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martes, 17 de septiembre de 2013

VICTOR JARA.







Los medios de comunicación, (radio, televisión, prensa escrita) y actualmente las redes sociales, son una herramienta muy poderosa y útil para la difusión del trabajo de millones de personas en campos tan variados como la literatura, el cine, la música, la investigación científica…

No obstante no podemos olvidar que estos poderosos instrumentos también tiene una cara más incómoda que impide que el resto del mundo establezca una clara línea divisoria entre la imagen pública y la imagen privada.

Creemos que lo sabemos todo de quienes aparecen en los medios porque han publicado un nuevo libro o grabado un nuevo cd. Y no es cierto. Por suerte para ell@s.

En otras ocasiones el hecho de que tu rostro sea conocido se convierte en una ventaja. Especialmente cuando tu familia lleva días esperando a que regreses a casa, cuando sobre ti solo se conocen rumores, comentarios, conjeturas.

En el caso del cantautor chileno Víctor Jara, que su rostro y su voz fuesen muy conocidos resultó providencial para que su familia conociese lo que había sucedido con él, en las primeras horas del Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973.

 

ENSAYO DE UN GOLPE DE ESTADO

El Tanquetazo o Tancazo fue la sublevación contra el gobierno socialista de la Unidad Popular presidido por Salvador Allende, instigada por civiles del movimiento derechista Patria y Libertad del abogado Pablo Rodríguez Gres y liderada el 29 de junio de 1973 por el Teniente Coronel Roberto Souper del Regimiento Blindado nº2.

Llamada así porque se emplearon tanques y carros de combate pesados, la sublevación fue sofocada con éxito por soldados leales al Comandante en Jefe del Ejército, el general Carlos Prats que sucedió en el cargo a su amigo René Schneider en octubre del 70.

Schneider murió tras tres días de agonía a causa de las heridas que sufrió el 22 de octubre en una tentativa de secuestro por parte de un grupo de ultraderecha que pretendía evitar la elección de Allende en el Congreso Pleno.

Allende confirmó a Prats al mando del Ejército el 6 de noviembre y este como Schneider mantuvo el compromiso de que las fuerzas armadas debían obediencia estricta a la Constitución y las leyes. El ejército al principio se mantuvo tranquilo pero a medida que la sociedad chilena polarizó sus posiciones tomó partido.

Prats logró mantener la calma en el seno de las fuerzas armadas, intentó modernizarlas e incluso implicarlas en el proceso iniciado en el país.

Entre noviembre del 72 y marzo del 73 Allende llamó a Prats, su segundo Augusto Pinochet y a otros militares a participar en el gobierno a raíz de la huelga de camioneros, que protestaban por el proceso de nacionalización emprendido por el gobierno de Unidad Popular (coalición de partidos de izquierda que llevó a Allende a la Presidencia) y que paralizó todo el país.

Pero la tensión no dejó de aumentar y Prats protagonizó un incidente en una vía principal de Santiago en el que tras hacer uso de su arma reglamentaria, se salvó de morir linchado porque su chofer le rescató.

Aunque el Ejército aparentemente le apoyaba, la figura de Prats estaba tocada, tanto que durante los días que pasó en su domicilio aquejado de un proceso gripal varias esposas de militares se manifestaron delante de su casa.

En agosto del 73 Prats presentó su dimisión a Allende que en un principio la rechazó pero que acabó aceptando ante su insistencia, nombrando para el cargo a Augusto Pinochet el segundo de Prats, al que este recomendó por “su larga trayectoria profesional y por ser apolítico”. Los generales Mario Sepúlveda y Guillermo Pickering leales a Prats renunciaron en un gesto de solidaridad.

Tras el golpe del 11 de septiembre Prats fue prevenido de que grupos descontrolados le buscaban para asesinarlo y se refugió en Argentina en donde fue asesinado por la DINA el 30 de septiembre de 1974  junto a su esposa Sofía Cuthbert en el marco de la Operación Cóndor el en Argentina.

 
LEONARDO HENRICHSEN

El Tanquetazo se saldó con la detención y condena de varios oficiales del ejército implicados y la muerte de 22 personas, entre ellas el cámara argentino Leonardo Henrichsen.

Henrichsen fue enviado a Santiago de Chile para cubrir la información del país bajo la presidencia de Salvador Allende. Su primer trabajo junto al corresponsal Jan Sandquist fue sobre el paro de los camioneros en el 72 .

El 29 de junio del 73 mientras ultimaba una entrevista al senador comunista Volodia Teitelboim, Henrichsen escuchó los primeros disparos del Tanquetazo y salió a grabar por el centro de Santiago.

Mientras registraba imágenes de una patrulla militar en un cruce de calles a una manzana de distancia del Palacio de la Moneda, Henrichsen fue asesinado por el cabo Héctor Hernán Bustamante Gómez. Lo último que grabó Henrichsen con su cámara fue su propia muerte. La película revelada en secreto en un laboratorio argentino fue emitida el 24 de julio causando gran conmoción en Chile e impacto mundial.

La identidad de su asesino no fue conocida hasta 2005 cuando en el transcurso de la investigación llevada a cabo por el periodista chileno Ernesto Carmona este accedió al sumario del juicio celebrado por el Tanquetazo. Ese mismo año dos de los hijos de Henrichsen, Josephine y Andrés se querellaron contra Bustamante. Tras considerar una jueza que el delito había prescrito en 2006, la Corte de Apelaciones de Santiago ordenó investigar en septiembre de 2007 las muertes de Heirichsen y otros tres argentinos.

Bustamante falleció en 2008 cuando no había finalizado la investigación del caso.

11 DE SEPTIEMBRE DE 1973

En 2012 el programa La Mira de la cadena Chilevisión emitió un trabajo en el que se desvelaban detalles desconocidos del Golpe Militar en Chile liderado por el General Augusto Pinochet el 11 de septiembre de 1973.

Aunque el motivo central del programa era hablar de la muerte, del asesinato del cantautor chileno Víctor Jara, en el transcurso de este magnífico trabajo se ofrece una visión de las horas posteriores al golpe de estado que aumenta la sensación de tragedia, de dolor universal.

Víctor Jara es el hilo conductor que nos guía a través de un laberinto de muerte y venganza.

EL RECLUTA JOSÉ PAREDES

El primer recodo del laberinto es José Paredes Márquez, un joven de 18 años que en 1973 fue destinado a la Escuela de Ingenieros de Tejas Verdes de San Antonio en calidad de conscripto (recluta) del ejército chileno.

En el programa de Chilevisión, Paredes cuenta que “les levantaron a las 4 de la madrugada del 11 de septiembre y les pasaron armamento con balas de guerra. El general Manuel Contreras dio un pequeño discurso al tiempo que los camiones de la unidad encendieron los motores”.

Considerado como el único testigo presencial del asesinato de Víctor Jara, Paredes conoce las tramas internas que convirtieron el Estadio de Chile en centro de detención el 12 de septiembre de 1973.

Él y otros reclutas vivieron en primera persona lo que sucedió en aquel recinto, porque eran escoltas de los oficiales. Aquellas primeras horas marcaron las vidas de los prisioneros y de los reclutas obligados por sus superiores a actuar como custodios de los detenidos.

Una de las ordenes que recibió Paredes fue la de matar a una mujer “no sabía que le habían hecho, si la habían violado. Le ordenaron liberarla y a ella la empujaron a la calle. Un oficial le ordenó tres veces que le disparase, pero no tenía balas en ese momento y además se negó a hacerlo porque la mujer estaba embarazada. El oficial enfurecido salió tras la liberada y el recluta nunca supo si le disparó o al final la dejó marchar”.

La mayoría de los reclutas que participaron en aquellos hechos volvieron cambiados. Locos. En los cuarteles dormían aparte del resto de la tropa, encerrados, tal vez como se habían sentido en el Estadio de Chile, el primer centro de detención masiva de la capital chilena.

El creador de ese infierno fue el general Arturo Viveros Jefe del Comando de Apoyo Logístico y Administrativo del Ejercito (CAE) que encarga el mando al Coronel Mario Manrique Bravo.

El recluta Paredes del Regimiento de Tejas Verdes de San Antonio no olvida que los detenidos que llegaron al estadio “la mayoría eran muchachos, universitarios y que incluso encontró a cuatro de San Antonio, vecinos suyos que tenían ideas de izquierdas. Le preguntaron “Paredes ¿Qué pasó?” y el respondía “Ustedes sabrán están detenidos

UNIVERSIDAD TÉCNICA DEL ESTADO

El 11 de septiembre de 1973 el Presidente Allende tenía celebrar un acto en la Universidad Técnica del Estado en el que anunciaría un plebiscito para perfilar la continuidad de su gobierno. Eran momentos difíciles para el país. Inflación, mercado negro, falta de materias primas. Y lo peor división ideológica del país.  

Alumnos, profesores y funcionarios permanecieron en el interior del centro a pesar de que las noticias que llegaban no eran alentadoras.

Víctor Jara se encontraba en la Universidad Técnica en su doble faceta de miembro de la plana docente y artista puesto que tenía previsto actuar ante los allí reunidos.

Las autoridades de la Universidad, el rector y varios vicerrectores, profesores y administrativos analizaron la gravedad de la situación en el despacho del rector desde “donde vieron el bombardeo del Palacio de la Moneda”.

Cecilia Coll Jefa de la Unidad Artística de la Universidad se reunió con Víctor Jara en el momento en el que por resolución unánime unas 600 personas decidieron permanecer en el Centro. A medida que las horas pasaban la situación se hizo más tensa. La última vez que Jara habló con su esposa Joan fue para decirle que “aquí estoy y aquí me voy a quedar”.

Durante el encierro cantó para los que como él permanecieron en el interior de la Universidad.

 

12 DE SEPTIEMBRE DE 1973

A mediodía del 12 de septiembre un contingente de hombres al mando del Capitán Marcelo Mor Embrito (condenado por los innumerables crímenes que cometió como agente de la DINA, principal organismo represivo del régimen durante los primeros años) asaltó la Universidad Técnica. Vencida toda resistencia trasladaron a los encerrados al Estadio de Chile. Cuando llegan observan como ya han sido recluidas unas 3.000 personas, pero saben que la capacidad podría ser de unas 5.000.

 

EL PRINCIPE

Muchos de los testigos de aquellas primeras horas en el Estadio de Chile no han podido olvidar la figura siniestra de un oficial alto, rubio y de voz particular, al que apodaron El Príncipe y que para la mayoría es el ex teniente del Regimiento Blindado nº2 del Ejercito, Edwin Dimter Bianchi.

Un testigo cuenta que “un soldado raso pasea por una galería, cuando sin mediar palabra inicia un forcejeo con un detenido que trata de evitar que le golpee con el fusil. El soldado le pega un culatazo tan fuerte en la cabeza que se escucha el golpe y como se rompe la culata del arma

Es en ese momento cuando ven a El Príncipe por primera vez “corriendo por el pasillo con un fusil Máuser en la mano, al llegar al lugar del incidente, agarra el cañón del arma y golpea al detenido, que ya no se mueve más”. Algunos testigos creen que la víctima era Víctor Jara.

El Príncipe es el primer oficial que se dirige a los detenidos desde las graderías del Estadio, “les habla sin micrófono, pregunta a cada sección si le escuchan bien y cuando todos contestan que si añade “ah soy un Príncipe, tengo buena voz, tengo voz de Príncipe” por eso le adjudican cierta autoridad, se comporta de forma histriónica, actúa a rostro descubierto”.

Dimter que hasta el 11 de septiembre había permanecido en prisión, tras participar en el Tanquetazo junto a otros oficiales y el cabecilla del grupo Roberto S. Bonfrei, se sumó al golpe de Pinochet tras ser liberado.

Los detenidos pronto supieron de su historia “en algún momento contó que había estado preso, el motivo y que ahora le habían liberado. Se notaba que venía con mucha rabia, y la descargó en ellos durante su encierro”.

Su violencia verbal, psicológica y psíquica lo hizo inolvidable para los supervivientes. Sin previo aviso “cortaban la luz del estadio y empezaban a disparar advirtiendo que las ordenes que tenían era que si entraban fuerzas que intentaran liberarles primero les matarían y luego ya saldrían a combatir”.

HORROR SUBTERRÁNEO

Aunque parezca imposible, el verdadero horror no mostraba su cara real en las gradas, sino que se había instalado en los camerinos subterráneos, un lugar al que accedían los oficiales y contados reclutas como Paredes.

La marina podía tener a un detenido colgado desnudo, un día entero y los reclutas tenían que mirar porque les custodiaban pero no podían hablarles. Los detenidos en cambio sí que hablaban y les pedían que les pegaran un tiro para no sufrir tanto”

Basándose en estos y otros testimonios la justicia intenta cerrar algunos episodios y ha sido posible conocer el nombre de oficiales involucrados supuestamente no solo en las torturas sino también en el asesinato de Víctor Jara.

 

VICTOR JARA

Víctor Lidio Jara Martínez nació el 28 de septiembre de 1932 en San Ignacio (departamento de Bulnes, provincia de Ñuble, Biobío) Chile y murió el 16 de septiembre de 1973 a los 40 años, en Santiago de Chile.

De origen campesino Víctor aprendió a cantar y tocar la guitarra de la mano de su madre Amanda, un ama de casa amante de la música que además le animó a asistir a la escuela. Junto a sus hermanos María, Georgina (Coca), Eduardo (Lalo) y Roberto, el menor trabajó en el campo, hasta que la familia se trasladó a Los Nogales.

Allí la familia Morgado, proporcionó a Víctor como transportista en una fábrica de muebles hasta que a los 15 años falleció su madre. Su mundo cálido y lleno de música desapareció y siguiendo el consejo de un sacerdote ingresó en el seminario de la Congregación del Santísimo Redentor.

Jara afirmaba que tomó la decisión tras meditarlo mucho, y que probablemente lo que buscaba en la Iglesia era el consuelo que había perdido tras la muerte de Amanda. Pero dos años más tarde abandonó el seminario, con notables conocimientos en canto gregoriano y la interpretación de la liturgia. El siguiente paso fue cumplir con el servicio militar.

A los 21 años recién licenciado ingresó en la Universidad de Chile en donde empezó a recopilar material folclórico, a estudiar dirección teatral, formó parte de una compañía de mimos y conoció a la artista Violeta Parra que le animó a seguir el camino emprendido.

Tras un duro trabajo y mucho tesón, sin rendirse en momentos tan difíciles como tener que dormir a la intemperie cerca de la Universidad porque no tenía dinero, empezó a dirigir obras, a grabar sus primeros temas, a viajar con diversos montajes teatrales por todo el continente.

Empiezan a llegar los reconocimientos, los galardones, los premios. En medio de esa actividad incesante, conoce a Joan Turner su profesora de expresión corporal, una bailarina británica, divorciada de un actor chileno madre de una hija, activista política.

Llega el cambio político en Chile y Jara se implica como solo él sabía hacer. Su voz, su poncho, la guitarra española y unas manos delicadas que suavemente desgranan notas llenas de compromiso se convierten en la imagen más recordada por Chile, por el mundo.

 

EL INFIERNO EN LA TIERRA

Muchos detenidos cuentan lo que sucedió en el Estadio de Chile, lo que le sucedió a Víctor Jara.

Alguien le ve “sentado en una silla entre dos puertas, con una herida en la frente y gotas de sangre”.

Paredes fue testigo de las primeras sesiones de tortura a que fue sometido Jara.

Cuando llegó estaba bien pero luego empezó el interrogatorio. Al principio se comportaron como caballeros, porque el hombre aquel, por lo que ahora se, tenía su nombre, su cartel, pero fueron subiendo de tono”.

Como Jara no ofrece las respuestas deseadas los primeros interrogadores dicen a Paredes que más tarde “los jefes lo trabajarán psicológicamente. A este extremista hay que sacarle la información, sabemos que harán un ataque aquí y lo tiene en la cabeza. A este hay que matarlo nomás”.

Entre cuatro y cinco oficiales le torturan. Algunos de los testigos afirman que fue El Príncipe quien le separó del resto para llevarlo al subterráneo y torturarlo. Por eso siempre se apunta a El Príncipe como el homicida que presume de su trofeo ante otros oficiales que llegan al Estadio.

Las torturas son atroces: golpes, patadas, le pisan las manos, le abren la cabeza. Pero Jara no responde y lo peor, no deja de sonreír y eso les hace perder los estribos.

Durante unos instantes alguien requiere a los oficiales en las gradas y Jara queda sin vigilancia. Otros detenidos le limpian la sangre y le dan agua. Alguien ha conseguido un huevo crudo y se lo ofrece. Otro detenido le presta una chaqueta porque Jara tiene frío. Con serenidad pasmosa con entereza, dice a sus compañeros, que sabe que “de esta no salgo”

Otros dos detenidos saben que gracias a sus contactos saldrán en breve y se ofrecen para llevar mensajes del resto de compañeros de infierno.

Víctor Jara escribe un último texto. Los oficiales regresan y empiezan de nuevo. Alguien puede coger al vuelo la libreta con los mensajes de los que probablemente no saldrán de allí.

Los detenidos notan que los militares están agitados. Han llegado nuevas órdenes. Los prisioneros que continúan con vida serán trasladados al Estadio Nacional de Chile.

Se forman filan lentas y amargas. Van saliendo custodiados. Cuando la última fila está a punto de abandonar el estadio, alguien recibe otra orden y recorre el pasillo en busca de tres hombres: el médico personal de Allende, Littré Quiroga abogado y director de Prisiones y Víctor Jara. Su destino ha sido decidido en un consejo de guerra celebrado a escasos metros del Palacio de La Moneda.

Es la última vez que le verán con vida, la última vez que se enfrentará a sus torturadores.

El informe forense elaborado en 2009 confirmó que Víctor Jara había recibido no menos de 49 impactos de bala en cabeza, abdomen y extremidades superiores e inferiores, así como numerosas lesiones producidas por el impacto de diversos objetos. La causa de su muerte se establece como dos disparos efectuados en la cabeza desde la parte posterior.

El recluta Paredes que es considerado oficialmente el responsable de este disparo mortal y por ello fue condenado, cuenta también que “incluso llegaron a jugar a la ruleta rusa antes de acabar con él”.

Pero los nombres de los oficiales que aparecen en los informes elaborados tras recoger diferentes testimonios, conforman una lista de no menos de cinco responsables de la tortura del cantante.

 

AMANECER DEL 16 DE SEPTIEMBRE.

Un par de vecinas de la zona confiesa que “nunca sospechamos que podía haber un golpe. Sí que la derecha podía hacer algo…Y la derecha acabó tirando cadáveres a la muralla del cementerio.”

En la mañana del 16 de septiembre observan que en un costado del muro del cementerio metropolitano del lado de poniente, cerca de Américo Vespucio con Avenida del Ferrocarril, han abandonado cuatro cadáveres, bocabajo. Lentamente se acercan y les dan la vuelta. A pesar de la sangre y la tierra y los golpes, reconocen a uno de ellos. Es Víctor Jara.

Las mujeres avisan a las autoridades y los cuerpos son recogidos y llevados al Instituto Médico Legal.

 

HECTOR HERRERA.

EL HOMBRE QUE PERMITIÓ QUE VÍCTOR JARA

NO MURIESE DOS VECES.

 

El 11 de septiembre de 1973 Héctor Herrera de 23 años es funcionario del Registro Civil. En esos días es destinado al Instituto Médico Legal para registrar a los fallecidos.

Herrera cuenta en el programa de Chilevisión que “se abren las puertas y entramos en el infierno. A mano derecha había una puerta que de vez en cuando se abría y entraba un camión y echaban al suelo los cuerpos de adultos, personas de edad, hombres maduros, jóvenes, muchos jóvenes. Eran nuestra gente. Había un grupo numeroso que no conté, pero podían ser 25-30 personas. Le pregunto al director de Instituto Médico Legal que estaba dando instrucciones “este grupo ¿lo inscribimos? Y me contesta, “no, no porque todos son extranjerosEstaban desnudos y rapados al cero”.

La descripción de Herrera, asignado como dactilógrafo del registro civil para tomar huellas de los muertos que llegaban, corresponde al interior del Instituto de Medicina Legal de Santiago los días posteriores al golpe.

 Ese era el estacionamiento. Normalmente allí entraban ambulancias o carrozas para dejar o retirar cuerpos. No eran las salas de la morgue propiamente dicha. Porqué ahí había pasillos a los que fui y vi más adentro en los pasillos y en las mesas de autopsias muertos amontonados. Un cuerpo hacia arriba y otro hacia abajo y el médico tenía que pasar entre otros cuerpos que estaban en suelo también. En las escaleras, a la orilla de las escaleras. Contar era imposible”.

No existe un cálculo completo de cuantos cuerpos pasaron por ese registro. En el estacionamiento hay varios amontonados y uno llama la atención de un compañero de Héctor.

 Me llama y me dice “tenemos un compañero nuestro. Creo que es Víctor Jara”. El lugar estaba en penumbra. Veo los cuerpos y le digo “no creo se parece, no, no puede ser. Se parece pero no puede ser” Es que estaba muy lleno de tierra y llevaba una ropa que probablemente le habían prestado que no correspondía a la idea que teníamos del personaje tal y como le habíamos visto en televisión. Le tomé las huellas y una primera decisión. Escondo esa ficha en la camisa. Luego me reúno con una funcionaria amiga en el registro civil para confirmar la sospecha. Le digo “sobre la mesa te voy a pasar una tarjeta que yo creo, estoy casi seguro que es Víctor Jara, tienes que confirmármelo y hacerme el gran favor de no decirlo a nadie”. Y se va y cosa de 10 minutos vuelve al lugar de trabajo donde yo estaba con otras fichas y me dice “la ficha que esta abajo es la de él, no hay ninguna duda, es él”.

En una ciudad sitiada por los militares Herrera conserva la cordura porque “a mis 23 años tan joven soporté ese trabajo porque decidí que eran mi gente que los que ahora estaban muertos habían estado conmigo el 4 de septiembre manifestando en La Alameda. Eran gente mía. Y yo los tomaba con ternura, la más posible que pudiera darles. Era la primeva vez que tenía contacto con cuerpos sin vida. Pero pensaba que a esa gente alguien la estaba esperando padres y niños gente que les estaba esperando en Santiago y que yo tenía una responsabilidad”.

Héctor ahora piensa en Joan Turner la esposa de Víctor Jara. Ella es una de las personas que espera porque nunca imaginó que lo mataran sino que lo liberarían. Y decide buscarla.

En la ficha de dactilografía ponía que estaba casado con Joan Alice Turner Robert. Yo memorizo el nombre y hablo con una amiga que consulta la letra T y saca la ficha de Turner Robert, Joan Alice y confirmo que la dirección es la misma”.

El 18 de septiembre de 1973 Héctor va a casa de Joan que estaba sola con una amiga junto a sus dos hijas pequeñas.

Ella cree que he salido del Estado. Por primera vez en mi vida tengo que dar una noticia difícil la muerte del ser querido. Y para Joan no era el personaje, el autor, para ella era el marido el hombre de la casa. Le anuncio la muerte de su marido, que está en la morgue. Reacciona con gran emoción, llora en mis manos tratando de ocultar esa pena a sus hijas que están arriba de una escalera. Se repone y sube arriba. En ese momento tomo la decisión de ayudarla”.

EN BUSCA DE VÍCTOR JARA

 Herrera trata de preparar a Joan para lo que vendrá después. “Antes de nada yo le hago una descripción del lugar en donde la iba a hacer entrar. Le digo que primero debe decidir ella porque tiene dos hijas y está sola y que adonde yo la voy a llevar lo haré clandestinamente. Le describo todo el infierno: que tendremos que saltar por encima de cadáveres antes de llegar al lugar donde esta Víctor, que verá mucha sangre, pedazos de cerebro en el suelo porque hay gente que recibió un balazo potente y tiene la cabeza abierta. Le describo el infierno a una mujer que va a buscar a su marido. Y además le digo que no tendrá el derecho a llorar o gritar cuando lo vea”.

 

EL VIAJE AL INFIERNO

Joan Turner atiende las palabras de Héctor Herrera y le dice que está preparada.

Ambos viajan de regreso al Instituto Médico Forense. Acceden a las instalaciones a través de una puerta lateral. Herrera la guía hasta el lugar en el que ha visto el cuerpo de Jara. Cuando llegan no está.

Herrera se arma de valor y pregunta a un funcionario que le responde que han trasladado los cuerpos a la segunda planta.

Joan sube las escaleras sorteando cadáveres mientras Herrera busca la nueva ubicación de Víctor.

Le encuentran. Herrera sale al pasillo para vigilar que nadie les moleste. Joan se queda con Víctor. Abraza el cuerpo, le besa, limpia el rostro manchado de tierra, intenta arreglar la ropa que lleva. Y llora en silencio.

Instantes después un compañero de Herrera les ayuda a cumplimentar los trámites pertinentes. Joan compra un ataúd y entre los tres lo suben a una camilla de pompas fúnebres. Salen del recinto y Joan hace que un camión militar cargado con más cuerpos ejecutados se detenga y ceda el paso.

La comitiva fúnebre tan solo tiene que caminar 50 metros para llegar al cementerio. El sepulturero les indica un nicho vacío. Entre Herrera, su compañero y el sepulturero suben el ataúd donde reposa Víctor Jara.

Cierran el nicho y el sepulturero acompañado de su esposa roba una corona de otro lugar y la coloca en el nicho.

Herrera está a punto de romperse y Joan le dice que no es el momento que deben recordar a Víctor lleno de vida, cantando, componiendo.

 

 
EPILOGO

Tras identificar y enterrar a su esposo Joan Turner marcha al exilio con sus dos hijas. Instalada en Londres deja de llamarse Turner de Jara y adopta el nombre de Joan Jara que le asigna el gobierno británico.

Se convierte en activista contra el gobierno militar e intenta que la justicia chilena aclare las circunstancias de la muerte de Víctor Jara. Es en 2009 cuando se reactiva el caso al ser arrestado el autor material del crimen pero no el autor intelectual.

En ese año se exhuma el cuerpo de Víctor Jara y se envían muestras de tejido a un laboratorio austriaco que confirma la identidad del cuerpo enterrado. Al mismo tiempo se realiza un informe forense completo que determina el número de lesiones que presenta el cuerpo y la causa de la muerte.

Tras este proceso se celebra un velatorio y un entierro multitudinario.

El 3 de marzo de 2009 la Cámara de Diputados de Chile aprueba la moción que concedió la nacionalidad chilena por gracia a Joan Jara y en junio la presidenta Michelle Bachelet (que ha emprendido una segunda aventura electoral por la presidencia del país) le entrega de forma oficial la nacionalidad chilena.

 

Cuando Chilevisión entrevistó a Héctor Herrera este vivía en Francia.

Por su parte José Paredes y la gran mayoría de los reclutas que se vieron envueltos en aquellas circunstancias viven en permanente estado de shock por lo que hicieron. Muchos son consumidores de droga o alcohólicos.

Paredes confiesa que lo que sentía era “impotencia por no poder pegar un tiro a los oficiales que estaban cometiendo aquellas atrocidades”.

 

Las declaraciones de Paredes son una excepción, porque el resto permanece en silencio por miedo a que la justicia les castigue y especialmente por miedo al rechazo social.

La desaparición de Víctor Jara fue la declaración silenciosa del régimen militar de lo que depararía el futuro al pueblo de Chile.

En cierta forma Víctor Jara es la otra cara del espejo de Federico García Lorca.
No creo necesario recordar como acabaron las cosas aquí ni cuál ha sido la proyección de aquel desastre, aquel genocidio en el futuro que es nuestro presente.

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