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sábado, 5 de octubre de 2013

AFRICA-EUROPA//MEDITERRÁNEO-LAMPEDUSA-SICILA


 
Le ha llevado su amigo porque es quien tiene el contacto con esa gente.

Aunque son las doce del mediodía, el sol es abrasador y la luz cegadora en el exterior, en el interior del local todo está oscuro.

Al fondo, al final de un pasillo, una puerta se abre y se cierra cada media hora. Una puerta por la que entran algunos de los que esperan sentados a las mesas sucias y viejas del local.

Está sudando y eso le convierte en objetivo de las moscas que zumban sorteando motas de polvo y olores rancios.

Intenta pasar desapercibido. No quiere que los que le esperan se enfaden y le dejen en tierra.

La puerta del final del pasillo se abre de nuevo y sale una mujer joven, lleva a un niño de la mano. Cuando pasa por su lado se da cuenta de que está embarazada. El niño, lleva un osito de tela cogido de un brazo.

Un tipo alto, fuerte, robusto con un cuello tan grande que le recuerda el de los bueyes que emplean en su pueblo para arar la tierra llega a su mesa.

No le habla, se limita a señalarle con la cabeza e indicarle que se levante.

Le acompaña a la puerta del final del pasillo. Se detienen y el hombre fuerte golpea suavemente la puerta con los nudillos. Alguien desde el interior ordena que pasen.

La habitación es un almacén reconvertido en despacho. Sobre las paredes se amontonan cajas de bebida, estanterías sucias y herrumbrosas repletas de latas de carne y fruta en conserva, que acumulan polvo y cuya fecha de caducidad está más que pasada.

En el centro una mesa atestada de papeles y un hombre sentado fumando un puro. Con un gesto preciso le indica que se siente. Y él obedece. Se siente como un roedor ante una serpiente.

Él saca de una bolsa de plástico un sobre abultado. Contiene sus ahorros, los ahorros de parte de su familia, su último sueldo.

El hombre lo coge y lo abre. No lo cuenta. No necesita hacerlo porque sabe que no le engañará. Si lo hiciese, él y todos los que han participado en la colecta para obtener una cifra de dinero tan elevada, estarían muertos antes de que el hombre del despacho acabase de chasquear los dedos.

El hombre del despacho cierra el sobre y se lo entrega a “cuello de buey” que se ha situado detrás como si fuese un guardaespaldas.

“Cuello de buey” lo deposita en el interior de una caja fuerte situada en una de las paredes.

El hombre del despacho le entrega un papel y le dice que se aprenda lo que hay escrito de memoria y luego queme el papel. Si alguien ve el papel, si ese papel acaba en manos de la policía, perderá su dinero, se quedará en tierra y morirá.

Otro gesto preciso y “cuello de buey” sale de entre la sombra y le acompaña a la salida, por el pasillo, regresan al bar y allí se repite la coreografía. En esta ocasión es otra mujer la que capta la atención del guardaespaldas.

Cuando sale , el sol le ciega, no ve bien. Parpadea con rapidez, se seca el sudor de la frente con el dorso de la mano y cruza la calle con cuidado. En la terraza de otro local, su amigo le espera. Se sienta y pide un refresco. Le da las gracias por ponerle en contacto con el hombre del despacho. Charlan animados. Esta noche cenará en casa de su amigo. No puede pagar un hotel, una pensión. Y si duerme al aire libre la policía puede detenerle. Por eso su amigo le ha invitado a cenar y dormir en su casa.

La cena ha sido agradable. La esposa de su amigo es una buena cocinera y una mujer encantadora. Su amigo le ha prestado ropa limpia y la mujer ha lavado y tendido la suya para que pueda ponérsela.

No puede dormir en toda la noche. El canto de los grillos le parece más fuerte, el olor de las flores más intenso, la luz de la luna másbrillante. Poco antes del amanecer se queda dormido. Con una palabra en los labios, futuro.


 
 
Hace frío, mucho frío. Y no hay luz. Es luna nueva. Se ha escapado de la bodega. Él y casi doscientos más viajan hacinados en la bodega del barco.

Son los que menos podían pagar al traficante por el viaje. Los que más pagaron han viajado en la cubierta de aquella cafetera. La mayoría no sabe nadar, nunca vieron el mar antes del día en que empezó la ruta al infierno. Entre los que viajan en cubierta reconoce a la mujer que vio en el bar y con ella está el niño que sigue abrazado al osito de tela.

Hace horas que deberían haber visto la costa de Sicilia. Pero el motor se paró justo cuando empezaba a anochecer. Por el frío que hace, que se le ha metido en los huesos, calcula que la madrugada está muy avanzada. Probablemente el sol no tardará en salir. Si mantienen la calma y el barco resiste un poco más, tal vez les vea alguna embarcación de pesca y dé la alarma.

El capitán de aquella ruina flotante ronca profundamente. Como cada noche, se ha emborrachado. Y por eso como cada noche él ha aprovechado para escaparse de la bodega.

Uno de los pasajeros privilegiados le ha reconocido y en silencio con un movimiento de cabeza le invita a que se siente junto a él.

Se conocieron el primer día del viaje. El día en que empezó la pesadilla. A pie, atravesaron el continente. Caminaron de noche y se ocultaron de día. Los más fuertes ayudaron a los más cansados.

A medio camino se les unió un grupo de individuos que no dejaron de molestar a las mujeres. No les importaba si estaban embarazadas. Las acosaban como depredadores que persiguen e intentan cansar a la presa. Un día cuando amanecía y se acercaban al lugar en el que descansarían hasta que llegase la noche, se percató de que una de las mujeres y su hijo no estaban en el grupo.

No hizo preguntas pero aguzó el oído. Y en las noches siguientes mientras caminaban por el desierto, escuchó palabras, las recogió, las hilvanó y pronto tejió la historia que faltaba en el grupo.

Los depredadores habían apartado a la presa y la habían matado no sin antes someterla a todo tipo de abusos y torturas. El hijo de la víctima intentó defenderla, pero era tan pequeño, tan débil que lo quebraron como a una ramita seca.

Cuando acabaron echaron los cuerpos a un pozo en el que descansaban las victimas de otros viajes.

Tardaron más de dos semanas en llegar al puerto donde les esperaba el barco y allí pasaron otra semana, escondidos en almacenes abandonados. Ni la policía ni el ejército pasaban por allí. Era obvio que sabían lo que pasaba y era más obvio todavía que todos ganaban mucho con aquel tráfico de almas y sueños.

Finalmente subieron al barco y comprendieron que no sería fácil llegar a su destino. Que muchos morirían en alta mar, que muchos más llegarían a tierra pero serían capturados, que otros tantos deberían luchar como nunca lo habían hecho para sobrevivir en una tierra hostil.

El hombre de cubierta le despierta. Está asustado. Habla deprisa. Él cree que el capitán ha descubierto su escapada. Pero no es por eso. En cubierta se ha desatado otra vez el infierno. El fuego consume rápidamente aparejos y otros materiales.

El capitán ha despertado de golpe de su borrachera.

Aunque no saben nadar la mayoría se lanza al agua. El agua negra y fría se los traga.

Todavía no ha saltado. Intenta bajar a la bodega y ayudar a sus compañeros para que salgan a cubierta y tengan alguna posibilidad de sobrevivir.

El fuego no se apaga. El barco se mueve como si estuviese en medio de una tempestad pero el mar está en calma. Es el terror de los que no han tenido el valor de saltar al agua.

Cerca ven luces rojas y blancas que dibujan siluetas. Son barcos de pesca. Pero por más que griten, por más que el fuego pueda verse claramente, nadie les hace caso, nadie se acerca, nadie les presta ayuda.

Cuando el fuego ha ganado la partida, el barco empieza a quejarse. Es un sonido espantoso que sobresale incluso por encima del coro de lamentos y terror que forman los que luchan por su vida en el agua.

El barco ha empezado a hundirse. Él no sabe nadar. Él sabe que esa es su última noche en la tierra.

La madre y el niño que sigue aferrado al osito de tela están en un rincón paralizados de terror.

En un último instante de lucidez agarra un trozo de madera y coge al niño y lo ata con un trozo de cuerda que ha resistido al fuego. El barco se ha hundido tanto que nota el agua a la altura de la pantorrilla. Deposita al niño en el agua e intenta impulsar la madera para que se aleje del barco.

Los gritos y lamentos van cesando lentamente. La madre del niño le mira y ambos asienten. No dejan de mirar la madera que se aleja con el niño atado. Para ellos es el final, pero para él con un poco de suerte puede significar el futuro.

Las primeras luces del alba muestran a las tripulaciones de los patrulleros una visión difícil de olvidar. Cuerpos que flotan. Restos de madera. Una mancha de combustible.

Es la suma de instantes de terror congelados en el tiempo. Muchos hombres. Varias mujeres. Algún niño.

Empiezan las tareas de rescate. Agarrados a algún madero o alguna pieza del barco, encuentran a más de 80 supervivientes. Les suben a bordo les llevan a puerto. No hablan, están helados, la mirada perdida y muerta. Los sanitarios les examinan. Otros voluntarios les ofrecen mantas y líquidos calientes.

Los siguientes equipos de rescate ya no traen supervivientes. Solo bolsas herméticas que contienen cuerpos sin vida, sin sueños, sin memoria.

A media mañana la tripulación de una patrullera, escucha un golpe sordo en el costado del barco. Cuando acuden a ver que sucede, descubren asombrados, que es un madero, al que alguien ha atado a un niño de corta edad, tres o cuatro años. Está inconsciente.

Con cuidado izan el madero y lo depositan en cubierta. Desatan al pequeño y le llevan al camarote del capitán.

El sanitario de la patrulla confirma que el niño está débil pero vivo. Le aplican oxígeno, buscan una vía y le colocan un catéter para empezar a hidratarle con suero.

Desde la sala de comunicaciones, informan al puerto del hallazgo.

Las autoridades rápidamente lo comunican a los que participan en las tareas de identificación de vivos y muertos.

Se hace el silencio. Un sollozo desconsolado que se transforma en llanto profundo rompe el instante.

Es la alcaldesa del pueblo que ha participado desde el primer momento en las tareas de rescate.

Su resistencia, su fuerza como líder, la necesidad de aparentar eficiencia ante el grupo, se ha roto.

Porque han encontrado a un niño, vivo.

Nadie dice nada, nadie puede hablar.

Solo se atreve un viejo pescador. “Bueno no han sido los primeros. ¿Recordáis 2009? También eran muchos” escupe al viento y continua “el día que estas pobres almas decidan salir a la superficie, podremos llegar a África a pie. Son demasiados, demasiados…” y se aleja del puerto con paso cansado e irregular. Lleva tanto tiempo en el mar que no sabe andar en tierra firme.

Se aleja murmurando “son demasiados, demasiados…y a nadie parece importarle…ahora todos se rasgaran las camisas y hablarán de estos pobres durante unos días…y luego…nada…a  esperar el próximo desastre…son demasiados, demasiados…”

EPILOGO

El sábado 5 de octubre de 2013 la prensa informaba que...

Mientras los muertos se amontonan en un puerto de la isla italiana de Lampedusa y los supervivientes no pueden, no podrán olvidar la tragedia, la Europa de la Colonización levanta la cabeza por un instante.

El viernes 4 de octubre de 2013 el Primer Ministro italiano Enrico Letta anunció solemnemente que los muertos (por el momento 58 hombres, 49 mujeres y 4 niños) recibirían la nacionalidad italiana.

Les han asignado un ataúd, un número (ha resultado imposible identificarles) y un trozo de tierra consagrada en los cementerios de Sicilia. Descansaran en paz. Eso si, como italianos, como europeos.

Los supervivientes adultos, 114, se enfrentan a un delito de inmigración clandestina, que puede ser castigado con una multa de hasta 5.000 Euros y la expulsión del país.
 
Algunos pescadores que si acudieron a socorrerles, también se enfrentan a penas serias tras la aprobación en 2002 de una ley, por insistencia de La Liga Norte, que califica estas acciones de socorro como complicidad "de la inmigración ilegal".


El ayuntamiento de Roma anunció que dará cobijo a los 155 supervivientes.

Pero aun quedarán más de 1.000 que llegaron a Lampedusa un día antes del naufragio. Viven en el centro de detención, hacinados en barracones, situados en el extremo opuesto de la isla al que los turistas acuden para disfrutar del sol.

Los habitantes de Lampedusa desfilaron con una cruz construida con restos de un naufragio y han hablado claro a los políticos: "Todos sabéis que habrá más muertos. Así que los próximos os los llevaremos a las puertas del Parlamento. Nosotros queremos acoger a los inmigrantes vivos no muertos"

La alcaldesa Giusi Nicoli escribió a la Unión Europea: "¿Cuán grande tiene que ser el cementerio de mi isla?".

En los últimos 20 años se calcula que más de 8.000 personas han muerto frente a Lampedusa.

Escultura submarina, en la Isla de Grenada, en honor a los antepasados de los habitantes de la isla que fueron lanzados al mar desde barcos negreros durante la mitad del llamado Holocausto Africano.
 

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