Vivir en sociedad, formar parte de un
grupo tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Eso lo sabemos todos sin
excepción. Pero para no perder nuestros rasgos más personales, para no
confundirnos del todo con la masa, para continuar siendo únicos y especiales,
necesitamos algunos momentos de intimidad.
Es más que probable que por ello surgiese
la necesidad de construir habitáculos privados que con el paso de los siglos
han evolucionado de forma parecida en la mayoría de culturas y grupos humanos.
Suele decirse que el hogar de un ser
humano (ya se que el aserto habla específicamente de “un hombre” pero yo
prefiero hablar de ser humano sin emplear la diferencia entre sexos) es su
castillo. Imagino que lo de “castillo” está relacionado con la idea de
inexpugnabilidad, de privacidad, de seguridad a toda prueba que con la idea de
un “castillo” en el más estricto sentido de la palabra y su definición.
Vivir en la ciudad tiene sus ventajas y
sus inconvenientes. Y si se trata de una ciudad de capital interés tiene más
inconvenientes que ventajas. No se trata de temas estructurales, de servicios,
de transporte o en general de cuestiones técnicas. Los inconvenientes vienen
dados por el hecho de que nuestros vecinos nos resultan en la mayoría de las
ocasiones incomodos compañeros de viaje, al mismo tiempo que nosotros tampoco
solemos ser los seres más encantadores de la tierra.
Ayer fue un día en los que relacionarme
con el resto de la humanidad resultaba poco menos que una tarea ardua y poco
agradable. No soporto el ruido, los parloteos sin sentido, la familiaridad y
falta de cortesía, la necesidad que tienen muchos de mis conciudadanos de hacer
saber al resto de la comunidad que siguen respirando, las aglomeraciones…y ayer
fue uno de los días en los que moverme entre la gente resultaba más agotador
que de costumbre.
La prueba definitiva para mi paciencia (
y conste que no me considero mejor o peor que el resto de los censados en este
mundo) son las compras y por añadidura las colas. Es en el momento de guardar
cola para comprar un producto, realizar un trámite o esperar a llegar a la caja
registradora para pagar, cuando cada uno
de nosotros deja ver lo que realmente esconde celosamente para resultar cara al
exterior un ciudadano totalmente integrado en la comunidad.
No soportamos las colas, malgastamos una
energía preciosa quejándonos de lo lento que avanza el grupo, somos tramposos e
intentamos saltar el turno ante las miradas homicidas de los que están en la
misma situación, golpeamos las piernas de los demás con nuestras adquisiciones,
mantenemos conversaciones a gritos con nuestros compañeros de aventura,
conversamos a través del teléfono móvil y compartimos detalles de nuestra vida
con cientos de desconocidos, aleccionamos a los demás sobre las normas de
conducta a observar en una cola…
Afortunadamente para mí al llegar a casa
me convierto en un buzo que a medida que se despoja de sus impedimentos
(chaqueta, bolso, bolsas, paquetes, zapatos de calle…) experimenta la
descompresión adecuada y las burbujas de mi indignación y cabreo se diluyen
lentamente.
Por ello considero que mi hogar es mi
castillo, un lugar sagrado en el que puedo conducirme como me de la real gana, en
el que puedo seleccionar el volumen de los sonidos que me rodean, en el que la
intensidad de la luz es la que a mi me apetece, la temperatura la que me
conforta y la compañía conocida. Mi hogar es el lugar en el que el ritmo es
todo lo lento que requiere mi mente y mi cuerpo. Atrás quedan los atascos, los cláxones,
los gritos, las conversaciones del móvil, las intimidades de los demás, los
olores ofensivos y los comportamientos más ofensivos si cabe.
Pronto llegará el buen tiempo, ese
momento en el que la gente disfruta de sus momentos de ocio y sociabilidad a
gritos hasta altas horas de la madrugada. Aunque para ser honesta debo decir
que los hábitos de ocio de mis convecinos han variado notablemente con la
prohibición de fumar en lugares cerrados y públicos, lo que incluye bares,
restaurantes, discotecas y locales de copas y en invierno a pesar del frío y la
lluvia y las inclemencias propias de la estación, los fumadores salen a la
calle para disfrutar de su placer prohibido, sin recordar que el resto de la
humanidad probablemente intenta dormir, descansar.
Pero insisto en que todo esto resulta
lógico si recordamos que vivir en una ciudad es lo que tiene.
Lo que no resulta lógico al menos para mí
es que el ocio diurno, se convierta en una molestia para los ciudadanos y no en
una forma de disfrute colectivo.
Tras una noche un tanto agitada, debido a
mis problemas físicos, enfrentaba la llegada del nuevo día con una mezcla de
agotamiento, aturdimiento y pesadez, que tan solo requeria un poco de calma y
silencio para soportar la jornada. Pero no ha sido posible.
Mi ciudad, Barcelona, desde la década de
los 90 sufre una necesidad compulsiva de ser la más vanguardista, divertida, lúdica
y chachi-piruli del mundo mundial. Y pobre de ti si te quejas o dices que no lo
contemplas como algo normal porque el resto de la humanidad te considera poco
menos que impresentable. La reacción de la masa es peor que la que
experimentabas cuando decias que no te gustaba el cine español o que la Unión
Europea no te parecía un invento con garantía de éxito. Si amas Barcelona debes
amar sus expresiones de alegría colectivas.
Así que esta mañana me desperté
sobresaltada por la estridencia de un altavoz colocado no se si debajo de mi
balcón, pero que lanzaba al aire música moderna y chachi-piruli y un mensaje
grabado en castellano y catalán que aconsejaba que “si sentías flato o
cansancio lo más aconsejable era que te detuvieses a descansar”. Por un momento
no entendía nada. Hasta que recordé que este era uno de esos maravillosos
domingos en los que alguien había convocado una de esas maravillosas reuniones
deportivas para echar unas risas y participar de la alegría colectiva.
Se trataba de la carrera anual
patrocinada por unos grandes almacenes en la que niños, mayores, corredores
expertos, corredores amateurs, grupos de amigos, perros, cochecitos y demás
participan para divertirse y proyectar la alegría de vivir. Periódicamente la
ciudad se ve envuelta en estas manifestaciones deportivo-grupales de diverso
patrocinio y formato: maratón, carrera entera, cuatro de carrera, media carrera,
gincana…no importa el motivo, porque el resultado será el mismo: calles
cortadas, gente que aunque sea domingo trabaja pero no puede llegar a su puesto
de trabajo porque el transporte público sufre alteraciones varias, una
autentica odisea propia de Ulises y los suyos camino de Itaca si quieres
comprar el periódico, vallas, patrullas de policía, miembros de la organización
que no organizan, corredores que pasan en varios tiempos en función de su
preparación, entrega y resistencia. Sin olvidar lo mejor. Grupos de ciudadanos
que periódicamente animan, jalean, aplauden a los participantes para que su
animo y resistencia no decaiga un solo centímetro.
Tu casa no es tu castillo porque a las
puertas del mismo se han instalado centenares de personas con un timbre de voz
y una proyección de la misma que no tuvieron ni los Tres Tenores. Voces que
compiten con la megafonía y que se elevan hasta una planta quinta en la que
vivo.
Este proceso dura entre cuatro y cinco
horas. Y no pasa nada. O al menos las autoridades municipales creen que es
estupenda está imagen de la ciudad. Lo que ocurre es que los estos episodios no
son casos aislados y se suceden con mayor periodicidad.
Una cosa es paralizar la ciudad porque
sus Majestades Los Reyes Magos de Oriente llegan para entregar a los niños sus
regalos de Navidad. No es que me motive demasiado porque la Navidad y yo no
tenemos una relación demasiado fluida pero siempre recuerdo que fui niña y que
lo disfruté en su día.
Una cosa es que nos encontremos
celebrando la llegada del verano y que se celebre la Verbena de San Juan,
pirotecnia más o menos imaginativa incluida. Es una tradición mediterránea y
solo sucede una vez al año.
Pero lo que viene sucediendo en los
últimos años no tiene explicación alguna. Les daré unos ejemplos como siempre.
Es la base de una queja. Puede que tengas o no razón pero ante todo debes
argumentar tu malestar.
Una productora cinematográfica empapela
la calle en la que vives con carteles de advertencia a los vecinos sobre la
obligación de que los coches de los residentes desaparezcan de escena un
domingo por la mañana a primera hora, porque la citada compañía ha tenido a
bien elegir la ciudad para incluirla como escenario de lujo en su última
producción. Una cinta en la que dicho sea de paso interviene un actor patrio,
al que los hermanos Cohen le obsequiaron con un peinado espantoso. En el
cartelito informativo te dejan bien claro que de no retirar tu coche este puede
acabar en el deposito municipal. Resulta evidente que las autoridades de la
ciudad han consentido en este rodaje.
Mi primera idea es que es una pena no
tener dinero porque de lo contrario me encantaría alquilar una flota de
trailers australianos para aparcarlos en la calle y entonces a ver quien se los
llevaba al deposito municipal. Pero no pasa de ser un sueño perverso.
El quiosco de prensa cercano a mi
domicilio quedó cercado por miembros de la policía local y la policía autonómica
que velaban para que nadie circulase por allí. Cuando las fuerzas vivas del
barrio, es decir los jubilados descubrieron la situación se encararon con los
agentes y como una masa digna de Walking Dead avanzaron calle arriba porque “a
ellos nadie les prohibia nada, faltaría!”
Semanas después nos enteramos de que la
citada secuencia se rodó a varios centenares de metros de mi calle y que no era
necesaria tanta chulería. Por cierto fue la misma productora que decidió rodar
una escena en un cementerio municipal y que se cargó de paso algunos nichos.
Presuntamente no tuvieron el detalle de comunicarlo y no se descubrió hasta que una familia
decidio visitar la tumba del abuelo con el posterior disgusto.
Un conocido grupo musical ofrece un
concierto en su gira mundial en nuestra ciudad. El consistorio les permite
ensayar varios días antes desde primera hora de la mañana hasta entrada la
noche, sin atender las quejas de los vecinos que ven como su calma se rompe y
su descanso pasa a ser un tiempo de crispación. El día del cierto mejor no
comentarlo pero ya pueden imaginar el alivio al saber que no ofrecían más.
Uno de los equipos de la ciudad, gana la
liga de futbol, y así sucesivamente seis títulos más. Pues nada a pasear por la
ciudad de noche con los cláxones a toda castaña. Lo más increíble llega cuando
uno de los camiones que recoge los desechos urbanos se suma a la celebración
con su super claxon.
A esto también debemos añadir, la periódica
rotura de escaparates, cristales, mobiliario urbano y demás elementos que
acabamos pagando los de siempre. Pero no pasa nada porque “hemos ganado la liga”.
Hombre yo sigo igual de pobre y perjudicada. Aunque mejor no decir nada o
acabarías perseguida por la turbamulta.
Una marca de cerveza recupera en teoría un
local antiguo “en aras del bien común” y organiza un sarao considerable un
domingo por la mañana en jornada de puertas abiertas. La calle de nuevo se
corta, las patrullas de la policía local están presentes, se instala un
escenario en el exterior con una magnifica orquesta de jazz…pero no digas nada
o te mirarán mal en la cola del pan.
Se celebra un festival de música
alternativa-contemporanea y como novedad se programan muestras y conciertos en
una plaza céntrica,situada en una zona de amplia presencia comercial, un día
laborable de junio en hora punta. Para llegar a casa o la tienda te sientes
como un salmón que nada rio arriba para desovar…pero nadie sabe porque te
quejas si se trata de algo bonito y vivir en esta ciudad es lo que tiene.
Alguién tiene la brillante idea de
organizar un servicio publico de alquiler de bicicletas y resulta un éxito.
Pero lo más divertido es que las bicicletas no solo son para el verano sino
también para las aceras. Porque el genio que dio a luz tan ecológica idea
olvido que el trazado del carril bici no es demasiado completo en esta ciudad.
Claro está que no todos los usuarios del servicio y ciclistas en general son incívicos.
Pero creo yo que espacio natural del peaton es la acera.
Pues no. La acera es espacio natural del
ciclista, el motorista que circula y aparca y ocupa espacio, la terraza del bar
de al lado que como la mala hierba se expande y no te deja caminar. Y no digas
nada porque no serías moderna, contemporánea. Es más merecerías si te quejases
que se te aplicase la ley de destierro como se practicaba en tiempos menos
amables.
Así que un día de estos, me planto un
casco en la cabeza con una bombilla a modo de intermitente y me dedico a
circular a pie por la calzada. Probablemente una patrulla de forma amable pero
firme ante la queja fundada de los conductores privados y públicos, me
acompañaría al centro de salud mental más cercano.
No puedo olvidar a los aficionados al
skate que han decidido que su libertad pasa por estamparse contra el mobiliario
urbano de parques, plazas o calles para demostrar que bonito es esturriarse los
huesos. La verdad es que a mi sus fracturas me parece estupendas, pero andar
esquivandoles porque no me apetece partirme la crisma es lo que me preocupa.
Y no dejemos en el olvido la mezcla total
del deporte extremo. Pongamos un pasillo estrecho de un mercado provisional,
puesto que el oficial lo están restaurando. Es el no va más: turistas tomando instantáneas
de pollos, conejos, melones (aun no he pillado el exotismo del tema), maridos que
acompañan a sus esposas y custodian con poco arte el carrito de la compra,
madres y padres orgullosos que van a la compra con sus retoñuelos instalados en
cochecitos de bebe que al igual que los carros de la compra anteriores parecen
tanques el ejercito de primera línea en cuanto a contundencia a la hora de
partir espinillas y tobillos. Cuando los bebés crecen se convierten en humanos
bajitos, que se calzan para acompañar a mamá y papá al mercado o al super los
patines de línea, la bici, un patinete o la tabla de skate.
A todo ello podríamos añadir episodios
molestos, de gente que escupe a tu paso, de gente que cierra sus tratos
sexuales a tu lado, de gente que se declara naturista y que odia a los textiles
y se pasea a primera hora del mundo desnuda por la calle y con el cimbrel y los
chilindrines al descubierto, para pasmo de madres que llevan a los niños al cole,
de bandadas de adolescentes que te empujan a su paso, o a los que tienes que
esquivar porque van a toda velocidad con su monopatín, de ancianos que en
opinión del médico deberían hacer ejercicio y que pasean agarrados al taca-taca
e invadiendo carril de forma continuada…
Capitulo aparte merece viajar en
transporte público. Que utilices un bastón o muletas para moverte no significa
que los asientos que están expresamente reservados para personas con
discapacidad motriz te sean cedidos. No. Allí se sientan señoras maduras
estupendas enfundados sus pies en zapatos de tacon alto y que han bajado al
centro. También se sientan jóvenes en plena forma que además se permitirán
descansar sus piernas, zapatilla deportiva incluida, en el asiento de delante.
Y lo mejor llega cuando te contemplan atentamente y a pesar de ver el baston,
te preguntan si necesitas sentarte, imagino yo que con la esperanza, vana en mi
caso, de que renuncies a tu descanso.
Y esta mañana mientras la voz grabada me
aconsejaba cinco pisos más abajo, que si sentía flato y me cansaba abandonase
la carrera, el alcalde mi ciudad, comunicaba en Twitter que la carrera como
siempre era una muestra de civismo.
Para tener claro que es el civismo he
consultado el diccionario. Y no se que ha sido peor si la duda o el
conocimiento.
Civismo es un termino procedente del
latín CIVIS (ciudadano, ciudad) y se define como las pautas minimas de
comportamiento social.
En otra entrada encontrada en internet
hablaba de las normas civicas de Barcelona (las hay), de la contaminación acústica,
del problema del movimiento okupa y finalmente otra entrada decía que “el grado
de civilidad de un país se mide en como trata a los animales”.
Sobre este punto no hace falta decir más
¿verdad? Porque si los primeros que podrían dar ejemplo no lo hacen, no es que
sean responsables de las conductas del pueblo llano, pero tampoco ayudan.
En fin, mañana será otro día. Espero las
novedades que la semana me pueda deparar.
Dedicado en especial a Georgina, Olga Campillo, Rosa, Miquel, Consuelo, Eli, Paqui y Neus y la gente del Mercado Municipal de Sant Antoni en Barcelona, carpas de alimentación y de ropa y complementos. Gracias por la paciencia y el amor.
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