En las últimas semanas las redes sociales y algunos medios de
comunicación se han hecho eco de una situación que ciertos sectores políticos califican
de chiquilladas.
Se trata de una “epidemia” de testimonios fotográficos que muestran a
miembros masculinos y femeninos de la cantera del Partido Popular luciendo símbolos
y gestos típicos del anterior régimen político.
Estas chiquilladas deben preocuparnos y mucho porque constituyen una
clara muestra de que nuestra sociedad padece un mal funcionamiento que permite
que una nueva generación que no ha conocido la guerra civil, la postguerra y el
franquismo y haga alarde de lo que estos capítulos de nuestra historia más
reciente realmente significan.
La pregunta más inmediata que debemos hacerlo es ¿cómo es posible que
estos y estas jóvenes sean capaces de sin haber vivido de forma directa estos
episodios, celebrarlos?
La respuesta a pesar de ser evidente no es por ello menos dolorosa y
preocupante.
La verdadera respuesta es que los hechos lo que en verdad sucedió en este
país durante décadas se ocultó, se maquilló y manipuló de forma que resultase
conveniente para que las piezas encajasen aunque fuesen a golpes y que sirviese
para justificar los propósitos de un sector político y social.
La verdadera respuesta es que a base de repetir consignas y de maquillar,
modificar y manipular datos y documentos el infierno se ha convertido en cielo,
la traición en lealtad y la falta de escrúpulos en algo noble.
La verdadera respuesta es que quienes cometen estas chiquilladas no sé
porque, creen que la razón les asiste porque así se lo han contado.
Pero lo peor es que el ejemplo que les dan sus mayores da crédito a esta
idea.
Ellos tienen la razón porque para eso ganaron una guerra y el resto del
mundo, que piensa distinto porque la perdió está equivocado.
Lo que resulta más dramático es que vivimos en un nuevo siglo y que las
cosas deberían estar un poco claras.
Quien hizo que, porque lo hizo en realidad y cuáles fueron las
consecuencias.
Que los jóvenes den por sentado una serie de puntos que no responden a la
realidad, es realmente dramático pero que esta actitud esta postura la defiendan
sus mayores, desde la tribuna del Congreso de los Diputados no solo es
alarmante, es indignante.
La Guerra Civil Española no empezó como lo contaron los vencedores, la
postguerra no fue un tiempo de concordia y armonía y la Transición no
constituyó el milagro político, social o económico que han contado.
Imagino, quiero imaginar que tras un periodo de destrucción y sangre los
seres humanos no contamos la verdadera historia y la reescribimos porque no tenemos
valor suficiente para afrontar la realidad la verdad.
La Primera Guerra Mundial ofreció a la población civil la cara más amarga
la verdadera cara de la guerra.
La guerra no era algo que sucedía en los campos de batalla, lejos de las
ciudades y los pueblos. La guerra no era un desfile de uniformes brillantes
vestidos por galantes soldados que deslizaban palabras valientes en los oídos de
las damas, como cuentan que pasó en la víspera de Waterloo.
La guerra era algo terrible, demasiado como para poder describirlo como
para entenderlo.
Durante cuatro años, entre 1914 y 1918 Europa se tiñó de sangre, que se
mezcló con el barro, con el dolor.
En aquel tiempo las ciudades sintieron los cañones retumbar en el patio
trasero de casa, los soldados y la población civil experimentaron la
destrucción que sembraban las nuevas armas…el gas mostaza, los tanques, los
bombardeos…
Por tanto no resulta difícil comprender que los políticos europeos, la
población en general, pactasen con el diablo del nazismo, del fascismo
intentando aplazar lo inevitable. Una segunda confrontación que fue mucho peor
de lo imaginado. Durante cuatro años las trincheras habían engullido la sangre
más joven de todo un continente. Nadie estaba preparado para un nuevo desastre.
Pero a pesar de pactar con el Diablo la guerra llamó de nuevo a las
puertas de cada casa.
Mientras pactaban con el Diablo, mientras intentaban burlar a la muerte,
no tuvieron escrúpulos ni sintieron nauseas al participar de una u otra forma,
bien fuese proporcionando armamento y suministros bien sea impidiendo que estos
llegasen, en la guerra civil española y allanaron el camino para que hoy contemplemos
atónitos estas chiquilladas.
Lo más duro es comprobar que los datos reales están al alcance de todos,
que en los últimos años muchos documentos recogidos y custodiados por servicios
de inteligencia de otros países, diarios personales, archivos pueden deben ser leídos,
estudiados…
Pero no existe esa voluntad. No existe esa voluntad porque la versión que
los vencedores elaboraron es para algunos suficiente.
La excusa para no recuperar la verdad para no reconocer
responsabilidades, para no asumir los hechos es muy simple “no podemos permitir
el revisionismo eterno que piden los vencidos porque eso significaría abrir de
nuevo las heridas”.
Pero es que las heridas nunca se cerraron. Hace muchos años, tantos que
parece que fue en otra vida, aprendí en el transcurso de mis estudios como
técnico sanitario que una herida debe ser limpiada a conciencia y tratada con
la medicación adecuada para evitar una infección. Y en caso de que la herida
nos llegue infectada o que los tejidos estén demasiado dañados, lo más adecuado
es una intervención que elimine el tejido que no sirva y con paciencia y el
tratamiento adecuado esperar a que el cuerpo del paciente y la madre naturaleza
hagan el resto. Es evidente que siempre tendremos una cicatriz que nos
recordará lo que pasó, pero el nuevo tejido estará sano y podremos seguir con
nuestra vida.
Si España fue el cuerpo herido tras una guerra civil, las heridas no se
limpiaron, ni se aplicó tratamiento alguno. Las heridas se cosieron burdamente
y el tejido creció infectado hacia dentro, hasta envenenar cada porción del
cuerpo del paciente.
Cuando le llegó al paciente el momento de enfrentarse con el mundo real,
el tratamiento que se prescribió fue insuficiente y erróneo.
Una Ley de Amnistía que entró en vigor el 15 de octubre de 1977, y que no
respondía en absoluto a las expectativas de buena parte de la población.
Pero los que en teoría sabían de eso, dijeron que era necesaria porque no
se podían abrir de nuevo las heridas.
El primero de los 12 artículos de esa ley orgánica, ya nos da pistas de
lo que en realidad se pretendía.
Articulo primero: Quedan amnistiados todos
los actos de intencionalidad política, cualquiera que fuese su resultado,
tipificados como delitos y faltas realizados con anterioridad al día quince de
diciembre de mil novecientos setenta y seis.
Y lo más chocante fue que la izquierda que en teoría había sufrido lo
suyo en la guerra, el exilio y la clandestinidad dijo que “era necesario
aceptar esa ley para no abrir las heridas de nuevo”.
El segundo punto fue dotar al país de una Constitución, que en la
actualidad todos invocan pero que dudo que muchos hayan leído íntegramente (yo
si la he leído, así que por eso me permito el lujo de criticar), que todos
defienden, que niegan la necesidad de reformar algunos puntos, que en 2013
podrían soportar una enmienda o actualización.
Eso si, cuando a los dos partidos mayoritarios les convino reformar y
modificar algunos puntos para cumplir con las dinámicas económicas en las que
nos vemos envueltos desde hace años, no pasó nada, se reunieron, practicaron
las reformas que les fueron favorables y ya está.
En 2011 el BNG intentó que se modificase la Ley de Amnistía y hacer
posible de esta manera que los crímenes del franquismo pudiesen ser
investigados y juzgados. Pero la iniciativa no salió adelante porque a la
negativa evidente del PP se añadió la negativa de CiU y lo más sorprendente el
rechazo del PSOE:
La ONU ha reconvenido en tres ocasiones a España y ha aconsejado la
revisión de la Ley de Amnistía de 1977.
Pero no esta recomendación se ha ignorado una y otra vez.
En las últimas semanas hemos escuchado a un alcalde decir que las víctimas
del franquismo que fueron fusiladas, lo fueron porque seguramente lo merecían.
Y nadie de su partido le ha sancionado ni el caballero en cuestión ha
dimitido.
Hemos visto jóvenes que han empleado símbolos de un régimen terrorífico para
mostrar su orgullo y alegría por pertenecer a un sector político heredero de un
tiempo que no debería seguir tan vivo, sino que debería seguir en el pasado.
El ejecutivo de Bruselas, a través del área de Justicia ha recordado al
gobierno español que la exculpación, negación o trivialización de los crímenes de
los regimenes totalitarios deben ser sancionados penalmente. La comisión
Europea ha alertado a España de la banalización del nazismo.
Banalización, esa es la palabra. Pero no es un término nuevo. La filosofa
Hannah Arendt la analizó y estudió en su Banalidad del Mal.
Arendt informó diariamente del juicio al que fue sometido Adolf Eichmann
e hizo extensivas sus conclusiones a otros juicios contra criminales nazis.
En un principio a las victimas recientes en el tiempo de la pesadilla nazi, que el término “mal” fuese acompañado del término “banal” les pareció atroz.
Pero lo cierto es que Arendt había encontrado la clave del comportamiento
de algunos grupos de pensamiento, políticos o sociales en tiempos de extrema
tensión como pueden ser el prólogo a una guerra o la guerra misma.
Solo de esta forma se podía entender, que no comprender o compartir, que
una sociedad apoyase regímenes totalitarios de forma ciega y obediente.
Arendt también alertaba en algunas de sus obras posteriores de la
necesidad de erradicar y combatir ese mal, puesto que podía extenderse como los
hongos e invadir el mundo entero.
Por tanto no resulta extraño que tras la publicación de la novela de
Mario Puzo El Padrino, posteriormente llevada al cine y convertida en una saga
de gran éxito, se hayan publicado y producido más obras sobre el tema de la
Mafia. En realidad los mafiosos son tipos de negocios que como decía Vito
Corleone actuaban movidos por negocios no por temas personales. Son gente que
mata, extorsiona y vive al margen de la ley de 9 a 5 pero que cena en casa con
la familia, acaricia niños y gatos y sobre todo va a Misa el Domingo.
Y si eso pasa con la Mafia, ¿qué es lo que no puede pasar con los que
distorsionaron la historia y causaron dolor y muerte en millones de personas de
familias?
Hace años leí una tesis doctoral que se publicó en España traducida como
Los Verdugos Voluntarios de Hitler.
Las primeras líneas recogían una historia real que figuraba en los
archivos de la SS.
Un oficial, escribía a sus superiores una carta en la que se quejaba
amargamente porque alguien había puesto en tela de juicio su honorabilidad, al
acusarle de robar una cartera de piel de la sala de oficiales.
Para defenderse el oficial en cuestión adjuntaba varios testimonios
debidamente certificados repasaba su historial y su hoja de servicio y apelaba
al buen juicio de sus superiores a la hora de restaurar su honorabilidad.
Lo dramático de la historia era que el oficial prestaba sus servicios en
un campo de exterminio.
Le preocupaba que le acusaran de ladrón. Pero no le preocupaba en
absoluto que le acusaran de las atrocidades más grandes que puede imaginar la
mente humana. Es más estaba absolutamente orgulloso de su trabajo.
Esa es la cuestión. La banalización del mal.
Han desaparecido miles de millones de las arcas públicas, pero no pasa
nada y nadie va a la cárcel.
Los partidos políticos, algunos presuntamente se han financiado de forma
ilegal. Los medios insisten en hablar de donaciones y contabilidad B cuando en
realidad se trata de presuntos sobornos.
Las estructuras básicas que necesita la población están siendo
desmanteladas pero no pasa nada.
Nuestras libertades ser recortan de forma lenta pero efectiva pero no
pasa nada.
Somos prisioneros de un sistema político que ya nació viciado y con tics
poco claros. Pero no pasa nada.
La clase política pasa las horas entonando un “y tu más” demostrando una
falta de madurez insultante.
Pero no pasa nada.
Y sí que pasa.
Porque el hecho de que cuando se celebran elecciones y los informativos
de las diferentes cadenas marcan en rojo y azul las circunscripciones en las
que obtienen escaños o municipios las fuerzas políticas, ya demuestra que las
heridas no se limpiaron adecuadamente y el tejido está dañado y mucho.
Así que simplemente empleemos las palabras adecuadas. Que una generación
joven que debería ser promesa de futuro adopte tics y símbolos que en otros países
han quedado debidamente enterrados no es una chiquillada.
Una chiquillada es llamar a los timbres de los interfonos y salir
corriendo.
Lo que estos y estas jóvenes están haciendo es banalizar el mal.
Creo que sus tutores, sus figuras adultas inmediatas deberían
preocuparse.
Porque sinceramente cuando sean adultos…
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