No les reconoceréis porque sean
especiales. Tampoco son carismáticos aunque están convencidos de lo contrario.
Si les sometiéramos a un análisis mediante
espectrómetro de masas, termino técnico tan habitual en las series policiacas
en las que las divisiones científicas resuelven los casos más complicados en un
periquete el resultado sería tan previsible como digno de un estudio al que
podríamos someter a un espécimen complejo.
Suelen tener poca talla como seres
humanos, baja talla como miembros de un equipo, grandes dosis de mediocridad y la
necesidad patológica de ser el centro de atención.
Menosprecian a aquellos que demuestran a
diario su valía profesional y que con ello les dejan constantemente y de forma
involuntaria en evidencia.
No aceptan una crítica constructiva y
menos evidentemente una critica deconstructiva, una critica que les muestre sus
puntos negativos y les permita si
estuviesen dispuestos a aceptarla, corregir su forma de dirigir un equipo.
A lo largo de nuestra vida, les sufrimos,
les odiamos, les soportamos y en la mayoría de los casos acabamos por dejarnos
llevar por la inercia, intentando que nuestra jornada laboral resulte lo menos
accidentada posible.
Lo malo es que cuando ascendemos en la
escalada inevitable que debemos realizar en cualquier ámbito cotidiano,
laboral, olvidamos lo aprendido y nos convertimos en uno de ellos y nos
comportamos de la misma forma que hemos
criticado hasta la saciedad, hasta que la lengua se nos ha secado y se ha
convertido en papel de lija.
Su ventaja sobre los demás miembros del
grupo no reside en méritos académicos o profesionales. Simplemente están ahí igual
que las montañas están en el paisaje, porque sí.
Y al igual que ciertas especies de
árboles y plantas se convierten en una masa informe y espesa que impide el paso
de los rayos de sol y absorbe la mayoría del alimento contenido en la tierra en
forma de abono o minerales, la mayoría del agua de lluvia y todo el espacio
posible.
Los que intentan crecer o prosperar cerca
de ellos acaban ahogados, o en el mejor de los casos raquíticos y desnutridos
porque les niegan posibilidad alguna de mejorar su estatus en el grupo.
Como las razas de canes empleadas en la
caza de jabalíes, huelen el miedo y las flaquezas de sus subordinados y las
explotan hasta que la victima cae o hasta que esta aprende y resulta más
taimada y astuta que ellos y logrando huir y madurar una estrategia punitiva
que les convertirá en enemigos peligrosos.
En los tiempos difíciles económica y
laboralmente difíciles como los que ahora estamos viviendo, se alimentan del
pánico de las victimas, de los subordinados y disfrutan íntimamente con el
poder que les otorga la capacidad de acabar con aquellos elementos más débiles
o molestos de una certera dentellada.
Para tratar con ellos lo primero que
debemos aprender es que no son nuestros amigos, por más melifluos y encantadores
que se muestren en público. Nunca debemos bajar la guardia y ante todo no
debemos dejar que nos ninguneen.
Cuando les hablemos no debemos bajar la
vista, porque no son machos o hembras alfa que merezcan el respeto que estos se
ganan a base de peleas sangrientas o simplemente porque ya nacen dentro del
grupo alfa.
Se permiten entrar en tu vida a codazos,
en criticar cada uno de las actividades que desarrollas, en afear tu conducta
en público, en dictar normas a todas luces incompatibles con la buena armonía que
necesita un grupo para resultar efectivo y productivo. Les encanta dividir al
grupo y vencer la unión inicial que se puede traducir en resistencia.
Se escaquean, emplean los medios que el
cargo les otorga en beneficio propio o simplemente por puro deporte para
fastidiar y derribar a su objetivo de la semana, del mes, del año, de toda su
vida.
Hablan engolando la voz, obligando a un
público poco receptivo a escuchen lo que dicen y les aplaudan. Caminan
lentamente como un soberano que pasa revista a su ejército y a sus súbditos. El
cuerpo erguido, tenso, la mirada dura, fija, el gesto despectivo, altanero.
Si alguien logra un éxito corren raudos a
adjudicárselo y presentarlo como suyo ante otros machos o hembras alfa, que les
aplican el mismo trato que ellos aplican a sus subordinados.
Su hábitat, su guarida, su cueva suele
ubicarse en el último piso de su edificio. Son espacios majestuosos, rodeados
de cristaleras magnificas. Siempre se sientan en un sillón que imita a la
perfección los tronos imperiales. Cuando te convocan a una reunión te brindan
un asiento situado frente a ellos menos elevado, lo que les permite seguir
dominando la situación.
Antes de recibirte te hacen esperar unos
instantes que se te antojan eternos en la antesala y cuando por fin te permiten
flanquear la puerta de su guarida, no te prestan atención y continúan enfrascados
en una conversación, tensa o amable, para que seas testigo de su poder y te
replantees el discurso que llevas ensayando varios minutos en el ascensor.
Y nunca, nunca, nunca se mezclan con los
subordinados. En caso de que la ocasión lo requiera fingen que son uno más
durante unos instantes y luego con la excusa de algo importante se escabullen
con la esperanza de que nadie les haya captado en una foto confraternizando con
la base.
Se alimentan con la energía, el esfuerzo,
la dedicación y los logros de otros.
En caso de que un proyecto no llegue a
buen puerto, se desvinculan del mismo con una rapidez y elegancia dignas de
estudio y siempre presentan a la cabeza de turco, al chivo expiatorio, al
elemento prescindible, con gran celeridad ante los verdaderos superiores.
Cada nuevo día representa para sus
subordinados un nuevo reto. Adivinar leyendo el lenguaje corporal de que humor
han llegado al despacho. Y lo cierto es que nunca llegas a dominar lo
suficiente este arte tan antiguo como el mundo.
Para permanecer separados y protegidos de
la masa, se rodean de especímenes más mediocres que ellos si eso es posible,
que suelen limpiar los cadáveres que dejan a su paso, les ríen las gracias y
aplauden los chistes, se humillan para hacerles parecer más brillantes, ejecutan
sus ordenes sin pestañear y sin plantearse que son tan prescindibles que la masa
subordinada.
Por el simple hecho de sentir
animadversión por un subordinado brillante que temen que les haga sombra, se
complacen en destruir carreras profesionales solidas y prometedoras o en
encumbrar muy a su pesar a mediocres a los que deben un favor.
Siempre que se plantea el tema de la
austeridad están convencidos de que a ellos no les afecta, puesto que su
estatus requiere un despliegue de medios y gastos que contribuyen a mejorar la
imagen de la empresa, la compañía o la corporación.
Si se plantea un recorte en la plantilla
no dudan en facilitar una lista de nombres en los que aparecen los de aquellos
que un mal día se atrevieron a contrariarles. En el caso hipotético de que su
nombre figure entre los prescindibles harán ruido y mucho para evitarlo, y si
no lo consiguen echaran mano de las cláusulas más convenientes de su contrato
para asegurarse una salida económicamente favorable.
La lista de puntos a estudiar y
considerar a la hora de describir a estos y estas pretendidos y pretendidas
machos y hembras alfa es tan interminable como retorcido puede resultar el
comportamiento humano.
En el peor de los casos llevaran a sus
victimas a una situación insostenible de acoso y derribo moral y psicológico,
que puede acabar en los tribunales. La sentencia posterior en ocasiones es
desfavorable a la victima y en caso de que sea favorable no compensará
suficientemente el sacrificio y el sufrimiento de esta.
Y en ocasiones no solo convertirán a la
victima en su rehén, en su marioneta, en su juguete, sino que intentarán abusar
de la misma, o lo conseguirán psquica o sexualmente.
Este tipo de conductas empiezan en la infancia.
O al menos eso nos contaron. Son seres a los que no les prestaron atención
cuando eran tiernos infantes, que en el patio del colegio se empleaban a fondo
con los más débiles de la clase, que siguieron molestando al resto de los
compañeros, que en la facultad haciendo gala de una simpatía arrolladora y una
capacidad de manipulación de las voluntades ajenas fascinante, no pegaron palo
al agua pero pasaron de curso hogadamente.
Otros sin embargo no llegan tan lejos en
la progresión laboral. Pero no importa. Se convierten en encargados,
responsables de departamento, jefes de negociado. Y silenciosamente llegan al
destino soñado y a la actividad anhelada, tiranizar a la masa que consideran
inferior.
Pero en muchas ocasiones no disfrutan de
sus logros, merecidos o no, porque viven permanentemente estresados detectando
posibles amenazas en su entorno. Perder el trono dorado no entra en sus cálculos
y son capaces de eliminar de su camino todo obstáculo encontrado. El mundo no
les comprende, el mundo está contra ellos. Y eso no. O estas de su parte o no
lo estás.
Y cuando desaparecen de este mundo bien
porque la ley natural es más implacable que ellos bien porque la edad del
retiro ha llegado, nadie les dedica hermosas palabras ni les añora.
En espera de que llegue el próximo elemento
alfa, el grupo respira relajado por unos instantes, antes de empezar la lucha
de nuevo.
No os equivoquéis, porque no importa si
visten de diseño o lucen el guardapolvo de un conserje. A la mínima ocasión en
que un ser humano siente como el poder sobre los demás le embriaga, se
transforma y cambia por instantes ante los ojos de sus seres más queridos.
Lo peor llega cuando no son capaces de
disociar el mundo profesional del entorno cotidiano, familiar, personal. Porque
en ese momento la vida de los que les aman se transforma en una nueva versión
del infierno, cuya intensidad dependerá de como amanezca el día.
Por cierto hablaba de los jefes, de los
lideres, de las luminarias que dirigen el grupo bien porque estaba establecido
así, bien porque se han arrogado ese privilegio.
Algunos pueden resultar simpáticos, pero
nunca olvidéis que no son vuestros amigos. No lo pretenden. No lo quieren. Les
horroriza.
Y los que quieran ver en todo esto los
males del capitalismo o del comunismo, se equivocan. Este comportamiento forma
parte de la naturaleza del ser humano, igual que forma parte de la naturaleza
del escorpión inocular el veneno de su cola.
Claro esta que algunos de esos líderes
son amables y considerados, pero no hagáis ilusiones, son los menos.
Los que estáis en la cumbre, no importa
el motivo por el cual lo habéis logrado, recordad, que en la cumbre hace mucho
frío y que la soledad es compañera de la locura.
Es mejor ser subordinado, miembro del
grupo, que elemento alfa. Estar pendiente continuamente de no perder el
estatus, el sillón dorado, el coche de empresa es agotador. Y si no al tiempo.
Ya me contaréis.
Pd. Y estos momentos en Asturias los mineros esperan clemencia y los que prometieron proteger y servir les rodean, el G20 se ha reunido en Mejico y ahora resulta que el rescate de España no fue tal y debe acabar de concretarse. Mientras la lideresa Merkel sigue exigiendo sacrificios como si de una nueva reencarnación de Khali se tratase. Lo dicho, en ocasiones los elementos alfa del grupo lo son por casualidad no por meritos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario