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lunes, 7 de octubre de 2013

DESDE EL CORAZÓN.




Cuando era niña un par de veces a la semana las alumnas de mi escuela cruzábamos una pequeña plaza y pasábamos la mañana en la iglesia de la parroquia cercana confesando nuestros pecados.

Mientras esperábamos nuestro turno sentadas en los bancos del templo intentábamos ser muy creativas y elaborar una lista de faltas y pecados dignos de la absolución más efectiva.

No hago burla o mofa de las creencias de nadie, ni pretendo ridiculizar uno de los pilares del cristianismo. Simplemente creo que coincidiréis conmigo en que  resulta difícil que niñas de siete u ocho años hayan cometido pecados tan espeluznantes que las condene al infierno si no los confiesan y su alma es limpiada por medio de tan beatifico proceso.
Así elaborábamos un larga lista de "pecados" que imaginábamos que serían del agrado del confesor.

Años más tarde (antes de sufrir una crisis personal que me alejó de la iglesia pero no de mis creencias y convicciones)  mi padre me contó que si un día quería comulgar pero no me daba tiempo a confesar mis faltas que podía prometer de corazón que comulgaba previo “acto de contrición”, arrepentimiento sincero ante Dios.

Un día de abril de 1998 mi vida experimentó otra vuelta de tuerca. En esta ocasión fue más que una crisis. Fue una crisis de las que hacen que gires y gires y finalmente se asiente e intentes cambiar muchas cosas.

Y ese fue el momento en el que recuperé la memoria y me planteé que el camino para cambiar la vida que no me gustaba, era el que mi padre me enseñó, la contrición.

Fue un largo camino. Es un largo camino. Todavía lo estoy recorriendo. Me he caído miles de veces. Me caeré muchas más. Me he levantado miles de veces. Espero levantarme muchas más. Y lo más importante es que no lo haré sola.

La decisión más importante que tomé fue la de trabajar un aspecto que con la prisa y lo que llamamos prioridad, olvidamos.

Dedicar en cualquier momento palabras amables a la gente que me importa. .

Programamos todas las cosas importantes de la vida y olvidamos que la espontaneidad es algo muy hermoso y divertido.

Compramos regalos y los entregamos en fechas señaladas. Cumpleaños, santos, Navidad…pero ¿Por qué no podemos regalar una pequeña cosa, algo sencillo que no sea caro un momento cualquiera de un día cualquiera?
El valor de lo que regalas no está marcado en la etiqueta que le asigna el dueño de la tienda.

El valor lo marca la sonrisa de sorpresa de quien lo recibe, el brillo en sus ojos, el ligero temblor en las manos al desenvolverlo.

No necesitamos que sea un cumpleaños o un santo o la Navidad para que alguien que nos importa sonría. Unas flores, una poesía, unos caramelos…algo que le recuerde lo mucho que nos importa y que cada mañana nuestro corazón se alegra cuando pensamos en él, en ella.

A algunas personas por cuestión de distancia resulta imposible, por el momento, hacerles llegar un regalo.

Pero son gente que te importa con la que cada día compartes sonrisas, risas, bromas y momentos agradables. Que te ayudan de miles formas. Y que si un solo día no cruzas una palabra con ellos, con ellas, a pesar de que comprendes que todos tenemos obligaciones y trabajo, sientes un pequeño pellizco en el alma y les añoras.

 
 

Ese fue mi acto de contrición. Decir lo que pienso desde el fondo del corazón. Demostrar afecto, reconocimiento y respeto.

Pero como dice el refrán “estamos tan hechos a perder, que el ganar nos da extravío” acostumbrado a pasar desapercibidos, a que no reconozcan nuestros méritos, si nos dedican una palabra amable no sabemos qué hacer y de inmediato pensamos que no la merecemos.

La reacción es tan rápida como la que mostramos cuando en una reunión al aire libre, alguien nos lanza una pelota y la recogemos instintivamente, lanzándola de nuevo a ciegas, como si nos quemara. Hemos olvidado jugar, disfrutar, sentir.

Ahora sabéis porque me gusta dedicar palabras amables a quien realmente me importa. Palabras cálidas. Y no me importa si provoco que os ruboricéis. Y desde luego no pretendo haceros sentir incomodos. Solo os pido paciencia. No conmigo. Con vosotros. Merecéis todo lo bueno que os pueda pasar, todo lo agradable, cálido y tierno que el mundo os ofrezca. Así que disfrutad el momento.

Sois amables y generosos. Por tanto…que menos que devolveros la amabilidad y la ternura.

Un día aprendí en una sala de reanimación de un hospital que la vida te ofrece en contadas ocasiones una segunda oportunidad e incluso puede que una tercera.

Ese día, por si no tenía una tercera oportunidad, decidí que no esperaría a la siguiente crisis para decirle a la gente que me importa lo mucho que me importa.

El camino todavía no ha acabado porque sigo viva afortunadamente. Caeré y me levantaré. Y no estaré sola. Y cada vez os daré las gracias. Y no es necesario que me las devolváis.

No es lo que pretendo. Será como los regalos. No obligan a nada y hacen felices por igual a quien los recibe y a quien los hace .

Dejaros regalar, dejaros querer, dejad que os abracen, dejad que la vida os sorprenda…

Si alguien os dedica una palabra o varias palabras amables y dulces no os sorprendáis. Aceptadlo.

Será como

tomar una taza de chocolate caliente en un día de lluvia

meterse en la cama bajo las mantas en una noche de invierno.

el roce de un beso robado

hacer el amor lenta y apasionadamente

Será
todo lo que vosotros queráis que sea.

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