Esta noche en el programa El Intermedio hemos descubierto (por lo menos yo) que el gran periodista Francisco Lobatón, que alcanzó gran popularidad gracias a ¿Quién Sabe Dónde? (programa de la televisión pública de la década de los 90) fue una de las víctimas de la represión política llevada a cabo durante el franquismo.
Lobatón que había cumplido 21 años, fue detenido
cuando en calidad de estudiante de Ciencias Políticas acudía a una reunión de
profesores, convocada para valorar la posibilidad de una huelga de exámenes, en
protesta por las detenciones de estudiantes tras el atentado del Almirante
Carrero Blanco.
Contaba Lobatón que cuando salió de la cárcel
de Carabanchel, logró exiliarse en Ginebra y obtuvo el reconocimiento de
refugiado político a través del Alto Comisionado de la ONU.
Ha contado no solo la historia propia
sino la de otros que lo vivieron en sus propias carnes y que en algunos casos pagaron
con su vida la defensa de libertades que ahora nos parecen algo normal pero que
durante mucho tiempo no fue así.
La entrevista ha servido para ilustrar una
noticia que se abrió hueco la semana pasada entre los titulares que nos
recuerdan cada día que lo que estamos viviendo no es una pesadilla, sino la
realidad.
La magistrada argentina María Servini de
Cubría a través de Interpol, ha solicitado la extradición de varios ex altos
funcionarios de la Policía y la Guardia Civil por presuntos delitos de torturas
durante el franquismo.
La solicitud se ha llevado a cabo en
respuesta a la querella interpuesta en 2010 por diversas asociaciones en Buenos
Aires ante la justicia argentina, tras ver como la Audiencia Nacional Española
cerraba la causa.
La resolución judicial recoge la orden de
detención preventiva con fines de extradición, para el ex Guardia Civil Jesús
Muñecas Aguilar, el ex escolta de Franco y de la Casa Real Celso Galván
Abascal, el ex comisario José Ignacio Giralte González y el ex inspector José
Antonio González Pachecho, alias Billy El Niño.
Estos cuatro antiguos funcionarios policiales
“utilizaron presuntamente la Dirección General de Seguridad como centro de
detención ilegal y tortura".
De los cuatro nombres el que más destaca
entre los recuerdos de las víctimas es el de Billy El Niño. Resulta muy
familiar para Francisco Lobatón, porque tras ser objeto de la “amabilidad” de
este miembro de los cuerpos del orden, el médico encargado de consignar el estado
de los detenidos, describió lesiones importantes, que llevaron a Billy El Niño
a ser juzgado y condenado a perder “un día de empleo y sueldo”.
No fue mucho pero resultaba importante muy
importante porque sentaba un precedente y demostraba que algunos miembros de
los cuerpos del orden se excedían en sus atribuciones durante la detención.
En este difícil año de 2013 los fantasmas del
pasado han vuelto a llamar a nuestra puerta con tanta fuerza que algunos nos
estremecemos como si estuviésemos bajo una tormenta que se desata de pronto.
Murió el general y fue como si no hubiese pasado nada.
El miedo que te produce no lo que se dice si no lo que imaginas que te pueden
hacer, paralizó a la buena sociedad que había sobrevivido a la pesadilla de la
dictadura.
Murió el general y se aceptó el paso de nuevo
a la monarquía, sin que nadie preguntase a quien le parecía bien.
Se redactó una constitución que ahora sabemos
que tiene fallos graves y que necesita una gran reforma y algunos de los
responsables que habían jugado un papel destacado en la estructura del régimen participaron
en la redacción del conjunto de leyes básicas que nos ayudarían a encarar una
nueva etapa política.
El país empezó a caminar hacia el futuro en
el marco de lo que se denomina Transición.
Pero la Transición no fue tal. En absoluto. La
Transición fue un entreacto dentro de la obra general. Un oscurecer luces y
volverlas a encender mostrando un decorado aparentemente nuevo que acogía las
andanzas de protagonistas antiguos.
Se redactó una Ley de Amnistía que sellaba el
dolor, la angustia, la muerte, la venganza, el egoísmo, la hipocresía, los
huesos y la sangre de más de cuatro décadas de régimen militar.
Y los vencedores ahora pretendían aparecer
ante los ojos del mundo como personas dispuestas a vivir una maravillosa
aventura de libertad.
Pero no ha sido así. En los últimos años lo
hemos podido comprobar con creces.
La asignatura pendiente la única, fue que
nadie aceptó responsabilidad alguna por su participación en los hechos que
empezaron el 18 de julio de 1936. Nadie.
Pensaron que con la Ley de Amnistía todo
estaba en orden. Pero no fue así. Porque los huesos y la sangre claman cada día
más fuerte por su dignidad y reposo.
Y así hemos llegado a este terrible año en el
que parece que no acabamos de tocar fondo.
Muchos asisten con cara de asombro a todo lo
que está sucediendo. Muchos no pueden creer que lo que considerábamos nuestra
vida cotidiana era nada más que un decorado de cartón piedra que se ha roto.
Acabamos de verle las tripas al decorado, las
tripas al monstruo. Y no nos gusta lo que vemos.
Pero es que lo vemos ahora porque no tenemos
más remedio. Durante años lo hemos ignorado y se ha crecido y se ha hecho
fuerte.
En otros países como Italia, Grecia o
Alemania, el mismo monstruo fue juzgado y mostrado. Tal vez no desapareció,
ahora lo sabemos, pero por lo menos nadie le dio palmaditas en la espalda
agradeciendo el terror ofrecido.
Andamos ciertamente crispados porque nos ha
pillado a traición y por sorpresa.
Pero el Ilustre Paciente que tanto nos
incomoda y que a muchos nos ha avergonzado con su comportamiento, no lleva en
el cargo dos días. Lo que sucede es que mientras hemos tenido trabajo, comida
en la nevera, escuelas, médicos y cuatro cositas que nos hacían sentir bien después
de largas jornadas laborales, no nos preocupábamos de cuanto nos costaba
anualmente cada acto de campechanía.
Los purpurados que se reúnen vestidos de
negro como en coro de lamentos y nos dicen como debemos vivir, pensar o actuar,
llevan desde los años 50 disfrutando de los privilegios de los concordatos que
se renovaron y mejoraron en 1979. Pero nadie se preocupó porque siempre habían
estado allí. Nadie se percató de que era imposible que adquiriesen en algunos
casos una figura oronda y con sobrepeso, alimentándose únicamente con el Maná
que Moisés y los suyos encontraron en el desierto.
Nadie preguntó por los sueldos, privilegios y
prebendas que disfrutaban los diputad@s y senador@s, ni cuanto cobraban cuando
se jubilaban.
Nadie, ninguno de nosotros hizo demasiadas
preguntas. Porque preguntar era malo y saber tal vez peor.
Y porque al preguntar podíamos despertar al
monstruo y tal vez veríamos de nuevo a los Cuatro Jinetes del Apocalipsis
cruzando el cielo como anuncio de una nueva era de violencia.
Hoy he escuchado a un periodista decir en relación al problema con Catalunya en la misma cadena en
la que Francisco Lobatón ha contado su historia, que todo esto se arreglaba con “la cárcel”
y ha desvariado hablando de gulags y demás atrocidades políticas.
Los que hablan así son hijos o nietos de los
vencedores. No pegaron un solo tiro pero han disfrutado de los privilegios que
conlleva ganar una guerra a la brava e insisten una y otra vez en hablar de
la Revolución Rusa, de la presencia comunista en España durante la guerra y de
un millón de tópicos más.
Hubiera sido tan sencillo reconocer los crímenes
y las responsabilidades, dejar que las familias pudiesen reconstruir su
historia con las piezas que les faltaban, otorgar a los muertos en las cunetas
la dignidad que merecen.
Pero no estuvieron dispuestos a ello. Y
nosotros no pudimos elegir, preguntar o rebatir.
Y el discurso sigue. El parlamento está
paralizado por esa mayoría absoluta. Otros parlamentos autonómicos juegan al
mismo juego. Y mientras ellos juegan con nuestro futuro, nosotros nos apagamos
lentamente.
No hemos aprendido nada sobre las ventajas
del dialogo. Y a estas alturas no tengo mucha esperanza de que se logre.
Y por si alguien tiene alguna duda de porque
parece que se de lo que hablo, le confirmaré que es cierto, que se de lo que
hablo, que conozco demasiado bien a quienes no aceptaron su responsabilidad
ante el dolor causado.
Les conozco y ello me entristece y me desespera.
Les conozco y ello me entristece y me desespera.
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