Érase una vez un soñador que imaginó que las
ciudades, deberían ser más agradables para la gente que las vivía. Que por las
calles podrían circular trenes. Que los edificios debían construirse en forma
de cuadricula y que en el interior de esa cuadricula los vecinos cultivarían
hortalizas y cuidarían de sus jardines interiores y los más pequeños podrían
jugar libres y alegres.
De esta forma las ciudades serían más
acogedoras y sanas y humanas.
Decidió llamar a sus calles Ensanche (Eixample)
y a sus edificios en forma de cuadricula Islas (Illas).
Vivo en una de esas Islas, pero como ya
sabéis que soy diferente mi casa no tiene forma de cuadricula sino que es el
ángulo de un triángulo.
El edificio situado frente a mi casa, en la
isla interior, ha estado prácticamente deshabitado, durante casi tres décadas
ha estado descuidado y solitario y únicamente recibía las visitas de alguna
paloma despistada o de las golondrinas en primavera.
No conozco la razón, porque no suelo
preguntar por la vida y los milagros del resto del mundo, pero los propietarios
del edificio un buen día decidieron rehabilitarlo y alquilar los pisos.
Y a partir de ese momento mi vida ha
cambiado. No sabéis cuánto.
No necesito el despertador para saber que el
día empieza o mirar el reloj para saber que la noche llega.
Y no lo necesito porque cada piso
rehabilitado se ha convertido en un pequeño nido, en el que viven mis pequeñas
maravillas.
Justo frente a mi balcón viven las veteranas.
Son mellizas. Preciosas. Cuando llegaron eran muy chiquitas. Sonrisas, juegos y
mucha ternura. Han aprendido a pronunciar mi nombre con una cadencia que
reconocería entre un millón de sonidos de canciones.
Son mis perlas, mis preciosas. He aprendido a
contestar un millón de preguntas, a inventarme juegos, a jugar a Piedra, Papel
y Tijera, a cantar La Castañera cuando llega el otoño, a que me lancen besitos
al aire.
Me han cambiado la vida, son la banda sonora
de mi vida. No importa si el día es difícil no importa. Pronuncian mi nombre y
mi corazón se derrite. Me sonríen y veo el mundo a mis pies. Me lanzan un beso
de buenos días o buenas noches y la vida tiene sentido.
Son mis perlas preciosas, las más hermosas
criaturas, las promesas más tiernas de que en el mundo hay esperanza, la
certeza de que la vida, por muy extraña que parezca siempre se abre paso,
siempre continua.
Hace pocos meses que han llegado otras dos
maravillas bajitas, son mellizos, un niño y una niña, y juegan juntos con las
veteranas y me regalan sonrisas y besitos al aire, y ya han aprendido a decir
mi nombre.
Un piso más arriba espero que otra de mis
preciosas regrese de vacaciones…hace un mes que no la veo. Seguro que ha
crecido. Seguro que sonríe más si cabe.
En el último piso está el Profesor. Faltan
tres semanas para que cumpla cinco años. Su hermana ha cumplido dos meses. Son
mis otros despertadores, mis otras canciones alegres.
Ya no necesito el reloj para medir el tiempo,
ni quiero medir el tiempo porque tod@s ell@s lo hacen por mí. Ya no necesito
gafas para ver el mundo porque ellos me prestan sus ojos, claros y limpios. No
me interesan los grandes éxitos musicales, porque sus voces son la mejor
canción.
Espero y deseo que su vida sea maravillosa y
plena, que aprendan lecciones útiles, que sean felices, que sueñen, que sus
sueños se cumplan…
Porque gracias a tod@s ell@s mi vida tiene
colores pastel, canciones simples y risas a todas horas.
Mis perlas y sus amigos son un regalo…el
regalo más hermoso que me ha traído la vida.
OH! Caram, gràcies, Blanca. Que bonic.
ResponderEliminarAviso: falta menys d'una hora perquè les perles engeguin el dia a la nostra illa!