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domingo, 8 de abril de 2012

LUJO, LUJURIA, DEMOCRACIA, VELOCIDAD


No se si es porque mi alma anda más sensible de la cuenta, o porque la primavera me afecta, o por vaya usted a saber porque, pero tengo estos días la lágrima y la pena y la indignación y la impotencia más a flor de piel que nunca.

Ayer Sábado de Gloria fue un día especialmente lacrimoso, de esos días que cuando te preguntan si lloras dices que no, que tienes los ojos irritados y por eso lagrimeas.

El inicio de mi pequeña penitencia, fue la visión anual de los Tambores de Calanda, de ese romper el silencio, de ese sentir colectivo que emula el temblor que experimentó la tierra cuando dicen que Jesús, el Cristo expiró, tras encomendar su espíritu a Dios.

Hay pasajes del Nuevo Testamento que siempre recuerdo con especial intensidad. El primero relacionado con la matanza de inocentes que ordenó el Rey Herodes para evitar que aquel del que hablaban las profecías no le quitase el trono cuando fuese un hombre, y que dice “gritos y grandes lamentos se escucharon en Rama. Raquel está llorando a sus hijos y no quiere que la consuelen porque ya no existen”.

El segundo se refiere a la Crucifixión de Jesús el Nazareno, enemigo público de Roma y que tras dejar a su Madre María en buenas manos, y entregar su espíritu a su Padre, expiró. Y fue entonces cuando el cielo se oscureció, la tierra tembló y el velo del templo se rasgó de parte a parte.

En esas andaba yo, recordando el velo del templo rasgado de parte a parte y escuchando como los Tambores de Calanda rompían el silencio, cuando empezó mi momento lacrimoso.

Cuando ya pensaba que me había recuperado un poquito, me encontré de frente con un magnífico documental sobre la Segunda Guerra Mundial y la caída de Bélgica y de Francia ante el poder arrollador del Ejercito Alemán. No puedo con ello. Lo siento. No he vivido esa época. Pero no soporto, no logro superar la sensación de pánico y parálisis que me produce escuchar las sirenas que alertaban a la población civil de peligro de bombardeo. Es como si mi cuerpo y mi mente burlasen la barrera del tiempo y pudiesen estar allí, junto a los que sufrieron aquellos ataques. Y como siempre lo que más me sigue doliendo son los niños y los ancianos. Sus caras, sus cuerpos pequeños y vulnerables, sus caras arrugadas, su mirada perdida en el abismo, sus cuerpos frágiles. El futuro y el pasado hechos añicos, atacado, mutilado, asesinado.

Un poco más tarde le llegó el turno, como si se tratase de un sorteo grotesco, a otro documental en el que escuché las historias más terribles, los llantos más amargos, vi las caras de la derrota, de la desesperación, del dolor, de aquellos que están perdiendo sus hogares porque no pueden satisfacer las cuotas de la hipoteca que acordaron con el banco para disfrutar de la seguridad de un hogar propio.

 Ahora resulta señoras y señores que los constructores confiesan que aunque sabían que no existía tanta demanda en el mercado inmobiliario que justificase la fiebre constructora, lo hicieron igualmente en algunas zonas en las que los edificios creados con el propósito de hacer negocio, son masas fantasmales habitadas por la pesadilla y el silencio,.

Por tanto, en esta confesión leemos entre líneas que no importó el objetivo final, sino alimentar y enriquecer a todos los que participan del proceso de la construcción de edificios, a base de comisiones, regalos, promesas, cifras, de intenciones poco claras y resultados más que conocidos.

Lo peor es que nadie asume su responsabilidad, nadie dice que actuó de forma incorrecta, nadie reconoce que se saltó las normas, que faltó a la ética. Se limitan a decir que no obligaron a los compradores a comprar. Tienen razón. Nadie obligó a nadie a comprar nada, a contratar una hipoteca, a entrar en una sucursal bancaria y ponerse en manos de gente que abusó de su confianza y de sus sueños.

Decía un filósofo que la Docta Ignorancia consistía en reconocer públicamente que habías cometido un error. El mal estaba hecho pero por lo menos aunque fuese de forma simbólica asumías tu responsabilidad.

Nuestra sociedad ha llegado a un punto en que no asume errores, ni responsabilidades. En el que cargamos nuestra culpa en las espaldas más débiles, dejamos a nuestro paso la devastación más terrible y nos trasladamos con nuestro afán devorador a otros pagos. El beneficio que obtenemos será temporal, pero lo disfrutaremos con fruición, con orgullo y con alegría inconsciente. Somos como las plagas bíblicas que arrasan a su paso todo lo que encuentra y solo dejan desolación y amargura.

No hace falta asumir la responsabilidad. Ya pagará otro por nosotros. Al fin y al cabo siempre podremos contar con un resquicio legal por el que colarnos o si en el peor de los casos la ley cae sobre nosotros la condena, el castigo será una broma de mal gusto.

La otra cara de la moneda en el día de ayer fue un reportaje sobre el aumento del mercado del lujo en todo el mundo y en España en particular. El pasado año este sector ganó unos 4.500 millones de Euros tirando por lo bajo. Lo siento pero como soy de letras y siempre he tenido con el dinero la misma relación que con un pariente lejano (sabes que existe pero no le has visto) esta y otras cifras parecidas me marean. Me producen una angustia tan grande, que no puedo respirar o pensar con claridad. Oro, joyas, coches de alta gama, casas, apartamentos, viajes, barcos, yates, amarres de puerto, fiestas, vestuario, complementos…todo vale para hacer notar al mundo que las cosas te van bien, aunque sea a costa de la sangre, el sudor y las lágrimas de otros.

Incluso una conocida diseñadora de complementos confeccionados con piel noble, confesaba que había creado una línea low cost, que ofrecía piezas a partir de 1.000 Euros. Así que comprendí que posiblemente era cierto lo que me había comentado un compañero de profesión acerca de un jugador de futbol.

 Me sentí fatal por haberle dicho que tal vez sus fuentes le engañaban, que no era posible, que luciese en sus ilustres orejas dos pendientes de diamantes negros, que al parecer cuestan una fortuna porque se encuentran en galerías profundas de ciertas minas, tan profundas que los encargados de extraerlos son niños. Tampoco creí que el mismo jugador de futbol presuntamente hubiese comprado un teléfono móvil de oro macizo, con un rubí como botón de inicio y un cargador de batería también de oro macizo.

En estas cuitas andaba cuando en forma breve se informaba de la situación de 14 personas que fueron detenidas el año pasado en Bahrein porque se manifestaron pidiendo un régimen político más democrático. Uno de los encarcelados lleva 59 días en huelga de hambre. Su hija ha sido puesta en libertad en las últimas horas tras ser detenida por protestar por la situación de su padre, acusada de golpear a un funcionario.

Al parecer las protestas de hace un año llevaron a suspender el Gran Premio de Fórmula 1 en ese país. Pero por lo visto el gran gurú de la Formula y los corredores profesionales que participan se plantean celebrarlo este año, porque a todas luces la democracia en el país ha mejorado. Pues mira tú que bien. Que deben ser los mismos, que corren en un circuito construido en el desierto, con iluminación nocturna y que como parece que pasaron un poquito de frío cuando lo estrenaron, el desierto de noche es lo que tiene, pues la organización les dijo que para el año siguiente no habría problema, porque instalarían un sistema de calefacción bajo el trazado.

Y ya rematando el horror esta mañana de Domingo de Resurrección leía que 25 mujeres indonesias que trabajaban como empleadas domésticas en Arabia Saudí, han sido condenadas a muerte y que 22 mujeres más han sido absueltas de sus cargos y expulsadas del país. Por lo visto Indonesia ha enviado una delegación para tratar los asuntos relacionados con estas mujeres y no se si de otros 1700 ciudadanos indonesios que actualmente están en prisión en Arabia Saudí. Creo recordar que es el mismo país que condenó recientemente a una mujer porque en su afán por romper las normas se empeñó en conducir un coche.

Cuando pensaba que concluiría de una forma menos dolorosa el Sábado de Gloria, encontré una cadena de televisión que programó La Vida Es Bella de Roberto Benigni, el antaño considerado payaso y que con esa cinta demostró que la vida no era tan bella. Al parecer Benigni escribió el guion después de escuchar tras muchos años de silencio las experiencias de su padre durante la Segunda Guerra Mundial. Y ahí ya no pude más, y me desbordé. Lo siento. Pero no pude más y lloré.

Porque recordaba las sirenas de Francia, la desesperación de los que perdían sus casas, la falta de escrúpulos de los que nos han vendido, la exaltación del lujo y la lujuria, vi a los niños que trabajan en las minas para que otros disfruten de la sangre de la tierra, me indigne ante la falta de solidaridad de los que con su ejemplo podrían hacer más, me ahogó la impotencia de sentirme tan chiquita y no poder hacer nada y me desoló el saber que en este mundo tan solo por nacer mujer soy ciudadana de segunda clase.

 Y como en otras ocasiones no pasó nada, porque nadie escuchó mi lamento. Lo siento tanto. Tan solo me consuela el estoicismo, la entereza, el ejemplo del Cristo que se entregó por la humanidad. Fuese rabino, enemigo político de Roma, profeta, hombre o el Hijo de Dios. No me importa. Fue grande. Muy grande. Así que los que se dedican a utilizar sus palabras en su provecho deberían pensarlo dos veces antes de hablar de él. Porque algo tan hermoso, tan generoso, tan excepcional no deberían arrebatárnoslo. Es lo único que nos queda a los pobres. Pensar que alguien sin pedir nada a cambio hizo algo por nosotros. 

Que no se atrevan a decir que no sirvió para nada nada. Porque más de 2000 años después sus palabras todavía consuelan y se repiten. Y que los que se arrogan la potestad de administrar el consuelo que dejó al mundo recuerden que son falibles, humanos e imperfectos. Que no están por encima del bien y del mal. Y que cada vez que se sitúan junto a los que rompen una y otra vez las reglas, están condenándose eternamente.

No insistáis en usar guantes blancos para golpearnos, porque acabarán manchados con nuestra sangre y aunque los lavéis como intentáis lavar vuestras conciencias, que dudo que tengáis, cada golpe resuena en el universo como un grito.

Habláis de amnistía fiscal, de reforma laboral, de déficit presupuestario, de prima de riesgo, de desahucios, de despido libre, de exigencia de los mercados, de letra pequeña, de austeridad, de globalización, de internacionalización, de daños colaterales, de neoliberalismo…

Asumid vuestra locura, vuestro egoísmo, vuestra falta de escrúpulos. Porque no engañáis a nadie. Tan solo a vosotros mismos. Y los que les amparáis y arropáis recordad que como tampoco estáis libres de culpa, no podéis arrojar ni una sola piedra.

Cada cual que asuma su culpa y su responsabilidad. Yo hace tiempo que he asumido las mías, de forma intima y personal, sin animo de ofender o faltar, pidiendo disculpas por lo que haya hecho mal. Y no por ello me siento mejor. Pero si como dijo el poeta  si “más ligera de equipaje y desnuda como los hijos de la mar”. Preparada para la lucha. Lista para la marcha.

Porque cuando la plaga desaparece, siempre descubres que ha quedado un esqueje, una semilla, una esperanza. Y eso no podéis comprarlo ni destruirlo. Eso hay que ganárselo a pulso y los de siempre, los humildes, los de abajo, nos hemos ganado la esperanza a golpes.

Cuando llegue el momento podremos saborearla y empezar de nuevo. ¿Podéis decir vosotros lo mismo? Lo dudo. Sinceramente lo dudo.


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