Asisto en este momento a un “sesudo” debate
televisivo y estoy intentando encontrar un hueco en la estructura de mi
televisor para llegar al plató en el que se perpetra este continuo lanzamiento de
ideas que en la mayor parte de los casos son un claro insulto a la inteligencia
y la dignidad de las personas que son la base de este país.
Recuerdo que hace dos años cuando se
convocaron elecciones generales comenté a mis alumnos de radio en la clase de
informativos que hacer el seguimiento de la campaña electoral y sacar
conclusiones de los programas electorales presentados por los partidos,
dependía totalmente de información que ofrecieran los medios de comunicación.
No es un secreto ni una leyenda urbana que
durante la dictadura la información sufrió una férrea censura propia de un régimen
militar puesto que es una verdad universal que la información otorga el poder absoluto
a quien la maneja y la distribuye.
Pero lo que resulta increíble (en mi modesta
y humilde opinión personal y profesional) es que en estos tiempos los medios de
comunicación se hayan erigido en juez y jurado con la excusa de que la
población quiere saber, debe saber.
Efectivamente debemos saber y queremos saber.
Pero yo preferiría enterarme de lo que sucede en primera instancia a través de
canales oficiales en un ejercicio de transparencia.
Transparencia. Gran palabra que enarbolan
unos y otros con cinismo, sin respeto alguno.
Y puesto que la transparencia en la gestión,
la sinceridad y la honradez entre otros términos parecidos que forman parte de
una larga lista de adjetivos que definen una gestión administrativa modélica no
son todo lo adecuado que sería deseable, nos contentamos con la información que
nos lanzan los medios.
La administración no ofrece transparencia en
un gesto paternalista y despectivo porque “el pueblo no está preparado para
comprender la verdadera dimensión de lo que es en realidad la política”. La administración
no ofrece transparencia porque debajo de las alfombras y en los armarios
podemos encontrar cadáveres de dimensiones impensables.
El cinismo de las administraciones alcanzan
cotas de tan difícil descripción: nos “protegen de la información” pero nos exigen
cada vez más sacrificios, nos penalizan únicamente por existir y recordarles su
incapacidad gestora y la imposibilidad de cumplir sus objetivos.
Cuando empieza una campaña electoral resulta difícil
conocer las diferencias entre programas de trabajo de los diferentes partidos.
No se trata de viajar al mayor número de
ciudades o pueblos posibles. Los candidatos se limitan a estudiar estrategias
en reuniones en la sede principal del partido. Más tarde los candidatos se
darán un baño de masas en mítines organizados en pabellones y lugares de gran
aforo ante los afiliados a su partido. Allí rodeados de banderas, luces
brillantes y demás parafernalia, serán arropados por sus compañeros, afiliados
y volantes.
Lanzaran grandes discursos a voz en cuello
(alguien debería darles clases de oratoria y dicción y pulir su soltura
escénica sin olvidar el estilismo) y se limitarán a repetir lo que quieren
escuchar quienes les votan y apoyan.
Cada medio acreditado en el mitin de turno
tomará nota, grabará los momentos de más intensidad y más tarde la cadena
previo proceso de troceado y regurgitado del material nos lo ofrecerán
puntualmente. Los medios escritos harán lo propio en sus ediciones de papel y
online.
Y la opinión pública si quiere enterarse
medianamente de lo que han prometido que harán se verá obligada a ver y
escuchar, leer y repasar todas las informaciones publicadas por todos los
medios. Más tarde lo aconsejable sería elaborar un esquema partido a partido,
puesto que los datos serán difíciles de seguir.
El motivo de tal proceso informativo
aparentemente caótico, empeora en función de la “orientación ideológica” del
medio que evidentemente responderá a la polarización que vive el país.
O derecha o izquierda. Nada más.
Así que comprender la realidad política y
social del país es un ejercicio de equilibrio y dificultad.
Los políticos se limitan a entonar el “y tu
más”, nadie acepta responsabilidades y al fin y al cabo los perjudicados los de
siempre, la base.
En el debate de hoy se han dicho salvajadas
de calibre difícil de medir especialmente por parte de los “informadores” que
defienden a pies juntillas la gestión del gobierno.
-Les parece que las quejas sobre el copago de
fármacos para tratar el cáncer o la hepatitis C entre otras enfermedades son
ganas de dramatizar.
-Les parece que la reforma de pensiones es
perfecta y que si los que tienen pensiones más bajas se sacrifican un poco no
pasa nada.
-Les parece estupendo que la sanidad pública
se trocee o “externalice”
-Les parece que los docentes y los padres no
han comprendido el espíritu de las propuestas de la nueva ley educativa
-Confirman que hemos salido de la crisis, que
vemos la luz al final del túnel.
-Dicen que la educación y la cultura son un privilegio no un derecho
-Se atreven a decir que quien cobra una renta mínima de inserción o una pensión no contributiva debería perderla porque así se motivaría para encontrar trabajo.
No se trata de que defiendan una ideología de
forma lógica y precisa. Se trata de un ejercicio de servilismo que produce
nauseas. Por lo menos a mí
Nos hemos quedado a ciegas. A la falta de
transparencia política e institucional hay que sumarle la falta de lucidez
informativa.
Eso sí se permiten actuar de juez y jurado,
creen que son Emil Zola o Woodward y Bernstein.
Lo que se considera periodismo de
investigación, es simple y llanamente oportunismo. Nada nuevo bajo el sol. Pero
les aplauden y se crecen y se lo creen.
Me
enamoré del periodismo viendo la serie Lou Grant.
Ahora
tal vez los argumentos resulten un tanto ingenuos.
Pero
me enamoré del oficio.
Me
enamoré de la radio viendo WKRP-Radio Cincinatti.
Y
seguiré enamorada de los dos pase lo que pase.
Por
cierto, soy radiofonista no periodista.
Por
si hay alguna duda.
Plumilla
con más devoción y oficio que título.
Pero
no me importa.
En
absoluto.
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