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lunes, 2 de abril de 2012

LA PRISA Y LA PAUSA


Periódicamente y dicho sea de paso sin éxito alguno, intento poner cierto orden en mis cosas. Eliminar documentos que ya no son útiles, conservar algunos artículos de prensa (si, todavía leo prensa escrita) que puedan convertirse en material para mi trabajo, reorganizar mi amplia pero descontrolada biblioteca…Insisto en que no suelo tener éxito y que no parece una operación de limpieza doméstica sino que recuerda a las actividades infantiles junto a la orilla del mar que consisten en llenar un cubo de plástico de brillante color, de arena o de agua y trasladarla unos metros más allá, sin un propósito ni un resultado aparente. Dicen los expertos que esas actividades forjan el carácter. Pues será que yo no jugué lo suficiente con la arena de la playa y el agua del mar.

Yo más bien lo considero un ejercicio de arqueología vital que te permite conocer y estudiar tu evolución en las últimas semanas o meses gracias a la observación y el análisis de todo tipo de papeles, notitas, post-its, etiquetitas, tarjetas, notas en pedazos de papel…

Esta mañana además de encontrar el ejemplar del desaparecido periódico Público del Sábado 12 de junio de 2010 y que recogía en sus páginas noticias importantes: El Inicio del Mundial de Futbol en Sudáfrica, la llegada de la Selección Española de Futbol a Sudáfrica y algo tan poco interesante como la puesta en marcha de la Reforma Laboral a cargo del Ministerio de Trabajo dirigido por el entonces ministro Celestino Corbacho, que entre otros puntos contemplaba el pago de solo 20 días por año, la flexibilización en el despido para fomentar el empleo y a todo esto podíamos leer que los sindicatos afirmaban que si el Gobierno de Rodríguez Zapatero no moderaba sus propuestas que a todas luces atentaban contra la dignidad de la clase obrera convocarían una huelga general.
El hallazgo de este ejemplar atrasado, me ha llenado de absurda satisfacción puesto que me permite seguir sosteniendo ante mis detractores, el discurso de que la situación actual se empezó a gestar en el tiempo del Mundial de Sudáfrica y que por tanto durante dos años aquellos que dicen velar por nuestro bienestar han estado un poco dispersos y menos efectivos aún.

Pero huelgas aparte la noticia que me ha llamado la atención ha sido un breve de 2007. Adoro las noticias breves. Me encantan. Están situadas en el lateral de la página, de forma discreta, sin hacer ruido, sin brillar. Pero si les echas un vistazo y tienes paciencia en la mayoría de los casos se convierten en titulares. En el caso de esta noticia breve de 2007 tuvo una vida breve pero intensa. Bueno breve, breve tampoco.

Se trataba de que finalmente una postal navideña había llegado a su destino, nueve décadas después de salir de las manos de su remitente. Se trataba de la felicitación navideña enviada en diciembre de 1914 por una niña que residía en Nebraska a sus primos naturales de Arkansas. La postal se había perdido en el laberinto del tiempo y el espacio durante nueve décadas. Noventa años. Tela marinera. Si señor.

 La historia no es sino un dato más que tal vez aparezca entre las preguntas formuladas a los concursantes de algún programa de televisión de los que permiten ganar unos eurillos a los participantes. O tal vez sea incluida en alguna edición del famoso juego de sobremesa Trivial Pursuit.

Lo que realmente me ha llamado la atención es que en nuestro tiempo resulta poco menos que impensable e incomprensible. Estamos acostumbrados a la inmediatez, a la rapidez, a la información instantánea.
Hace pocos meses me vi en la necesidad de certificar una carta con carácter urgente. Una vez satisfecho el importe de la gestión la funcionaria de correos me entregó una pegatina con una clave y una dirección de internet que me permitía si así lo deseaba conocer puntualmente la localización de mi envío y de paso asegurarme que el servicio urgente era realmente urgente.

En 2012 la comida es instantánea, los mensajes de teléfono instantáneos, los emails instantáneos, las relaciones instantáneas, las citas rápidas, el ritmo de las ciudades acelerado, nuestro pulso desbocado, nuestra mente un torbellino. No nos damos un respiro. No sabemos disfrutar de las pequeñas cosas. No podemos perder el tiempo porque así ganamos tiempo y lo curioso es que cuando lo ganamos luego no sabemos que hacer con él.

Así que el hecho de que una carta llegase a su destino nueve décadas más tarde de lo previsto resulta poco menos que imposible de creer. Nos parece más el argumento de una novela de ciencia ficción que algo posible.

En este momento en este preciso instante en el que escribo esto, estoy tentada de redactar una nota, meterla en una botella y lanzarla al mar. Pero creo que no lo haré porque más que llevar a cabo un gesto romántico y rebelde contra la prisa estaría contribuyendo a contaminar el mar un poquito más.
 Y no me lo perdonaría. Porque cuando contemplo la luna llena reflejada en el mar, puedo sentir que el tiempo se ha detenido, que nada importa, que el espacio infinito me visita y que puedo flotar sin prisa, en calma, en paz.

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