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martes, 1 de octubre de 2013

EL TÚNEL DE NIEBLA


 
Correrá como en un túnel de niebla
golpeándose con las paredes
 
Suena la alerta del móvil. Ha recibido un mensaje de whatsapp. Está en la cocina se seca las manos con cuidado. Echa un vistazo a la sartén y con la cuchara de madera mueve las patatas.

Él está sentado en el sillón con las piernas elevadas sobre una silla. Duerme tranquilo. Ha ido a primera hora al ambulatorio para una visita rutinaria con la doctora de cabecera. Hace una hora que ha vuelto, cansado y respirando con dificultad.

Ella se sienta y coge el móvil. Abre el mensaje. “Ya está hecho. Luego te envío el documento ampliado por email. Lo siento pero creo que cuando lo veas no te gustará. Hasta que veas el correo aquí tienes una muestra. Ya me dirás si quieres alguna modificación más o si es suficiente con esto. Cuídate. Un beso.”

Respira profundamente y expulsa el aire con suavidad. Por unos instantes mira el móvil, pero no lo ve. No ha querido bajar la imagen. No quiere ver el documento. No quiere hacer ruido. Él sigue dormido. Mejor. Siempre tiene ganas de hablar, no deja de hablar, de repetir las mismas historias una y otra vez y ella no puede más, hoy no puede más. Porque aunque no ha visto el documento modificado intuye, sabe perfectamente cómo será el texto. Y no puede, no quiere leerlo, no tiene fuerzas.

Deja el móvil sobre la mesa, se levanta y regresa la cocina. Mientras retira la sartén del fuego y continúa preparando la comida.

Cuando acaba de aliñar la ensalada, se quita el delantal y sale de la cocina. Comprueba que Él sigue dormido. Mejor. No podría responder a sus preguntas.

Entra en su habitación y se sienta en la cama. Coge las gafas del escritorio, se las pone y abre el móvil, whatsapp…su contacto…bajar imagen…y allí está…lee con atención el documento. Ya no cabe duda alguna. Una mezcla de pena y rabia la invaden.

Deja el móvil a un lado y aguza el oído. Nada. Sigue dormido. Abre el cajón inferior y busca un paquete de tabaco que tiene escondido.

Enciende un cigarro, aspira profundamente…y se pierde en sus recuerdos…

 

Es pequeña y la han vestido para “ir de visita” a ver a los “otros abuelos”. Sus padres están tensos. No sonríen. Esta vez papá no la coge de la mano y le permite dar sus pasitos cortos por la calle empedrada, ni detenerse en la entrada de cada casa, de cada patio para saludar a los vecinos.

Esta vez es un paseo diferente. La abuela le da un beso y le dice “pórtate bien y hazle caso a mamá”. El abuelo dice “no tengáis prisa”. Papá contesta “no abuelo, cuanto antes nos vayamos antes volvemos” “Pero hijo…” Ahora es mamá la que responde “Papá lo hacemos porque hay que hacerlo, pero como comprenderás…” y las palabras quedan en el aire, pero son tan pesadas que se estrellan en el suelo del patio y se las lleva el agua que cae de las macetas hacia el sumidero y de allí al río…lejos muy lejos.

No le gusta su vestido blanco ni sus sandalias nuevas y las trenzas le aprietan tanto que le duele la cabeza. El olor a colonia de limón la está mareando. Pero aguanta sin decir nada. Papá la lleva en brazos. Así van más rápido. Papá es un gigante y sus pasos grandes. Ella es tan chiquita, tan poquita cosa que se cansa pronto.

Llegan a una casa que no es como la de la abuela. Es un edificio. Les saluda mucha gente. Papá y mamá sonríen de forma forzada. A ella todo el mundo la besuquea y le dice que es muy rica, y muy bonita. Está cansada.

Suben tres pisos y se detienen frente a una puerta, que tiene clavada un dibujo con un señor muy guapo, vestido de azul y blanco. “¿Está malito?” “No hija, es El Sagrado Corazón”.

Al tercer timbrazo abre la puerta una señora vestida de negro y que les dice que pasen, con una voz que chirria tanto como la puerta. No le gusta la señora. Y esconde la cabeza en el cuello de papá.

Mamá va detrás. En un momento le pasa la mano por el pelo, suavemente. Está más tranquila. Ahora sabe que papá y mamá no la dejarán allí.

Llegan a una salita que huele raro. Ella arruga la nariz, su nariz chiquita. Nunca ha olido algo así. No le gusta.

En el centro de la salita hay una mesa redonda, a la que está sentado un señor muy alto y delgado, con el pelo muy blanco. En un sillón un poco más allá, en un rincón está sentada otra señora muy mayor, también vestida de negro, pequeña.

El señor mayor tiene los ojos azules y cuando se levanta le sonríe. Una bonita sonrisa. No como la de la señora que ha abierto la puerta.

Papá saluda al señor alto, estrechando su mano le llama “papá”. Mamá se ha sentado muy tiesa, rígida en una silla. Papá se da la vuelta y la deja en el regazo de mamá.

Los mayores hablan poco. Nadie se ríe. No es como en casa de las tías que siempre están sonriendo. La señora de la sonrisa rara les ofrece un refresco. Mamá responde rápido “No gracias. Mis padres nos esperan para cenar” “¿Y la niña?” Papá responde. “Tampoco. Ha merendado antes de venir y ya sabes que si come algo entre horas, luego se pone fatal”.

Mamá mira el reloj con disimulo. Hace calor y sigue oliendo raro. La señora del sillón, está sentada pero parece de mentira. No se mueve.

Mamá se mueve en la silla. Ella se ha quedado dormida. Papá se da cuenta. “Bueno pues tendremos que irnos. Se ha dormido”

“Si claro” dice el señor alto. No se despiden de la señora del sillón y la señora que ha abierto la puerta no les acompaña. Ahora lo hace el señor alto.

“Pues nada ¿nos veremos antes de iros?” “Ya te diré algo si puedo. Llamaré desde casa de Peña a Araceli y que ella te dé recado”.

Bajan la escalera y salen a la calle. Hay menos vecinos. Están en casa cenando. Hace calor. Ella abre los ojos un poquito. No está dormida. Lo finge. No le gustaba esa casa. No le gustaba nada. Le daba miedo porque allí no la querían.

Papá y mamá ahora están más relajados. Hablan tranquilos, bajito para que ella no se despierte.

“¿Vendrás antes de que nos vayamos?” Pregunta mamá. “Si pero yo solo. La niña y tú os quedáis en casa de tus padres o con tus hermanas” “Mejor, ¿verdad?” “Sí. Hoy no ha dicho nada desagradable. Pero no me da la gana de que pilles un sofocón. No me da la gana” “Sí, será mejor”.

Llegan a casa de los abuelos. El abuelo la coge en sus brazos. Huele bien. Fresquito. La abuela se queda atrás con mamá. “¿Qué tal ha ido?” “Mal mamá, muy mal, como siempre. Esto no tendrá arreglo nunca, nunca” “Es que de verdad hija que no entiendo a esta mujer” “Mamá no hay nada que entender. Nada. Ni ha mirado a la niña” “Bueno ahora cenáis y a descansar. Mañana Dios dirá” “Si mañana se verá”.

Se ha acabado el cigarro. Será mejor abrir el correo y ver el documento.

Cuando lo ha descargado lo lee. Es lo que se temía. Nada de lo que su padre ha contado siempre es cierto. Nada. Por un momento no sabe qué hacer.

“Nena, ¿dónde estás? ¿Qué haces?” Se ha despertado. “Ya voy papa. Estoy en la habitación. Enseguida comemos”.

Cierra el ordenador. Y sale de la habitación. Entra en el cuarto de baño. Se refresca.

“¿Has fumado?” “No papá” “Huele a tabaco” “Será el vecino” “Un día de estos…” ”Un día de estos nada. No le dirás nada. Cada cual hace en su casa lo que le conviene”.

Prepara la mesa, entra en la cocina, lleva la comida a la salita. Empieza a servir el primer plato. La ensalada en el centro.

Comen en silencio. “Estás muy callada” “Me duele la cabeza. Este calor que no acaba de irse” “Ya” “Oye papá, Manolo me ha enviado un correo” “¿Si?” “Que dice que el documento de tu padre no se puede recuperar. Está muy deteriorado y no se puede leer y como es un recuerdo de familia no quiere estropearlo más de lo que está”

“Vaya que lastima” “Si. Mañana pasaré por su casa a recogerlo” “Gracias hija. Que lastima de verdad. ¿Harás la fotocopia del mapa?” “Ya está hecha. La he puesto en tu mesita de noche con la lupa”. “Bien. Luego la miraré”

Se callan de nuevo. Se levanta a por el postre. Desde la cocina añade “No importa papá, al fin y al cabo ya sabemos lo que pasó en tu pueblo durante la guerra. Un documento más o menos no cambiará las cosas”. “Tienes razón pero me hubiese gustado saber más”

Regresa con un yogur para él y una infusión para ella. “Escribiré al ayuntamiento y preguntaré si tienen archivos o algo parecido”

“Gracias hija. Me hubiese gustado saber más. ¿Te he contado alguna vez que…”

Y repite la misma historia de siempre. Pero esta vez ella sabe el verdadero final. Que el padre de su padre y el hermano del padre de su padre no fueron trigo limpio. Que la historia de su familia es una gran mentira. Construida, elaborada, narrada a base de robar retazos de otras historias que si fueron reales.

No le dirá nada. Para que. Es demasiado mayor. Mejor mantenerle en la ignorancia. Protegerle. De todas formas, si le contase la verdad que ha descubierto hace una hora, su padre la negaría y discutirían.

Lo peor le queda a ella. Porque hasta los 14 años no supo algunas verdades que le parecieron soportables. Pero la certeza de hoy la lleva a desesperarse.

No sabe quién es en verdad. No sabe si es buena o mala. No sabe si mañana cuando salga a la calle, será transparente, como de cristal y los demás adivinarán su vergüenza.

No pedirá al ayuntamiento del pueblo de su padre documento alguno. No lo hará. Se inventará una historia que deje al anciano tranquilo.

Sabe que los años que a ella le quedan de vida serán como atravesar un túnel lleno de niebla por el que caminará a ciegas golpeándose contra las paredes.

Está acostumbrada. Nadie esperó su llegada. Nadie la quiso. Nadie la echará de menos.

Así que está acostumbrada a caminar entre la niebla, ella solita, vestida de blanco, con sandalias nuevas y peinada con trenzas que de tan apretadas le dan dolor de cabeza.

Algunas familias deberían extinguirse rápido y no producir más dolor del que ya siembran en la tierra. La suya la primera.

Afortunadamente con ella acaba el dolor.
No hay descendencia ni continuidad.
Nadie más sufrirá por su causa.
 


 

 

 

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