GRUPO DE MAESTROS DE LA SEGUNDA REPÚBLICA
Sé que os lo conté hace tiempo, pero recordaré
de nuevo.
Mi abuela materna y sus hermanas, excepto la
más pequeña, nunca aprendieron a leer y escribir.
Su padre, mi bisabuelo, cada día después de
cenar se sentaba a la mesa con los varones a los que personalmente enseñaba a
leer, escribir y las llamadas cuatro reglas.
Mientras duraba la “clase” las chicas se ocupaban de las tareas domésticas. Si se
acercaban para observar o escuchar lo que su padre enseñaba a los varones, este
las disuadía con la habilidad adquirida para domar caballos, pura sangre y que
le hizo famoso en el circuito ecuestre, empleando una vara o un látigo.
Pero no se trataba de preciosos ejemplares de
la cuadra propiedad de la marquesa para la que trabajaba. Se trataba de sus
hijas y el látigo podía dejar marcas en cara, manos, cuello…
Únicamente aprendió a leer y escribir Ana la
pequeña pero pagó un alto precio y el látigo dejó cicatrices su cuerpo.
Mi abuelo materno en cambio sabía escribir y
leer. Pero nunca se preocupó de la formación, de sus hijos e hijas. En ese
aspecto fue más “liberal” que su suegro y no hizo diferencias entre chicos o
chicas.
Ninguno, ninguna asistió a clase demasiado
tiempo. Aprendieron a leer con dificultad, a escribir precariamente y a firmar
con su nombre. Nada más.
El trabajo duro fue la norma que rigió sus
vidas. Trabajo a edad temprana, cuando los niños y las niñas deben pensar en
aprender jugando, en reír, en cantar. Trabajo duro en medio de una cruda
postguerra. Ya sabéis de lo que hablo porque o lo habéis vivido u os lo han
contado.
Mi madre no fue una excepción. Firmaba,
escribía con muchas faltas de ortografía y siempre trataba de pasar
desapercibida. Adoraba la lectura, leía todo lo que caía en sus manos libros, artículos.
Cuando cumplí dos años ya sabía leer, porque
mamá me enseñaba las letras y los sonidos (bueno y porque yo era un poquito
especial, un poquito lista). A los tres años me regalaron mi primer libro (lo
conservo) y mis padres me inscribieron en una escuela pública.
Que mi abuela no supiese leer y escribir o
que mi madre no escribiese demasiado bien o leyese con dificultad, para mí
resultaba normal. Y como ellas no podían hacerlo, desde muy pequeña, escribía
las cartas que me dictaban, firmaba en el registro de correos cuando le
entregaban a mi abuela la pensión de viuda o leía para ellas mis cuentos.
Con los años la situación continúo siendo
natural y normal para mí. Era la lectora de la abuela o la guía de mamá cuando
decidió estudiar para obtener el carnet de conducir.
Teniendo en cuenta que como dice un amigo “distingo
los coches de las motos por el número de ruedas” imaginadme interpretando el código
de circulación en largas tardes de domingo.
El hecho de saber leer y escribir, llegar a
bachillerato o a pre-universitario nunca me hizo sentir superior o mejor a
ellas. Nunca.
Ellas sabían hacer cosas que yo ignoraba (y
que luego me enseñaron) y yo por lo visto sabía otras que ellas no habían
podido aprender.
Os cuento todo esto porque no dejo de pensar
en lo que sucede desde hace tiempo.
Veréis, tengo la suerte de estar en contacto
que es realmente creativa, curiosa, inquisitiva y muy sensible.
Isa siente pasión por el Antiguo Egipto en
general y por Nefertiti en particular, es muy creativa y curiosa.
José es un ángel que igual te sirve “un
pinsho homelé” con gran humor, como hace gala de conocimientos de informática o
diseño asombrosos, cuenta unas historias maravillosas en su blog o realiza
entrevistas amables a gente corriente empeñado en mostrar al mundo de lo que
eres capaz, colocándose en segundo plano.
Alicia es poetisa. Pero de las de alma y
seda. No podéis imaginar cómo te cautiva con solo dos líneas, como juega con
las palabras y crea imágenes.
Manuel es poeta y creador. Su poesía resulta
una oportunidad impresionante de contemplar el pasado o el presente en instantáneas
en blanco y negro, instantáneas que recuerdan fotogramas del realismo francés o
italiano.
Fidel me ha sorprendido esta mañana con unos
versos preciosos de rima fresca muy libre, de los que me gustan porque no
fuerza el ritmo.
Tod@s ell@s tienen una formación técnica
determinada pero por lo que destacan es por su capacidad creativa, por su
capacidad para contar historias o construir rimas. Tod@s tienen algo que contar
o compartir. Tod@s sin excepción.
Somos gente corriente que a lo largo del día
creamos cosas poco corrientes y las compartimos con la única ilusión de
provocar una sonrisa o un momento de ternura. Con la intención de hacer más
llevadera la vida cotidiana.
Y lo que más me emociona es su modestia. El
rubor que adivinas ante un cumplido.
Hace mucho que hemos olvidado que tapizar una
pared con títulos académicos enmarcados en cuadros elegantes no es sinónimo de
cultura.
Cultura es un concepto muy amplio y flexible.
Cultura es lo que define a una comunidad, lo que intuye o crea e cada individuo. Cultura es ampliar
nuestros conocimientos a través de la lectura o de la puesta en práctica de
nuestras ideas o intuiciones.
Mi abuela no sabía leer ni escribir. Pero su
cultura en el campo de las plantas y las flores era extensa y sorprendente.
Épocas de cultivo, cantidad de agua precisa para hidratarlas, como lograr una
mata de claves a partir de un esqueje, como convertir un botijo que ya no enfriaba
el agua, en una esfera cubierta de violetas.
Mi madre apenas sabía leer o escribir pero
dominaba la aritmética precisa para elaborar complicados y maravillosos encajes
de bolillos, o diseñar auténticas obras de arte bordadas, y como os contaba
aprendió a conducir.
No importa cuántas carreras universitarias o
masters hayas estudiado no importa la técnica aprendida si no le pones corazón,
alma, pasión.
Si además de técnica tienes pasión, habrá
valido la pena.
Pero no olvides una cosa. No importa cuántas
horas hayas pasado en las bibliotecas, la universidad o la escuela en la que
curses un master.
Alcanzar ese grado de excelencia académica no
te sitúa en una posición que te permita mirar por encima del hombro a nadie.
Porque nadie es más que nadie. Cada uno de
nosotros posee una cualidad o varias, cada uno de nosotros es genial y está aquí
para desarrollar su magia.
Nadie es más que nadie. Y si se os ocurre
pensar o peor expresar lo contrario me atrevería a sugeriros que reclaméis en
la facultad o el centro de estudios correspondiente la devolución de la matrícula
y las cuotas que os hayan cobrado por la clases.
Es cierto que tenéis un título y habréis
trabajado duro para obtenerlo, pero únicamente con eso no basta.
Muchas personas han podido gozar de la
asistencia a las aulas.
Muchas personas este y los próximos años no
podrán continuar estudiando sus carreras universitarias debido a que el
ministro Wert y el gobierno del Sr. Rajoy consideran que la cultura no es un
derecho sino un privilegio digno únicamente de quienes pueden pagar las matrículas
y las cuotas.
Por un instante ¿podríamos considerar que quienes
se quedarán fuera del sistema no tienen cultura?
Por un instante ¿podemos plantearnos que
somos más que ell@s
Me quedo con este párrafo:
ResponderEliminar"Nadie es más que nadie. Y si se os ocurre pensar o peor expresar lo contrario me atrevería a sugeriros que reclaméis en la facultad o el centro de estudios correspondiente la devolución de la matrícula y las cuotas que os hayan cobrado por la clases. "