Me hubiese gustado estudiar en la
universidad. Una carrera de letras. Periodismo, historia…
Pero no pudo ser. Los motivos fueron muchos y
variados. Mis primeros años de estudio, de parvulario hasta Sexto de EGB (ya os
podéis hacer una idea de mi edad) los cursé en una escuela pública femenina.
Antes de que el curso acabase mamá había decido
que lo mejor era cambiar de centro. Un lugar en el que según ella “me exigiesen
más”.
Y encontró una escuela privada con
inmejorables referencias. Allí no solo me encontré con otro nivel, sino con
unos seres desconocidos para mí. Los chicos. No niños pequeños, que de esos
tenía referencias gracias a mis primos.
Me refiero a chicos, adolescentes, tipos que
pensaban que las chicas éramos el enemigo.
Estudié los dos cursos que me faltaban para
completar EGB, Primero y Segundo de BUP y mis dos primeras veces de Tercero de
BUP.
No se trata de que no estudiase o no me
esforzase, simple y llanamente se trataba de que mi escuela privada, mi
flamante escuela privada no estaba homologada ante el Ministerio de Educación.
Y eso significaba que mis notas finales no dependían únicamente de mi
rendimiento académico o de la benevolencia y comprensión de mis maestr@s.
Dependía única y exclusivamente de lo templados que estuviesen mis nervios y de
la buena voluntad de l@s catedrátic@s ante quienes me examinaba cada año en
junio.
El calvario empezaba un día cualquiera a las
08:00 de la mañana y finalizaba con suerte a las 21:00 sin contar una pausa de
una hora para comer.
Los exámenes se sucedían con precisión
matemática. Empezaba el día con ciencias naturales, seguía latín o matemáticas
o griego o lengua y literatura, geografía…Y el último, la puntilla, el remate…gimnasia.
Por suerte para mí me libraba de aquella humillación gracias a un certificado
médico que declaraba que no podía someterme a la tortura. La razón era muy
sencilla. Un problema óseo de nacimiento.
Así que cuando acababa el día del examen por
libre, me sentía como los protagonistas del monologo de Gila sobre el turismo moderno
“si hoy es martes esto es Bélgica” y “que bonita es la Torre Inclinada de
Londres”.
No tenía claro si Julio César era griego o llegó
a reproducirse por esporas o si un tren que salía de Ávila al mismo tiempo que
uno que salía de Tegucigalpa llegaría a cruzarse con el barco que transitaba
por el mar de los Sargazos mientras la tripulación recitaba a Espronceda y su
barco pirata…
El resultado era obvio. Una cosecha de cucurbitáceas
comúnmente denominadas calabazas que cada año superaba al anterior.
Cansada de que mis padres gastasen una
cantidad indecente en pagar mis estudios les propuse matricularme en el
instituto público.
Digamos que la experiencia fue enriquecedora
y me permitió conocerme a mí misma mejor de lo que creía.
Lo primero que supe era que acababa de
aterrizar en un planeta desconocido. Y esta vez los habitantes del sexo opuesto
eran mucho más altos, rudos y ruidosos que los de mi anterior centro.
Como dijo el filósofo “lo que no te mata te
hace más fuerte”…y aunque la experiencia no me mató tampoco me hizo más fuerte.
Lo único positivo fue que finalmente logré
aprobar el bachillerato y el COU.
Desafortunadamente no podía pensar en la
universidad. En primer lugar porque mi media académica no era precisamente
brillante y en segundo y más importante porque la beca familiar “se había
agotado”.
No penséis que me limitaba a estudiar y que
no aportaba mi granito de arena a la economía doméstica. Trabajaba en lo que
podía al tiempo que estudiaba. Atendía la portería en la que vivíamos mientras
estudiaba. Cuidaba niños mientras estudiaba.
A medida que me acerqué a la edad adulta me
sentí extraña e incompleta. Puede sonaros como algo tonto pero así me sentía.
Incompleta, fuera de lugar.
Mis amig@s estudiaban cosas apasionantes…historia,
historia del arte, química, física, informática, filología, derecho…
Pero yo no pude matricularme en la
universidad. No lo logré. Nunca supe si hubiese sido capaz de terminar una
carrera. Siempre me quedará la duda.
Estamos en 2013 y han pasado muchos años
desde entonces. Tantos que parece que fue en otra vida.
Y el problema no ha desaparecido. No me
refiero a mi sensación personal única e intransferible de “estar incompleta
intelectualmente hablando”.
El problema sigue ahí para miles de personas
con inquietudes intelectuales y la energía suficiente como para intentar que su
futuro y el futuro del mundo sea mejor. Este año académico y si la dinámica económica
no cambia los próximos cursos también, no podrán empezar sus estudios
universitarios y otros tantos deberán abandonarlos porque no hay dinero para
becas, porque no existe una vía de financiación que les permita hacer frente a
la inversión que representa un curso universitario.
Primero se les cerró la puerta a la
posibilidad de combinar horas de estudio con horas de trabajo. La causa fue el
Plan Bolonia, que en teoría colocaba a nuestros jóvenes dentro de la órbita
europea a través de un sistema de estudio más práctico que teórico que evidentemente
impedía conciliar el trabajo con la actividad académica.
Ahora ha llegado el nuevo plan de estudio perpetrado
por el gobierno actual, que ha decidido que es hora de ordenar un sistema a
todas luces mediocre. Pero el nuevo plan la nueva ley deja en la cuneta a
cientos de jóvenes que constituyen un relevo necesario para nuestra sociedad.
Esta tarde un experto de esos que hablan tan
estupendamente, que visten tan estupendamente y que se expresan más
estupendamente nos ha contado en una cadena de televisión que el problema
reside en que
-sobran estudiantes universitarios (y si son
pobres más)
-no hay fondos públicos para sostener el
sistema
-el sistema universitario requiere una
reforma
-que las becas de fundaciones privadas no
deben ocultar los fallos del sistema público
-que debemos plantear y potenciar un sistema
de formación de profesionales solido
-la única
posibilidad que much@s tendrán será estudiar un master pero resultan
prohibitivos para las economías más deprimidas.
Y todo esto porque el nivel de desesperación
es tal que una decana ha lanzado un idea propia de la España de Postguerra.
Apadrinar a un@ alumn@. Es decir recurrir al mecenazgo, a que alguien pague los
estudios de alguien que por carecer de medios económicos se ha quedado en la
cuneta y no puede estudiar.
Cuando parecía que el día no podía empeorar,
vemos las imágenes de Mariano Rajoy que está en San Petersburgo en la reunión
del G-20, diciendo a Barack Hussein Obama “que España va bien” y nos cuentan
que Obama e incluso Putin han respondido que “se nota que las reformas dan su
fruto”.
Más tarde el Ministro De Guindos afirmaba que
“nos estamos recuperando y que conseguir las olimpiadas del 2020 sería algo muy
positivo…y que sí, que hay dinero suficiente para acabar con el plan del 2020 a
pesar de que 1600 millones de Euros se hayan invertido a fondo perdido”.
También hemos conocido el plan para
garantizar que los más pequeños de nuestra sociedad no pasen hambre y en caso
de que sus familias tengan escasos recursos su alimentación, su bienestar esté
plenamente asegurado.
He vuelto a escuchar a sesud@s periodistas
hablando del estado del bienestar y me he vuelto a cabrear porque son incapaces
de recordar que nunca hemos tenido, no
tenemos y no tendremos estado del bienestar en España. Porque nuestros
antecedentes político sociales no responden no encajan en el patrón de lo que
los expertos han definido como Estado del Bienestar.
Lo más indignante ha llegado de la mano de la
Ministra de Trabajo (es un decir) y Seguridad Social, Fátima Bañez que en el
transcurso de su intervención en la apertura del curso de Verano del PP en la
ciudad de Gandía, ha afirmado ”que es bueno que los jóvenes puedan elegir
entre trabajar en España o en el exterior” que “no es cierto que se esté produciendo ni fuga de cerebros ni éxodo
masivo de jóvenes para trabajar en el exterior”
Según Bañez es “muy positivo que los propios jóvenes elijan donde quieren trabajar. Si
desean quedarse en España o prefieren aprovechar las oportunidades de formación
que les abren fuera de nuestras fronteras”
Al parecer el gobierno de Rajoy trabaja “para conseguir que llegado el caso quienes
quieran volver vuelvan y que ese talento pueda ayudar a que este país salga
adelante”.
Fátima Bañez ha detallado las medidas del gobierno
a favor del empleo juvenil. Al parecer
81.185 jóvenes se han beneficiado de la estrategia de emprendimiento del
ejecutivo y cree que los “jóvenes pueden decir que tienen más derechos,
oportunidades y protección social con el Gobierno de Rajoy”.
Y lo ha dicho sin sonrojo, con una sonrisa
beatífica en el rostro, satisfecha de lo que ha logrado.
Ahora en la calma de la noche, mientras escribo
estas reflexiones os confieso que estoy perpleja. Yo que siempre me había
sentido fuera de lugar por no haber asistido a la universidad y ahora resulta
que es de lo más normal.
Eso sí entre los pobres, porque entre los más
acomodados no existe ese problema.
Convertir el acceso a la cultura en la vara
de medir egos y economías, emplear la cultura para destrozar esperanzas y
sueños, utilizar la cultura para crear barreras clasistas en una tendencia
perversa llena de cinismo.
La cultura es un instrumento de liberación,
es un camino de hacia el conocimiento y el pensamiento.
No puede emplearse como un instrumento de
selección social que niegue al pueblo sus derechos.
Tomar este tipo de decisiones es propio de
colectivos que desconocen el verdadero sentido de la moralidad y la ética.
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