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domingo, 15 de abril de 2012

CIVISMO


Vivir en sociedad, formar parte de un grupo tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Eso lo sabemos todos sin excepción. Pero para no perder nuestros rasgos más personales, para no confundirnos del todo con la masa, para continuar siendo únicos y especiales, necesitamos algunos momentos de intimidad.
Es más que probable que por ello surgiese la necesidad de construir habitáculos privados que con el paso de los siglos han evolucionado de forma parecida en la mayoría de culturas y grupos humanos.

Suele decirse que el hogar de un ser humano (ya se que el aserto habla específicamente de “un hombre” pero yo prefiero hablar de ser humano sin emplear la diferencia entre sexos) es su castillo. Imagino que lo de “castillo” está relacionado con la idea de inexpugnabilidad, de privacidad, de seguridad a toda prueba que con la idea de un “castillo” en el más estricto sentido de la palabra y su definición.

Vivir en la ciudad tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Y si se trata de una ciudad de capital interés tiene más inconvenientes que ventajas. No se trata de temas estructurales, de servicios, de transporte o en general de cuestiones técnicas. Los inconvenientes vienen dados por el hecho de que nuestros vecinos nos resultan en la mayoría de las ocasiones incomodos compañeros de viaje, al mismo tiempo que nosotros tampoco solemos ser los seres más encantadores de la tierra.

Ayer fue un día en los que relacionarme con el resto de la humanidad resultaba poco menos que una tarea ardua y poco agradable. No soporto el ruido, los parloteos sin sentido, la familiaridad y falta de cortesía, la necesidad que tienen muchos de mis conciudadanos de hacer saber al resto de la comunidad que siguen respirando, las aglomeraciones…y ayer fue uno de los días en los que moverme entre la gente resultaba más agotador que de costumbre.

La prueba definitiva para mi paciencia ( y conste que no me considero mejor o peor que el resto de los censados en este mundo) son las compras y por añadidura las colas. Es en el momento de guardar cola para comprar un producto, realizar un trámite o esperar a llegar a la caja registradora para pagar, cuando  cada uno de nosotros deja ver lo que realmente esconde celosamente para resultar cara al exterior un ciudadano totalmente integrado en la comunidad.

No soportamos las colas, malgastamos una energía preciosa quejándonos de lo lento que avanza el grupo, somos tramposos e intentamos saltar el turno ante las miradas homicidas de los que están en la misma situación, golpeamos las piernas de los demás con nuestras adquisiciones, mantenemos conversaciones a gritos con nuestros compañeros de aventura, conversamos a través del teléfono móvil y compartimos detalles de nuestra vida con cientos de desconocidos, aleccionamos a los demás sobre las normas de conducta a observar en una cola…

Afortunadamente para mí al llegar a casa me convierto en un buzo que a medida que se despoja de sus impedimentos (chaqueta, bolso, bolsas, paquetes, zapatos de calle…) experimenta la descompresión adecuada y las burbujas de mi indignación y cabreo se diluyen lentamente.

Por ello considero que mi hogar es mi castillo, un lugar sagrado en el que puedo conducirme como me de la real gana, en el que puedo seleccionar el volumen de los sonidos que me rodean, en el que la intensidad de la luz es la que a mi me apetece, la temperatura la que me conforta y la compañía conocida. Mi hogar es el lugar en el que el ritmo es todo lo lento que requiere mi mente y mi cuerpo. Atrás quedan los atascos, los cláxones, los gritos, las conversaciones del móvil, las intimidades de los demás, los olores ofensivos y los comportamientos más ofensivos si cabe.

Pronto llegará el buen tiempo, ese momento en el que la gente disfruta de sus momentos de ocio y sociabilidad a gritos hasta altas horas de la madrugada. Aunque para ser honesta debo decir que los hábitos de ocio de mis convecinos han variado notablemente con la prohibición de fumar en lugares cerrados y públicos, lo que incluye bares, restaurantes, discotecas y locales de copas y en invierno a pesar del frío y la lluvia y las inclemencias propias de la estación, los fumadores salen a la calle para disfrutar de su placer prohibido, sin recordar que el resto de la humanidad probablemente intenta dormir, descansar.

Pero insisto en que todo esto resulta lógico si recordamos que vivir en una ciudad es lo que tiene.

Lo que no resulta lógico al menos para mí es que el ocio diurno, se convierta en una molestia para los ciudadanos y no en una forma de disfrute colectivo.

Tras una noche un tanto agitada, debido a mis problemas físicos, enfrentaba la llegada del nuevo día con una mezcla de agotamiento, aturdimiento y pesadez, que tan solo requeria un poco de calma y silencio para soportar la jornada. Pero no ha sido posible.

Mi ciudad, Barcelona, desde la década de los 90 sufre una necesidad compulsiva de ser la más vanguardista, divertida, lúdica y chachi-piruli del mundo mundial. Y pobre de ti si te quejas o dices que no lo contemplas como algo normal porque el resto de la humanidad te considera poco menos que impresentable. La reacción de la masa es peor que la que experimentabas cuando decias que no te gustaba el cine español o que la Unión Europea no te parecía un invento con garantía de éxito. Si amas Barcelona debes amar sus expresiones de alegría colectivas.

Así que esta mañana me desperté sobresaltada por la estridencia de un altavoz colocado no se si debajo de mi balcón, pero que lanzaba al aire música moderna y chachi-piruli y un mensaje grabado en castellano y catalán que aconsejaba que “si sentías flato o cansancio lo más aconsejable era que te detuvieses a descansar”. Por un momento no entendía nada. Hasta que recordé que este era uno de esos maravillosos domingos en los que alguien había convocado una de esas maravillosas reuniones deportivas para echar unas risas y participar de la alegría colectiva.

Se trataba de la carrera anual patrocinada por unos grandes almacenes en la que niños, mayores, corredores expertos, corredores amateurs, grupos de amigos, perros, cochecitos y demás participan para divertirse y proyectar la alegría de vivir. Periódicamente la ciudad se ve envuelta en estas manifestaciones deportivo-grupales de diverso patrocinio y formato: maratón, carrera entera, cuatro de carrera, media carrera, gincana…no importa el motivo, porque el resultado será el mismo: calles cortadas, gente que aunque sea domingo trabaja pero no puede llegar a su puesto de trabajo porque el transporte público sufre alteraciones varias, una autentica odisea propia de Ulises y los suyos camino de Itaca si quieres comprar el periódico, vallas, patrullas de policía, miembros de la organización que no organizan, corredores que pasan en varios tiempos en función de su preparación, entrega y resistencia. Sin olvidar lo mejor. Grupos de ciudadanos que periódicamente animan, jalean, aplauden a los participantes para que su animo y resistencia no decaiga un solo centímetro.

Tu casa no es tu castillo porque a las puertas del mismo se han instalado centenares de personas con un timbre de voz y una proyección de la misma que no tuvieron ni los Tres Tenores. Voces que compiten con la megafonía y que se elevan hasta una planta quinta en la que vivo.

Este proceso dura entre cuatro y cinco horas. Y no pasa nada. O al menos las autoridades municipales creen que es estupenda está imagen de la ciudad. Lo que ocurre es que los estos episodios no son casos aislados y se suceden con mayor periodicidad.

Una cosa es paralizar la ciudad porque sus Majestades Los Reyes Magos de Oriente llegan para entregar a los niños sus regalos de Navidad. No es que me motive demasiado porque la Navidad y yo no tenemos una relación demasiado fluida pero siempre recuerdo que fui niña y que lo disfruté en su día.

Una cosa es que nos encontremos celebrando la llegada del verano y que se celebre la Verbena de San Juan, pirotecnia más o menos imaginativa incluida. Es una tradición mediterránea y solo sucede una vez al año.

Pero lo que viene sucediendo en los últimos años no tiene explicación alguna. Les daré unos ejemplos como siempre. Es la base de una queja. Puede que tengas o no razón pero ante todo debes argumentar tu malestar.

Una productora cinematográfica empapela la calle en la que vives con carteles de advertencia a los vecinos sobre la obligación de que los coches de los residentes desaparezcan de escena un domingo por la mañana a primera hora, porque la citada compañía ha tenido a bien elegir la ciudad para incluirla como escenario de lujo en su última producción. Una cinta en la que dicho sea de paso interviene un actor patrio, al que los hermanos Cohen le obsequiaron con un peinado espantoso. En el cartelito informativo te dejan bien claro que de no retirar tu coche este puede acabar en el deposito municipal. Resulta evidente que las autoridades de la ciudad han consentido en este rodaje.

Mi primera idea es que es una pena no tener dinero porque de lo contrario me encantaría alquilar una flota de trailers australianos para aparcarlos en la calle y entonces a ver quien se los llevaba al deposito municipal. Pero no pasa de ser un sueño perverso.

El quiosco de prensa cercano a mi domicilio quedó cercado por miembros de la policía local y la policía autonómica que velaban para que nadie circulase por allí. Cuando las fuerzas vivas del barrio, es decir los jubilados descubrieron la situación se encararon con los agentes y como una masa digna de Walking Dead avanzaron calle arriba porque “a ellos nadie les prohibia nada, faltaría!”

Semanas después nos enteramos de que la citada secuencia se rodó a varios centenares de metros de mi calle y que no era necesaria tanta chulería. Por cierto fue la misma productora que decidió rodar una escena en un cementerio municipal y que se cargó de paso algunos nichos. Presuntamente no tuvieron el detalle de comunicarlo  y no se descubrió hasta que una familia decidio visitar la tumba del abuelo con el posterior disgusto.

Un conocido grupo musical ofrece un concierto en su gira mundial en nuestra ciudad. El consistorio les permite ensayar varios días antes desde primera hora de la mañana hasta entrada la noche, sin atender las quejas de los vecinos que ven como su calma se rompe y su descanso pasa a ser un tiempo de crispación. El día del cierto mejor no comentarlo pero ya pueden imaginar el alivio al saber que no ofrecían más.

Uno de los equipos de la ciudad, gana la liga de futbol, y así sucesivamente seis títulos más. Pues nada a pasear por la ciudad de noche con los cláxones a toda castaña. Lo más increíble llega cuando uno de los camiones que recoge los desechos urbanos se suma a la celebración con su super claxon.

A esto también debemos añadir, la periódica rotura de escaparates, cristales, mobiliario urbano y demás elementos que acabamos pagando los de siempre. Pero no pasa nada porque “hemos ganado la liga”. Hombre yo sigo igual de pobre y perjudicada. Aunque mejor no decir nada o acabarías perseguida por la turbamulta.

Una marca de cerveza recupera en teoría un local antiguo “en aras del bien común” y organiza un sarao considerable un domingo por la mañana en jornada de puertas abiertas. La calle de nuevo se corta, las patrullas de la policía local están presentes, se instala un escenario en el exterior con una magnifica orquesta de jazz…pero no digas nada o te mirarán mal en la cola del pan.

Se celebra un festival de música alternativa-contemporanea y como novedad se programan muestras y conciertos en una plaza céntrica,situada en una zona de amplia presencia comercial, un día laborable de junio en hora punta. Para llegar a casa o la tienda te sientes como un salmón que nada rio arriba para desovar…pero nadie sabe porque te quejas si se trata de algo bonito y vivir en esta ciudad es lo que tiene.

Alguién tiene la brillante idea de organizar un servicio publico de alquiler de bicicletas y resulta un éxito. Pero lo más divertido es que las bicicletas no solo son para el verano sino también para las aceras. Porque el genio que dio a luz tan ecológica idea olvido que el trazado del carril bici no es demasiado completo en esta ciudad. Claro está que no todos los usuarios del servicio y ciclistas en general son incívicos. Pero creo yo que espacio natural del peaton es la acera.

Pues no. La acera es espacio natural del ciclista, el motorista que circula y aparca y ocupa espacio, la terraza del bar de al lado que como la mala hierba se expande y no te deja caminar. Y no digas nada porque no serías moderna, contemporánea. Es más merecerías si te quejases que se te aplicase la ley de destierro como se practicaba en tiempos menos amables.

Así que un día de estos, me planto un casco en la cabeza con una bombilla a modo de intermitente y me dedico a circular a pie por la calzada. Probablemente una patrulla de forma amable pero firme ante la queja fundada de los conductores privados y públicos, me acompañaría al centro de salud mental más cercano.

No puedo olvidar a los aficionados al skate que han decidido que su libertad pasa por estamparse contra el mobiliario urbano de parques, plazas o calles para demostrar que bonito es esturriarse los huesos. La verdad es que a mi sus fracturas me parece estupendas, pero andar esquivandoles porque no me apetece partirme la crisma es lo que me preocupa.

Y no dejemos en el olvido la mezcla total del deporte extremo. Pongamos un pasillo estrecho de un mercado provisional, puesto que el oficial lo están restaurando. Es el no va más: turistas tomando instantáneas de pollos, conejos, melones (aun no he pillado el exotismo del tema), maridos que acompañan a sus esposas y custodian con poco arte el carrito de la compra, madres y padres orgullosos que van a la compra con sus retoñuelos instalados en cochecitos de bebe que al igual que los carros de la compra anteriores parecen tanques el ejercito de primera línea en cuanto a contundencia a la hora de partir espinillas y tobillos. Cuando los bebés crecen se convierten en humanos bajitos, que se calzan para acompañar a mamá y papá al mercado o al super los patines de línea, la bici, un patinete o la tabla de skate.

A todo ello podríamos añadir episodios molestos, de gente que escupe a tu paso, de gente que cierra sus tratos sexuales a tu lado, de gente que se declara naturista y que odia a los textiles y se pasea a primera hora del mundo desnuda por la calle y con el cimbrel y los chilindrines al descubierto, para pasmo de madres que llevan a los niños al cole, de bandadas de adolescentes que te empujan a su paso, o a los que tienes que esquivar porque van a toda velocidad con su monopatín, de ancianos que en opinión del médico deberían hacer ejercicio y que pasean agarrados al taca-taca e invadiendo carril de forma continuada…

Capitulo aparte merece viajar en transporte público. Que utilices un bastón o muletas para moverte no significa que los asientos que están expresamente reservados para personas con discapacidad motriz te sean cedidos. No. Allí se sientan señoras maduras estupendas enfundados sus pies en zapatos de tacon alto y que han bajado al centro. También se sientan jóvenes en plena forma que además se permitirán descansar sus piernas, zapatilla deportiva incluida, en el asiento de delante. Y lo mejor llega cuando te contemplan atentamente y a pesar de ver el baston, te preguntan si necesitas sentarte, imagino yo que con la esperanza, vana en mi caso, de que renuncies a tu descanso.

Y esta mañana mientras la voz grabada me aconsejaba cinco pisos más abajo, que si sentía flato y me cansaba abandonase la carrera, el alcalde mi ciudad, comunicaba en Twitter que la carrera como siempre era una muestra de civismo.

Para tener claro que es el civismo he consultado el diccionario. Y no se que ha sido peor si la duda o el conocimiento.

Civismo es un termino procedente del latín CIVIS (ciudadano, ciudad) y se define como las pautas minimas de comportamiento social.

En otra entrada encontrada en internet hablaba de las normas civicas de Barcelona (las hay), de la contaminación acústica, del problema del movimiento okupa y finalmente otra entrada decía que “el grado de civilidad de un país se mide en como trata a los animales”.

Sobre este punto no hace falta decir más ¿verdad? Porque si los primeros que podrían dar ejemplo no lo hacen, no es que sean responsables de las conductas del pueblo llano, pero tampoco ayudan.

En fin, mañana será otro día. Espero las novedades que la semana me pueda deparar.




1 comentario:

  1. Dedicado en especial a Georgina, Olga Campillo, Rosa, Miquel, Consuelo, Eli, Paqui y Neus y la gente del Mercado Municipal de Sant Antoni en Barcelona, carpas de alimentación y de ropa y complementos. Gracias por la paciencia y el amor.

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