino en abundancia. Cuando los
nativos se han emborrachado, especialmente los hombres, McLennan se aleja y
ordena a sus ayudantes ocultos en las colinas que abran fuego.
4- Lugar
no precisado.Un inmigrante italiano que recorre el terreno buscando
yacimientos auríferos descubre los cuerpos de 80 onas todos con signos de
disparos masivos.
Pero no
solo Julio Popper, Ramón Lista o Alexander McLennan forman parte de esta
ilustre lista de asesinos de nativos en Tierra de Fuego. También destacan
Alejandro Cameron, Samuel Hyslop, John McRae, Montt E. Wales y alguíen conocido
como Mister Bond.
Para garantizar el éxito de cada expedición los
cazadores de indios no se limitaban a emplear armas de fuego. Contaban con la
eficaz ayuda de mastines traídos de Europa.
El uso de perros en este tipo de acciones no era
nuevo. En la mayoría de barcos negreros estaba presentes perros adiestrados en
atacar y devorar con vida a los esclavos que podían representar un problema
para la tripulación y la seguridad de los barcos.
En el caso de Tierra de Fuego, los cazadores dejaban
libres a los peligrosos mastines para rodear los campamentos nativos y hacer
salir a los que se hubiesen escondido persiguiéndolos hasta que se encontraban
frente a los cañones de los rifles. En el caso de los niños o los ancianos simplemente
hacían presa del cuello y estos se desangraban rápidamente.
El éxito
de la cacería era mayor si una nativa estaba embarazada y era capturada. Con
una bayoneta le abrían el vientre, arrancaban el feto y tanto a la madre como
al bebé le cortaban las orejas. Por ello recibían una recompensa mayor.
En
el caso de que los adultos huyesen a algún lugar de difícil acceso, los niños
capturados eran inoculados con agentes patógenos como la viruela y se les
dejaba volver a los bosques. Esto significaba que los adultos morirían por
contagio.
Este
método ya se había llevado a cabo con éxito en 1763 cuando Lord Jeffrey Amherst,
comandante general británico en el transcurso de la guerra entre Gran Bretaña y
Francia por la posesión de Quebec obsequio a un grupo de nativos con gran numero
de mantas procedentes del pabellón de enfermos de viruela del hospital de
Massachusetts. Antes de un mes la tribu se había extinguido por completo.
Pero
no solo Argentina jugó un papel destacado en la extinción de los nativos de
Tierra de Fuego. Chile también aportó su parte en este macabro balance.
La
creación en la década de 1890 de la Sociedad Explotadora de Tierra de Fuego,
fue el principio del fin para las tribus nativas.
En 1884,
menos de cuatro años después, la ocupación de la Tierra del Fuego abarcaba la
practica totalidad de los territorios selk’nam, lo que provocó la desaparición
de sus zonas de caza, de asentamiento, de ceremonias sagradas y de transito.
Pero lo que realmente les llevó a la desesperación fue la perdida de su fuente
de alimentación, el guanaco eliminados por los hacendados.
Para
seguir alimentándose y tal como hicieron las tribus en Argentina, se dedicaron
no solo a cazar ovejas sino también a robarlas para criarlas. El enfrentamiento
entre selk’nam y koliots (hombres blancos en lengua nativa) no se hizo esperar.
Las
autoridades siempre se posicionaron junto a los ganaderos. Los accionistas de
la Sociedad Exploradora de Tierra del Fuego ocultaron siempre los hechos a la
opinión pública. Los nativos que sobrevivían a las incursiones acababan en el
sur de la zona amparados por las misiones salesianas en donde irremediablemente
enfermaban especialmente de tuberculosis. Los responsables de las misiones no
cesaban en su denuncia de los hechos y en la exigencia de envío de material farmacéutico
y médico. De nuevo los indígenas se vieron en mitad de un conflicto, en esta
ocasión entre el gobernador Manuel Señoret que apoyaba a los ganaderos y el
jefe de las misiones salesianas Jose Fagnano.
Años
más tarde la justicia chilena ante el clamor popular instruyó un sumario
(1895-1904) dirigido por el juez Seguel que concluyó que las cacerías humanas
en Tierra de Fuego no eran un mito, que las capturas masivas de indígenas y su
posterior traslado a Punta Arenas había sucedido, y que las autoridades civiles
habían sido cómplices de los ganaderos.
El
proceso judicial solo culpó a algunos operarios de las estancias que quedaron en
libertad pocos meses después. A pesar de que los autores intelectuales de los
hechos imputados eran conocidos y se había confirmado su participación, nunca
fueron procesados:
Mauricio
Braun reconoció haber financiado algunas campañas y haber contratado a Alejandro
Cámeron. José Menendez (suegro de Braun) era conocido por sus inversiones en la
zona y admitió haber actuado con gran severidad contra los nativos contratando
a un viejo conocido de los onas de Argentina, Alexander McLennan que había
participado en la matanza de Cabo Peñas, que acabando con 17 indigenas. Los nombres
de otros estancieros también salieron a la luz, Rodolfo
Stubenrauch y Peter
H. Mac Clelland así como la implicación del gobernador Señoret y
funcionarios como José Contardi que nunca velaron por el cumplimiento de la
ley.
Finalmente,
tras los enfrentamientos directos, se dio paso a un segundo plan: erradicar a
todos los indígenas existentes en la isla para ser enviados a la misión de Dawson. En
aquella apartada isla, los indígenas sucumbieron rápidamente frente al avance
de la colonización. A las innumerables mermas de población ocasionadas por las
verdaderas cacerías de que fueron objeto a manos de las estancias, debía
agregarse los estragos provocados por el contagio de diversas enfermedades, las
que en definitiva terminaron por ocasionar un daño tanto o mayor que las
cacerías humanas dirigidas. De acuerdo a los datos de las fuentes, más de 1500
almas en tan sólo 40 años murieron a causa de contagios y proliferación de
enfermedades propias de las poblaciones colonizadoras.
Entre la primera mitad del siglo XIX y la primera década del siglo XX fue común entre los barcos que navegaban por la costa de Tierra del Fuego practicar el tiro contra los indigenas que se reunían junto a las hogueras que dieron nombre al territorio. Desde los barcos se avistaban los asentamientos, se ajustaba el tiro y se hacía blanco. Puesto que las tripulaciones no desembarcaban y continuaban su viaje se deconoce el número aproximado de victimas que esta actividad pudo causar.
Los
selk’nam también formaron parte de la Exposición Universal de París. Un
empresario y ballenero conocido como Maitre secuestró a once nativos y los
llevó a Europa. Una familia entera fue introducida en una jaula de hierro. De
los once dos murieron en el viaje de ida, dos murieron en la jaula de hambre y
maltrato. Uno de ellos llamado Calafate se fugó en Francia y logró llegar a
Montevideo. Los seis restantes fueron entregados al doctor Bulmes que los
embarcó de regreso. Solo cuatro llegaron a la misión salesiana de Punta Arena.
En 1898 el gobernador de Tierra de Fuego, Coronel Godoy envió dos
familias Ona a la Exposición Nacional de
Buenos Aires. Les alojaron en una gran tienda y durante las horas de visita
el publico contemplaba el expectaculo exótico de seres ataviados con ropas y
enseres de la edad de piedra.
EPILOGO
En
2006 el Museo de La Plata en Argentina, mostraba en sus vitrinas restos de los
nativos asesinados en las matanzas, cuyos cuerpos habían sido en muchas
ocasiones desenterrados y descarnados.
Otra
parte de la colección de huesos humanos procedía de un grupo de nativos que
durante años vivió en el Museo y fue estudiado en vivo. Muchos de ellos
murieron en el museo y se procedió a su esqueletización y posterior exhibición.
Un grupo de estudiantes de antropología intenta desde hace mucho tiempo
documentar cada caso y hacer que los restos exhibidos regresen a su lugar de
origen.
En
2004 el Censo de Argentina dio como resultado que se reconociesen como onas
descendientes de primera generación unos 391 onas, ningúno de los cuales reside
en comunidades indígenas. Se calcula que
en la segunda mitad del siglo XXI ya no quedará nadie vivo que hable la lengua
nativa.
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