Estoy muy cansada, pero os aseguro que días
como el de hoy valen la pena. No los planeas y por eso probablemente salen así.
Son días en los que no importa lo mal que
esté el mundo, lo locos que estén quienes nos gobiernan, o el desprecio con el
que nos tratan…
Son días en los que la buena gente que te
rodea te envía oleadas de afecto y cariño y llega hasta tu alma.
Son días en los que vuelves a tener claro que
no importa lo impunes o poderosos que se sientan quienes gobiernan, han
perdido moral, credibilidad o decencia, y dicen qué te han destrozado la
vida y la hacienda “por tu bien”, (discurso por otra parte típico de los
maltratadores).
No importa porque nunca tendrán lo que tú tienes, nunca.
Es cierto que estás cansada, que en ocasiones
estás a punto de rendirte, de tirar la toalla…es cierto que sigues siendo pobre
de solemnidad…pero hoy te sientes como si hubieses tocado el cielo con la punta
de los dedos.
He estado en antena con Doña Inés, mi amiga y
confidente, mi jefa. Hace tanto que nos conocimos. Han pasado tantas cosas. Y
lo mejor es que cuando nos encontramos nuevamente, empezamos a hablar como si
no hubiesen pasado los años. Y esa magia esa complicidad se nota porque
trabajar con ella es sencillo.
En la sección de viajes he hablado de una
ciudad que nunca he visitado, pero de la que me he enamorado preparando el
guion. Gijón.
Elegí para hoy esa ciudad del Norte de La
Península porque era mi forma de decir a la gente que vive allí a gente “os
quiero, muchas gracias por el apoyo y las palabras amables, por las risas y los
detalles, por la amabilidad”.
Su reacción, la reacción de Inés, esa química
que hemos vivido a distancia, es algo indescriptible y maravilloso. Adictivo.
Es sencillamente delicioso.
Más tarde he estado en antena por otras
cuestiones relacionadas con el programa que realizo desde hace varios años.
La gente de la emisora es amable y siempre me
ayuda, intentan que me sienta cómoda. Y es fácil. Lo hacen posible.
Finalmente ella de nuevo ella me ha revuelto
como un calcetín. No importa los años que hace que la conozco. Siempre me
sorprende.
Cuando nos conocimos yo estaba pasando por un
proceso de amargura muy profundo. Estaba contra el mundo. No disfrutaba de las
cosas simples de la vida. No podía, era incapaz. Me sentía como si no mereciese
sonreír o sentir.
Pasaron muchas cosas, leí los mensajes…comprendí
que aquel no era el camino adecuado.
Peor me sentía incapaz de pedir ayuda o
encontrar una solución.
Casi fue demasiado tarde. Digo casi porque
estuve a punto de morir. Me salvé de nuevo “por la campana, de milagro”. Por
otra parte no es algo nuevo, es una constante en mi vida, desde mi nacimiento.
Pero en aquella ocasión la experiencia fue
muy dura. Tardé más de un año en conseguir el alta médica.
A pesar de saber que estaba al borde de una
gran crisis, no tenía idea de cómo encontrar una solución. Se me iba la vida,
lo tenía claro, pero no sabía cómo detenerme para estudiar el mapa de mi
existencia y encontrar una ruta más adecuada.
Afortunadamente me sacó de aquellas aguas
turbulentas y me llevó a la orilla. Gané un terapeuta y con los años un amigo.
Es un ser humano excepcional en todos los sentidos. Juan Manuel. Me salvó de mi
locura. Ahora sé cómo combatir esos momentos difíciles. Siguen ahí, pero les
puedo plantar cara.
Finalmente llegó ella. Sandra. Sonrisa
contagiosa, ternura, alegría. Es como una brisa fuerte, llega te desordena el
pelo y el alma y se retira. No se va. Se retira. Porque siempre está ahí. Con
ella venían un grupo de maravillosas criaturas, que se han convertido en otra
parte de mi familia urbana.
Y gracias a Sandra y sus amigas y amigos, a
Juan Manuel y a muchas otras maravillosas personas, que dejé de pelearme con el
mundo. Que empecé a aceptar las cosas como venían. Que incluso cambié mi
aspecto externo.
La melena larga y oscuro dio paso a un corte de
pelo divertido y un tinte de rojo intenso.
El vestuario negro dio paso a colores vivos…naranjas,
rojos, rosas, azules, amarillos, violetas, lilas…todos menos el negro.
Aprendí que yo era víctima y no culpable. Que
la vida era como decía John Lennon “aquello que te pasa mientras haces planes”. Que
cuanto más te empeñas en pelearte contra las circunstancias más energía pierdes
y más difícil resulta ver la solución.
No creáis que hablo de un curso de “autoayuda”
o algo por el estilo. Os hablo de sentido común. De pararse en mitad del camino
y plantearse que estás haciendo con tu vida. Os hablo simplemente de que necesité
que me ayudasen para aprender a vivir.
El proceso no ha terminado. Solo acabará
cuando mi corazón deje de latir. Así que espero tener todavía por delante un
largo camino para descubrir cómo acabará el viaje.
Me gusta la gente. No importa de donde vengan
y quienes sean. Todos aportamos a todos. Todos contamos.
Mientras escribo esto, una amiga maravillosa
que también lucha con fuerza ante diversos problemas, me dice que se alegra por
mí porque ha leído que estoy bien.
Le hago un resumen y responde…”vaya es cierto
dices que ha sido un día feliz, no que seas feliz”…
Exacto. Ese es el matiz. No soy feliz. Nunca
lo he sido. Digamos que mi vida ha sido un cumulo de “lamentables desdichas”.
Pero si me lamento por cada desdicha pasada o por cada desliz presente, no
lograré ver la dicha futura.
No soy una inconsciente. Se perfectamente que
mi vida está patas arriba. Que nada será como antes. Que no tengo un futuro
claro. Que no soy una jovencita. Que soy complicada.
Pero no importa. Tengo tiempo para aprender. ¿Cuánto?
Ni idea. No me preocupa. Porque lo mejor será vivir el presente. El futuro ya
llegará. Lo único que espero es estar despierta, alerta para verlo venir y
recibirle.
Lo que no quiero bajo ningún concepto, es
volver a experimentar algo tan doloroso como la sensación del primer día que me
reí de nuevo. Pensaba que me moría, que el corazón me estallaría.
Me había olvidado de reír. De sonreír. Y puse
remedio a todo aquello.
Soy la misma persona, con los mismos
defectos, muchos, y escasas virtudes.
Lo único que ha cambiado es que soy rica.
Porque mi gente me cuida y me arropa.
Así que no importa cuántos millones hayáis
saqueado (unos y otros que por lo visto la ambición no distingue de ideología),
no importa lo importantes que creáis que sois…
Los mismos a los que les estáis destrozando
la vida, los mismos a los que humilláis e ignoráis…sí, nosotros los de abajo…tenemos
algo que vosotros no tendréis…una legión de corazones, brazos, piernas,
miradas, besos, abrazos…de amor…que nunca lograréis porque sois incapaces de
entender que ser poderoso o rico es muy relativo.
Yo hoy me siento la reina del mundo porque mi
gente me ha enviado miles de sonrisas y risas y afecto y ternura.
¿Alguien puede pedir más? Creo que no...bueno alguna cosilla más pero ya os lo contaré otro día...
Gracias por tanto afecto…se me desborda el
corazón…y síiii…me encanta!!!!
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